Con motivo de la conmemoración, este 2011, de los 25 años de la muerte de Jorge Luis Borges, me pidieron en Las Rozas un artículo sobre el autor argentino. Escribí un texto bastante sencillo en el que, creo, se dan unas cuantas pistas para conocer mejor al escritor y acercarse a su obra.
El artículo se publicó en el número 31 de Platea (abril 2011), la revista cultural de Las Rozas.
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JORGE LUIS BORGES: LA VIDA, LOS LIBROS
Uno puede suponer que la vida de un escritor se refleja en sus obras. Desde este punto de vista sus obsesiones personales, sus vivencias, sus frustraciones, alegrías, tristezas... y el devenir de sus días marcarían, de algún modo, y con más o menos intensidad, el curso de su escritura.
Acerquémonos entonces a la vida de Jorge Luis Borges y fijémonos en algunos hitos de sus días para tratar de acercarnos, desde esta óptica, a sus escritos.
Infancia (1899-1913)
La infancia de Borges tiene dos referentes ineludibles: la familia y la casa. La familia, de larga tradición militar (algunos de sus bisabuelos y abuelos lucharon en las Guerras de la Independencia), alimentaba el recuerdo de los antepasados. Además de su padre (filósofo y gran lector), dos mujeres fueron importantes en esos primeros años: su abuela, inglesa y gran conocedora de la Biblia, y su madre, que le acompañó siempre.
La casa es, para Borges, la biblioteca de su padre: territorio de palabra y conocimiento en el que pasaba los días.
El Borges niño es un gran lector, habla y lee perfectamente en inglés y español (leyó El Quijote antes en inglés que en español), conoce y alimenta las tradiciones y valores familiares y, sobre todo, su vida es una gran biblioteca: un lugar lleno de libros y conocimiento, de vidas y sueños, de palabras. Pero la biblioteca, sobre todo, es el paraíso de su infancia.
Primera etapa literaria (1914-30)
En 1914 Jorge Luis Borges viaja a Europa con su familia, donde pasará siete años de formación y viaje. Continúa con el estudio de lenguas (aprende francés, latín, alemán, griego...) y, sobre todo, descubre los cenáculos literarios: la literatura también habita en las tertulias, no solo en las bibliotecas. Pasa unos meses en España y conoce a Cansinos Assens y a Gómez de la Serna: la tentación de las vanguardias.
En 1921 regresa a Argentina y redescubre su país, lo ve con los ojos de quien vuelve tras un largo periplo.
Estos años de formación consolidan su actividad lectora: lee a los clásicos, estudia filosofía, conoce el movimiento del expresionismo alemán... es un gran lector, y también un avezado crítico, fino, inteligente, sabio. Comienza a escribir poesías y ensayos. Quizás porque tenía que demostrar su capacidad como escritor, su estilo es de un gran barroquismo. Entre sus temas recurrentes de esta época está Buenos Aires y Argentina, la tierra redescubierta con nuevos ojos.
Segunda etapa literaria (1930-1955)
En esta etapa Borges conoce a Adolfo Bioy Casares, con quien mantendrá una estrecha amistad y colaborará, más adelante y a lo largo de su vida, en varios proyectos (antologías, cuentos). Entra en círculos literarios de Buenos Aires y empieza a ser conocido como poeta y ensayista. En 1937, ante las dificultades económicas de la familia, comienza a trabajar en la biblioteca municipal “Miguel Cané”.
Dos hechos vitales marcan su escritura. Por un lado la enfermedad hereditaria y degenerativa de su vista se acelera y, en 1950, está prácticamente ciego. Por otro, y a causa de su mala visión, en 1938 Borges tiene un accidente al golpearse con una ventana y pasa un mes entre la vida y la muerte.
Cuando, ya recuperado, se sienta frente al papel en blanco, tiene miedo de no poder volver a escribir, teme haber perdido facultades. Por eso decide retomar la escritura con un género nuevo, un género del que, hasta entonces, no hubiera escrito nada, y prueba a escribir un cuento. Y es así como nace su primer cuento, “Pierre Menard autor de Quijote”. Y con él nace el Borges cuentista que desdibujará los límites entre los géneros y que revolucionará la ficción, pues a pesar de su pretensión inicial no se aleja mucho del género en el que se siente tan cómodo, el ensayo.
Su vasta cultura literaria, su gran conocimiento como lector le impele a huir de toda pretensión de originalidad, y al final ésta resulta ser su marca de originalidad: textos que llaman a textos, libros que remiten a otros libros (verdaderos o inventados). En suma, cuentos como bibliotecas, como laberintos.
Son estos años de contrastes: por un lado es un momento de reconocimiento como autor, pues escribe y publica sus grandes relatos ficcionales. Sigue además leyendo, traduciendo, criticando. Pero por otro lado son años difíciles: trabajo triste en la biblioteca, época de melancolía y desamores.
Tercera etapa literaria (1955-1986)
Esta época está marcada por la ceguera y la fama. En 1955 es nombrado Académico y director de la Biblioteca Nacional de Argentina. Vive modestamente en su casa de la calle de Maipú, pasea por el barrio y su puerta está abierta para recibir a curiosos, estudiosos, admiradores (y algún que otro loco).
Sigue escribiendo: la ceguera le obliga a escribir primero en su memoria y, una vez fijado, dictarlo. Sus textos reflejan su peculiar mundo, descrito a su vez con su voz propia, un estilo de concentración y riqueza desmesurada (simplificada al mismo tiempo que muy compleja y cargada de simbología).
COMO CONCLUSIÓN
Borges fue un gran lector, grande por la cantidad de libros que había leído (muchos en sus lenguas originales) y conocía (y recordaba, porque era también un gran memorión), pero gran lector también por la inteligencia de su lectura: crítica, sabia, profunda. Con este amplio conocimiento articula su propio mundo, su propia voz, nutriéndolo de símbolos y temas recurrentes y muy personales (ajustados a su propia experiencia vital): la biblioteca (el paraíso de la infancia), el laberinto (referente vital), los espejos (el otro, uno mismo), la noche (la ceguera), la rosa (la creación, el conocimiento), la moneda (lo material), la espada (el valor, la tradición), el sueño (reflejo del laberinto; otro punto de vista de la realidad), el tigre (lo imposible, lo admirable, lo bello), etc.
Gran parte de su mundo se nutre de la tensión entre lo intelectual y el corazón, entre la ficción y la realidad, entre lo vivido y lo leído.
Este mundo se expresa con una voz muy personal que se va perfilando ya en sus primeros textos y que va depurándose con el paso de los años. Los primeros escritos son muy barrocos, y según pasan los años su estilo se va simplificando al mismo tiempo que va condensándose, cargándose de significados y niveles de interpretación. Observar este proceso a lo largo de sus escritos resulta una labor muy interesante.
El resultado son textos asombrosos que parten de la literatura del agotamiento para llegar a nuevas fuentes, a tierras fértiles que permiten el nacimiento de una nueva forma de escribir y leer. Textos de una belleza extraña, inteligente, que adentran al lector en la ficción de forma sutil y rápida, y lo atrapan en un laberinto extraordinario de palabras y sueños.
RECOMENDACIONES
Para quienes se adentren por primera vez en la obra de Borges les recomiendo que comiencen con libros de su última etapa (textos más depurados y breves) como, por ejemplo, El libro de arena.
Para quienes quieran disfrutar del Borges extraordinario y esencial, los cuentos de Ficciones son la puerta al jardín de senderos que se bifurcan, la entrada al laberinto.
Quizás pocos autores exijan tanto al lector como Borges, pero igualmente, pocos escritores recompensan tanto al lector su entrega. Borges es un escritor para siempre, de continua lectura y relectura. Un escritor asombroso y admirable. Un tigre azul.
[Artículo publicado en Tragaluz. Guía bimensual del ocio y la cultura de Guadalajara, nº22, jun-ago 2008, p. 2]
Pep Bruno
Un año más llega el Maratón de Guadalajara dispuesto a llenar las calles y los corazones de cuentos (este año de África). Qué osadía, corriendo los tiempos que corren, dedicar tres días a una fiesta de la palabra dicha, o es que estamos locos en esta ciudad o es que somos unos valientes. O las dos cosas, claro. Ya van unos cuantos años de cuentos. Hay muchas generaciones de guadalajareños que no conciben la vida sin el Maratón. Pero no solo. Hay mucha gente que en estos años ha contado o escuchado cuentos, con lo que esto significa de entrega generosa de tiempo para los demás, de alborozo en comunidad, de fiesta de todos y cada uno. Sin lugar a dudas uno de los grandes beneficiarios de este evento es el cuento. En nuestra Biblioteca Pública del Estado los cuentos viven, están vivos, corren por las estanterías y las manos, las mesas y los bolsos, las casas y las escuelas. Pero no solo. También los viejos cuentos tradicionales de nuestra provincia están fortalecidos y vitaminados y vuelven a correr por bocas y orejas. Los cuentos que han convivido con generaciones de guadalajareños son más que meras historias, forman parte de nuestra memoria y nuestra cultura. Y estos cuentos “de toda la vida” han encontrado, recientemente, un lugar en las estanterías porque se ha publicado, por primera vez, una recopilación de cuentos tradicionales de la provincia de Guadalajara titulada La mujer del pez (ed. Palabras del Candil). Ha sido la profesora de la Universidad de Alcalá, Eulalia Castellote, muy vinculada a esta provincia, quien comenzara allá por los años setenta a recoger cuentos tradicionales por las tierras y pueblos de Guadalajara. Más tarde otro profesor de la misma universidad, José Manuel Pedrosa, ayudado por sus alumnos alcarreños, completó la colección de cuentos (hasta llegar a un total de noventa y seis textos). Y es en este 2008, casi treinta años después de la recogida del primer cuento, cuando el libro ha visto la luz. Uno no puede por menos que felicitarse porque el Maratón de los Cuentos no solo sea una fiesta de un final de semana sino que, poco a poco, se vaya convirtiendo en una forma de ver y entender los cuentos , nuestros cuentos, esos cuentos que nos dan tanto sin pedir nada, esos cuentos que nos han acompañado durante siglos, esos cuentos que, en definitiva, nos hacen más humanos. |
[Artículo publicado en las el libro de Rafael González, Teatro en vena, publicación que celebra el trigésimo aniversario de ATA y del Certamen Nacional de teatro "Arcipreste de Hita", pp. 83-85]
Pep Bruno
De los años en los que colaboré con ATA, tanto en la selección de obras para el Certamen como siendo parte del Jurado, guardo muchos buenos recuerdos: las lentas horas dedicadas a leer textos teatrales; las tardes de teatro en aquella intensa semana de casi catorce días; los animados corrillos de público antes y después de las representaciones; los aforos llenos, silenciosos, emocionados; la ilusión de quienes hacían posible esa fiesta del teatro… pero el mejor recuerdo que conservo, el que quizás resultó determinante para mí, es el de las cenas de trabajo. Me refiero, concretamente, a dos cenas. Una era la cena de la comisión de selección, y en ella nos reuníamos para decidir qué obras pasarían a formar parte del cartel del Certamen; la otra se celebraba tiempo después, tras la visualización de las obras del Certamen, y en ella el Jurado decidiría los premios. Esas cenas y sus sobremesas esos eran los mejores momentos, sin duda. La cosa transcurría más o menos de la siguiente manera: íbamos a algún restaurante de la ciudad y, durante la cena, no se solía hablar del Certamen, más bien la conversación versaba sobre personas y personajes literarios locales. Para mí aquel momento era como descubrir una Guadalajara secreta, totalmente desconocida, una Guadalajara en la que se vivía intensamente la literatura: funcionarios que escribían poesía, técnicos que rescataban tradiciones ancestrales, banqueros que soñaban novelas, altos cargos que declamaban versos en las frías noches de noviembre... Yo escuchaba con asombro cada una de aquellas palabras, de aquellas anécdotas, bebiendo hasta la última letra, hasta el último aliento. Y lamentando no haber tropezado con los protagonistas en algún momento de su deambular entre la pasión y la vida. Y tras la cena llegaba el momento de trabajar: seleccionar obras o premiarlas. Recuerdo especialmente el año en el que, tras cenar, nos fuimos al Teatro Moderno y allí, en el ambigú, nos reunimos el Jurado para deliberar. Fue entonces cuando comprendí que las extraordinarias personas con las que compartía mesa y conversación eran iguales que los protagonistas de las historias que había escuchado antes, mientras comíamos. Quizás ellos serían (o ya eran) los personajes de las historias que se contarían en futuras reuniones de ATA, o de cualquier otro grupo de personas amantes de las letras. Aquel año, en el ambigú, me veía rodeado de hombres sabios: gentes de teatro, escritores, poetas, periodistas, miembros de ATA… y me sentía un privilegiado, y pensaba que qué hacía yo allí si no era aprender, callar y escuchar, sentado junto a personas que habían hecho de las letras una pasión, una forma de vida; oyendo de viva voz las palabras, que tal vez más adelante alguien contaría como una anécdota. Me sentí afortunado, sí, afortunado porque estaba viviendo en la niebla donde realidad y ficción se dan la mano. Se abrazan. Y allí me encontraba, viviendo, atendiendo a los argumentos que entre tragos y risas se iban desgranando a favor o en contra de una u otra obra. Deslumbrado por el destello de la vida de todos aquellos con quienes compartía mesa. Tengo grabados esos momentos como puntos de inflexión en mi vida: uno podía hacer de las letras una opción de vida, uno podía vivir intensamente la poesía, el teatro, los cuentos Me recuerdo sentado en el ambigú del Teatro Moderno junto con muchos hombres sabios, gentes de teatro, escritores, poetas, periodistas, miembros de ATA… y yo sintiéndome un privilegiado, pensando que qué hacía yo allí si no era aprender, callar y escuchar, viendo a gente que había hecho de las letras una pasión, una forma de vida. Atendiendo a los argumentos que entre tragos y risas se iban desgranando a favor o en contra de una u otra obra. sin tener que ser un artista autodestructivo, autodeprimido, autoherido. La vida cobraba otro sentido vista desde la ilusión de la ficción, desde esa secreta pasión. Allí había gente que trabajaba como profesor, o como funcionario, o como técnico, como becario… pero en ese momento, tras una semana gozosa de teatro, tras una cena gozosa de teatro, era el esplendor de la fe, la liturgia de los versos, el turbión imparable de las pasiones y los recuerdos. Se destapaba la otra vida de cada uno de los que allí estábamos, la otra, la escondida, la verdadera. Y se hablaba de teatro como si en ello se fuera la vida, que se iba. Recuerdo que tras aquellos encuentros volvía a casa con la misma sensación que si estuviera ebrio, borracho de intensidad, de palabras, de anhelos. La vida podía vivirse, y tenía sentido hacerlo, pegado a las páginas de los libros, amarrado a los versos rítmicos del sístole y diástole, abrazado a los cuentos … en el territorio de la ficción. Sí , se trataba de una sensación extraña, un empujón, un delirio. Volvía sintiéndome capaz de, cada día, vestirme, desayunar, ir al trabajo, comer, leer, dormir y, al mismo tiempo, cada día, sentir que debajo de mi ropa llevaba puesto el traje de faena, ese con el que podía entrar en la tierra de las palabras y las emociones. Fue ahí, en ATA, en aquellos momentos gloriosos, en los que yo comprendí que podía hacer realidad mi propio anhelo, mi vida abrazado a los cuentos. |
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