Sobre estos apuntesFichas de oralidad / Una historia de la narración oral / La figura del narrador oral 

En septiembre de 2014 publiqué en la web este breve artículo en el que llevaba trabajando unos meses (releyendo, tomando notas, buscando) y que busca algunas pistas sobre los cuentos contados desde la mirada de Cervantes. Ojalá os resulte de interés.

Si lo prefieres también puedes leer el artículo en este ISSUU, un monográfico del número 6 de Oralidad y cultura, la revista mexicana en la que colaboro habitualmente.

 

 

DEL CONTAR SEGÚN CERVANTES

 

En mi biografía lectora ya mencioné a Miguel de Cervantes como uno de mis autores imprescindibles. He disfrutado mucho leyendo algunos de sus libros, especialmente El Quijote, por eso siempre es una fiesta volver a ellos y releerlos por completo o picotear capítulos inolvidables y de grato recuerdo. En esta ocasión la relectura ha venido motivada por la búsqueda de momentos en los que Cervantes habla de contar historias, de los cuentos, de cómo contar, de los requisitos de la buena ficción, de pasajes en los que sus personajes se reúnen a contar o escuchar...

Es por eso que he vuelto a releer el Coloquio de los perros, que a mi entender más que coloquio es la narración de uno de ellos y las interrupciones y puntualizaciones del otro; también he vuelto a repasar algunas notas que tenía de mis lecturas anteriores del Quijote; he buscado y leído algunos artículos (que voy enlazando y citando) que suman a lo aquí citado y he acudido a la magnífica IntraTex, donde está todo El Quijote con un buscador que permite localizar términos como cuento, conseja, etc.

Aunque en principio este artículo está terminado, si vuelvo a releer textos de este autor cabe la posibilidad de que incluya nuevas notas y reflexiones.

Allá vamos.

 

 

Lo popular y el cuento tradicional y la mirada de Cervantes

 

Para comenzar merece la pena contextualizar esto de lo que pretendo hablar, y para ello no hay nada mejor que asomarse al muy interesante artículo de Maxime Chevalier titulado “Cervantes y el cuento tradicional” en el que nos da una completa visión del estado de la cuestión sobre lo popular (y la tradición oral) en tiempos de Cervantes.

El autor de El Quijote, como era habitual en esos siglos, es gran conocedor de la tradición oral y, sin embargo, no parece que saque gran provecho de ello para sus obras literarias. Esto no es de extrañar pues sucede habitualmente porque en esta época lo tradicional está visto como material para viejas e ignorantes y en oposición a lo escrito, para gente culta y cultivada. Faltan aún algunos siglos para que lleguen los hermanos Grimm y nos hagan ser conscientes del tesoro que acumulamos desde hace siglos y que debemos preservar. Sí, en esta época se hablaba del cuento, como la “conseja de aquellas que la viejas cuentan el inverno al fuego” (I, XLII).

Aun así la aparición de elementos populares en El Quijote es constante (como la vejiga llena de sangre para el fingido suicidio de Basilio en las bodas de Camacho y Quiteria en II, XXI; o el citado moro guardador de tesoros, en I, XVII, elemento popular y común de leyendas y cuentos; o las monedas en bastón de los juicios de Barataria, en II, XLV); por no hablar de la incontenible facundia de refranes, chascarrillos y decires que acumula Sancho Panza. Pero si salimos de esta obra y nos adentramos en otras la lista sería de no parar: los aforismos y sentencias del Licenciado Vidriera, las burlas e ingenios de Pedro de Urdemalas, etc.

Hay también referencias a cuentos tradicionales en El Quijote tal como anota el estudioso Maxime Chevalier en el artículo antes citado:

  • en I, XVI: la retahíla de” el gato al ratón, del ratón a la cuerda, de la cuerda al palo...” (tipo 2030-2031)
  • en II, I: “el cura que denuncia al ladrón fingiendo cantar misa"
  • en II, XXVII: “el de la Reloja” 
  • y en II, LVII: el del arriero al que siempre le falta un burro (tipo 1288 A)

También hay algunos cuentos y consejas que son contados por Sancho, por ejemplo estos dos que hemos añadido al final por si queréis disfrutar de su lectura:

  • El del pastor que cruza el río con las cabras una a una (I, XX)
  • El de la comida con los duques (II, XXXI)

Hay incluso algún cuento que arma capítulos como el de la sentencia del pleito de las caperuzas (II, XLV) o el capítulo de los alcaldes que rebuznan (II, XXV) o la historia del Cautivo, que afirma Chevalier es una variante de “La hija del diablo” (I, XXXIX y I, XL).

 

Cervantes, como otros autores contemporáneos, diferencia entre el cuento (que es oral) y la novela (que es escrita), tal como cuenta Juan Paredes Núñez en este interesante artículo titulado “Los cuentos del Quijote”. Los textos contados, tradicionales, populares, habían sido denominados de forma mayoritaria, y durante siglos, como “exemplum”, y es a finales del siglo XVI que empieza a generalizarse esta diferencia entre cuento (contado oralmente) y otro tipo de historias (escritas). Esto explica que, por ejemplo, en el Deccamerón aparezca sólo en seis ocasiones la palabra "cuento", en dos "cuentecillo" y en dos "cuentos". [Sobre las colecciones de cuentos antes de 1850 puedes ampliar *en esta ficha*]

 

En El Quijote la palabra cuento se puede encontrar hasta en ochenta y ocho ocasiones, la mayoría de ellas vinculadas a una historia contada, al verbo o a expresiones hechas como “venir a cuento”. 

 

 

De los cuentos

 

Es en el Coloquio de los perros donde Cervantes pone en boca de Cipión una especie de clasificación de los cuentos, y dice:

“los cuentos unos encierran y tienen la gracia en ellos mismos, otros en el modo de contarlos (quiero decir que algunos hay que, aunque se cuenten sin preámbulos y ornamentos de palabras, dan contento); otros hay que es menester vestirlos de palabras, y con demostraciones del rostro y de las manos, y con mudar la voz, se hacen algo de nonada, y de flojos y desmayados se vuelven agudos y gustosos” (p. 901)

Por lo tanto habla de los cuentos en función de: 

  • lo que cuentan
  • como lo cuentan
  • como los cuentan

No hay que dejar de señalar que el hecho de la importancia que Cervantes da a quienes cuentan cuentos y que, en el caso de textos "nonada", de poco valor, pueden llegar a transformarlos en textos "agudos y gustosos".

 

En I, XLVII, el Canónigo habla largo y tendido de los Libros de Caballerías y de los cuentos, y dice: “Y según a mí me parece, este género de escritura [de Caballería] y composición cae debajo de aquel de las fábulas que llaman milesias, que son cuentos disparatados, que atienden solamente a deleitar, y no a enseñar, al contrario de lo que hacen las fábulas apólogas, que deleitan y enseñan juntamente.”. Así pues aquí encontramos otra pequeña clasificación de los cuentos:

  • si solo entretiene
  • si entretiene y enseña

 

En I, XLVII el Canónigo vuelve a hablar en dos ocasiones sobre la organización de la ficción: “No he visto ningún libro de caballerías que haga un cuerpo de fábula entero con todos sus miembros, de manera que el medio corresponda al principio, y el fin al principio y al medio, sino que los componen con tantos miembros, que más parece que llevan intención a formar una quimera o un monstruo que a hacer una figura proporcionada. Fuera desto, son en el estilo duros; en las hazañas, increíbles; en los amores, lascivos; en las cortesías, malmirados; largos en las batallas, necios en las razones, disparatados en los viajes, y, finalmente, ajenos de todo discreto artificio y por esto dignos de ser desterrados de la república cristiana, como a gente inútil.” 

Y continúa más adelante: “Y siendo esto hecho con apacibilidad de estilo y con ingeniosa invención, que tire lo más que fuere posible a la verdad, sin duda compondrá una tela de varios y hermosos lazos tejida, que después de acabada, tal perfección y hermosura muestre, que consiga el fin mejor que se pretende en los escritos, que es enseñar y deleitar juntamente.”

Más adelante en el Coloquio de los perros Cipión insiste en algo que a Cervantes, como vemos, le interesa mucho: “contará [la historia] de manera que enseñe y deleite a un mismo punto.” (p. 904). 

En suma, en una historia importa, según estos párrafos: 

  • que sean verosímiles (“ingeniosa invención” o “discreto artificio”)
  • que estén bien organizadas y tramadas (con “una figura proporcionada” que de resultas dé “una tela de varios y hermosos lazos tejida”)
  • que estén bien contadas (“con apacibilidad de estilo”)
  • que deleiten y enseñen (“juntamente”)

 

 

Del momento de narrar y el público

 

Son muchos los momentos a lo largo de El Quijote en los que un grupo de personajes se reúne para contar o escuchar historias, ya sean cabreros en el monte o gentes discretas en la venta. Aquí van algunos ejemplos y veamos por qué cuentan/escuchan cuentos y qué sucede cuando lo hacen.

 

Se cuenta para matar el tiempo y para espantar el miedo, o para entretener al que escucha y que de esta manera no te deje solo. Y si no que se lo digan al pobre Sancho muerto de miedo en la noche de la aventura de los batanes (I, XX) y dispuesto a contar un cuento a don Quijote y así “entretendré a vuestra merced contando cuentos desde aquí al día,”.

 

Más adelante, ya en la venta (I, XXXII), es la propia Dorotea la que pide “entretener el tiempo oyendo algún cuento”. Y es en este momento cuando el cura comienza la lectura en voz alta de El curioso impertinente.

 

Después de comer parece un buen momento para escuchar historias, como afirma don Quijote en I, L: “Yo ya estoy satisfecho [de comida], y sólo me falta dar al alma su refacción, como se la daré escuchando el cuento deste buen hombre.” y pasa a escuchar el cuento de Eugenio, el cabrero, del que, cuando es terminado, se dice: “General gusto causó el cuento del cabrero a todos los que escuchado le habían; especialmente le recibió el Canónico, que con extraña curiosidad notó la manera con que le había contando, tan lejos de parecer rústico cabrero cuan cerca de mostrarse discreto cortesano. (I, LII)

 

El cuento que cuenta Sancho en la aventura de los batanes es recordado luego en el capítulo I, XXIV de nuevo cuando el Roto le pide a don Quijote que no le interrumpa; cosa que el Quijote no puede cumplir y de esta manera hace que el narrador deje la historia a medias. De hecho don Quijote queda con “grandísimo deseo de saber el fin de su historia”.

Es constante la interacción que suele haber entre el público y el narrador (interacciones, puntualizaciones, interrupciones...), ya sea durante la narración de cuentos o de otras historias y sucesos vividos. 

En I, XII Pedro cuenta con gracia la historia de la pastora Marcela a pesar de las constantes interrupciones del propio Quijote, tal es así que el propio cabrero ha de dar un toque al hidalgo tras varias interrupciones y le dice “Harto vive la sarna (...) y si es señor que me habéis de andar zaheriendo a cada paso los vocablos, no acabaremos en un año.”, y el Quijote ha de reconocer que es molesto lo que hace y responde “proseguid vuestra historia, que no os replicaré más en nada.”. Aun así vuelve a interrumpir más adelante: “Proseguid adelante; que el cuento es muy bueno, y vos, buen Pedro, le contáis con muy buena gracia.” 

 

Pero el público siempre estaba expectante cuando se iba a contar una historia, aquí podemos verlo cuando en la venta don Quijote y Sancho participan del espectáculo de títeres de Maese Pedro, donde, cuando va a empezar la narración del cuento, se dice: “'Callaron todos, tirios y troyanos', quiero decir, pendientes estaban todos los que el retablo miraban de la boca del declarador de sus maravillas” (II, XXVI).

 

Ah, y por último, siempre viene bien que el público dé las gracias si ha disfrutado de una historia bien contada, como hace don Quijote en I, XII: “Agradézcoos el gusto que me habéis dado con la narración de tan sabroso cuento.”

 

 

De cuándo se usan los cuentos

 

Además de los momentos antes citados: para entretener el tiempo compartido, para espantar el miedo, para alimentar el espíritu... también hay otros momentos en los que se utilizan los cuentos.

 

Un ejemplo esclarecedor es el prólogo de la segunda parte cuando el propio Cervantes utiliza dos cuentos para ejemplarizar lo que quiere decir al autor del Quijote de Avellaneda.

 

O para avisar de lo que puede ocurrir, como sucede en II, XLI cuando le dice don Quijote a Sancho: “Acuérdate del verdadero cuento del licenciado Torralba” antes de la aventura de Clavileño.

 

Lo más habitual es contar un cuento por la sencilla razón de que viene a cuento (incidiendo en lo ya dicho: como ejemplo o aviso). Por ejemplo en I, II el Barbero dice “suplico a vuesas mercedes que se me dé licencia para contar un cuento breve que sucedió en Sevilla, que, por venir aquí como de molde, me da la gana contarle. Dio la licencia don Quijote, y el Cura y los demás le prestaron atención.”

O este otro ejemplo en el que Sancho “ayuda” a don Quijote los Duques que tienen un poco de lío en el protocolo a la hora de sentarse a la mesa: “Si sus mercedes me dan licencia, les contaré un cuento que pasó en mi pueblo acerca desto de los asientos.” (II, XXXII)

 

 

Del narrador o narradora

 

En el momento en el que Cipión y Berganza descubren que tienen el don del habla a pesar de ser perros, señala el primero: “no solamente hablamos, sino en que hablamos con discurso, como si fuéramos capaces de razón” (p. 897), así pues, lo importante es hablar pero hablar bien, con seso, con razón, contar de manera pensada y con sentido.

 

Sin embargo más adelante Berganza dice: “ahora, que tan sin pensarlo me veo enriquecido deste divino don de la habla, pienso gozarle y aprovecharme dél lo más que pudiere, dándome priesa a decir todo aquello que se me acordare, aunque sea atropellada y confusamente” (p. 898). Esto es cosa que sucede a veces: de pronto uno se ve con el don del habla y con alguien que quiere escuchar y siente que tiene que contar todo lo que sea aunque sea de manera desbaratada.

 

Luego el propio Berganza corrige y dice: “escucha; y si te cansare lo que fuere diciendo, o me reprehende o me manda que calle.” (p. 898). Así pues, no es bueno hablar y contar todo sin tener en cuenta a quien escucha.

 

Importa y mucho a Cervantes la llaneza de estilo, la brevedad y que la historia fluya sin interrupciones por su natural cauce. Sobre esto Cipión no deja de reconvenir a Berganza:

“murmura, pica y pasa, y sea tu intención limpia, aunque la lengua no lo parezca.” (905)

“Basta, Berganza; vuelve a tu senda y camina” (p. 906) [porque se desvía del hilo narrativo]

“Sé breve, y cuenta lo que quisieres y como quisieres”.

“Basta; adelante, Berganza, que ya estás entendido.” (p. 911)

“Quiero decir que la sigas [la historia] de golpe, sin que la hagas que parezca pulpo según la vas añadiendo colas” (p. 918) [porque se enreda en digresiones].

“Sigue tu historia y no te desvíes del camino carretero con impertinentes digresiones; y así, por larga que sea, la acabarás presto.” (p. 920)

“No te diviertas, pasa adelante.”

Y hasta el propio Sancho Panza, cuando es quien escucha en vez de quien cuenta, hace notar lo pesado que resulta esa forma de contar en II, XLIX: “Por cierto, señores, que ésta ha sido una gran rapacería, y para contar esta necedad y atrevimiento no eran menester tantas largas ni tantas lágrimas y suspiros; que con decir: “Somos fulano y fulana, que nos salimos a espaciar de casa de nuestros padres con esta invención, sólo por curiosidad, sin otro designio alguno”, se acabara el cuento, y no gemidicos, y lloramicos, y darle.”

Igualmente el Quijote llama la atención al niño que va narrando las aventuras del retablo de Maese Pedro (II, XXVI): “Niño, niño, seguid vuestra historia línea recta y no os metáis en las curvas o transversales, que para sacar una verdad en limpio menester son muchas pruebas y repruebas.”, y el propio maese Pedro reafirma: “Muchacho, no te metas en dibujos, sino haz lo que este señor te manda, que será lo más acertado: sigue tu canto llano y no te metas en contrapuntos, que se suelen quebrar de sotiles.”. Pero el niño, que o tiene la historia bien memorizada de tanto contarla o se crece en medio de la narración, vuelve a las andadas y maese Pedro vuelve a insistir: “Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala.”.

 

De la llaneza y la afectación del estilo tenemos un par de ejemplos muy interesantes en I, XXI, pues don Quijote acusa a Sancho de que a veces se pone “a ensartar refranes y cuentos, no te puede esperar sino el mesmo Judas, que te lleve”, además de hablar mal, y Sancho, con buen juicio, responde: “No hay para qué obligar al sayagués a que hable como el toledano, y toledanos puede habler que no las corten en el aire en esto de hablar polido”. A todo esto el licenciado, un poco más adelante, dice: “la discreción es la gramática del buen lenguaje, que se acompaña con el uso. Yo [el bachiller] (...) pícome algún tanto de decir mi razón con palabras claras, llanas y significantes”.

Más adelante vuelve a hablarse sobre el estilo y la afectación. Don Quijote aconseja a Sancho (II, XXXI): “Quien tropieza en hablador y gracioso, al primer puntapié cae y da en truhán desgraciado. Enfrena la lengua; considera y rumia las palabras antes que te salgan de la boca”. No le gusta a Cervantes la sátira basta ni murmuración fácil como reafirma en el Coloquio de los perros: “quiero decir que señales y no hieras ni des mate a ninguno en cosa señalada: que no es buena la murmuración, aunque haga reír a muchos, si mata a uno; y si puedes agradar sin ella, te tendré por muy discreto.” (p. 904)

Sí, es importante cuidar el cómo se dicen las cosas, pero no es conveniente un habla afectada como vuelve a señalar más adelante el de la Triste Figura: “habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala” (II, XLIII).

 

Muchas veces el problema de estas “colas” que se van añadiendo a la historia tienen que ver con las reflexiones del narrador sobre los hechos y esto, tal como señala Cipión, no es contar, que es otra cosa: “no quiero que parezcamos predicadores. Pasa adelante.” (p. 909), aunque luego él mismo es reconvenido por Berganza: “Todo eso es predicar” (p. 909)

Otras veces el problema es que la narración viene entorpecida continuamente por añadidos, como le ocurre a Sancho con los refranes que tan a mansalva dispara viniendo o sin venir a cuento, por eso en los consejos que don Quijote da antes de ir a la Ínsula Barataria insiste: “no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles, que, puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias.”. 

 

Por esto es a veces tan importante lo que se dice como lo que se calla. Escuchemos a Berganza de nuevo: “ahora que me ha venido a la memoria lo que te había de haber dicho al principio de nuestra plática, no sólo no me maravillo de lo que hablo, pero espántome de lo que dejo de hablar.” (p. 907)

En II, XLIV, Cervantes habla sobre el buen hacer de Cide Hamete y dice que se le debe alabar no por lo que escribe, sino por lo que deja de escribir, ciñéndose, por tanto, a la historia: “En esta segunda parte no quiso ingerir novelas sueltas ni pegadizas, sino algunos episodios que lo pareciesen, nacidos de los mesmos sucesos que la verdad ofrece, y aún éstos, limitadamente y con solas las palabras que bastan a declararlos; y pues se contiene y cierra en los estrechos límites de la narración, entiendo habilidad, suficiencia y entendimiento para tratar del universo todo, pide no se desprecie su trabajo, y se le den alabanzas, no por lo que escribe, sino por lo que ha dejado de escribir.”

 

Cuando en I, XXX Dorotea ha de disfrazarse de princesa Micomicona para engañar a don Quijote y que de esta guisa pueda ser devuelto a su casa, cuenta la inventada historia que le ha llevado hasta el de la Triste Figura, y al terminar el cura le dice aque “había andado muy discreta, así en el cuento como en la brevedad dél y en la similitud que tuvo con los libros de caballerías.”, por lo tanto: cuento breve, ceñido a la historia, y verosímil.

El asunto de la verosimilitud  de la ficción es un asunto de extrema importancia en todo el Quijote, esta es una de las razones por las que se critica a los Libros de Caballerías, muchos de ellos tildados de disparatados; sobre esto habla largo y tendido el Canónigo en I, XLVII: “[los libros de Caballería] llenos de tantos y tan desaforados disparates (...) Y si a esto se me respondiese que los que tales libros componen los escriben como cosas de mentira y que, así, no están obligados a mirar en delicadezas ni verdades, responderles hía yo que tanto la mentira es mejor cuanto más parece verdadera y tanto más agrada cuanto tiene más de lo dudoso y posible. Hanse de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren, escribiéndose de suerte que facilitando los imposibles, allanando las grandezas, suspendiendo los ánimos, admiren, suspendan, alborocen y entretengan, de modo que anden a un mismo paso la admiración y la alegría juntas; y todas estas cosas no podrá hacer el que huyere de la verisimilitud y de la imitación, en quien consiste la perfeción de lo que se escribe.” 

Pero donde vemos un ejemplo bien claro del asunto de la narración oral y la verosimilitud es cuando don Quijote interrumpe al niño que cuenta la historia que se va representando maese Pedro con sus títeres porque dice éste “que la ciudad se hunde con el son de las campanas que en todas las torres de las mezquitas suenan.” y el Quijote matiza: “¡Eso no! En esto de las campanas anda muy impropio maese Pedro, porque entre moros no se usan campanas, sino atablaes y un género de dulzainas que parecen nuestras chirimías; y esto de sonar campanas en Sansueña sin duda que es un gran disparate.” (II, XXVI)

 

En la venta el Cautivo también cuenta su historia y, al terminar (I, XLII), don Fernando dice: “por cierto, señor Capitán, el modo con que habéis contado este extraño suceso ha sido tal, que iguala a la novedad y extrañeza del mesmo caso. Todo es peregrino, y raro, y lleno de accidentes, que maravillan y suspenden a quien los oye; y es de tal manera el gusto que hemos recebido en escuchalle, que aunque nos hallara el día de mañana entretenidos en el mesmo cuento, holgáramos que de nuevo se comenzara.”

Antes hablamos de la idea de verosimilitud que, como aquí se ve, no está reñida con lo fantástico: aunque los hechos maravillen y suspendan (por su novedad, por ser tan insólitos) han de resultar verosímiles.

 

Y todo esto sin olvidar como dice Sansón Carrasco en II, III haciendo referencia al hecho de escribir pero bien vale al de contar: “pero uno es escribir como poeta y otro como historiador: el poeta puede contar o cantar las cosas, no como fueron, sino como debían ser; y el historiador las ha de escribir, no como debían ser, sino como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna.”. Así pues, bienvenidas sean las historias contadas como deben ser.

 

En suma, un cuento bien contado siempre te deja con ganas de más historias, como sucede con Dorotea en I, XXXVI, donde explica cómo ha llegado a la venta: “[ella,] con breves y discretas razones, contó todo lo que antes había contado a Cardenio; de lo cual gustó tanto don Fernando y los que con él venían, que quisieran que durara el cuento más tiempo: tanta era la gracia con que Dorotea contaba sus desventuras”.

 

Bibliografía:

Cervantes Saavedra, M., Obras completas, 3 vols., ed. Sevilla Arroyo, F. y Rey Hazas, A., Centro de Estudios Cervantinos, Alcalá de Henares, 1993.

El Coloquio de los perros, o Novela y coloquio que pasó entre Cipión y Bergnaza, perros del Hospital de la Resurrección, que está en la ciudad de Valladolid, fuera de la Puerta del Campo, a quien comúnmente llaman "Los perros de Mahudes", está en el segundo volumen, pp. 893-962

 

Apéndice

SANCHO CUENTA

El cuento de las trescientas cabras en el capítulo de los batanes (I, XX)

“ -No hay que llorar -respondió Sancho-; que yo entretendré a vuestra merced contando cuentos desde aquí al día, si ya no es que se quiere apear y echarse a dormir un poco sobre la verde yerba, a uso de caballeros andantes, para hallarse más descansado cuando llegue el día y punto de acometer esta tan desemejable aventura que le espera.

    -¿A qué llamas apear, o a qué dormir? -dijo don Quijote - . ¿Soy yo, por ventura, de aquellos caballeros que toman reposo en los peligros? Duerme tú, que naciste para dormir, o haz lo que quisieres; que yo haré lo que viere que más viene con mi pretensión.

     No se enoje vuestra merced, señor mío -respondió Sancho - ; que no lo dije por tanto.

     Y llegándose a él, puso la una mano en el arzón delantero y la otra en el otro, de modo, que quedó abrazado con el muslo izquierdo de su amo, sin osarse apartar dél un dedo: tal era el miedo que tenía a los golpes que todavía alternativamente sonaban. Díjole don Quijote que contase algún cuento para entretenerle, como se lo había prometido; a lo que Sancho dijo que sí hiciera, si le dejara el temor de lo que oía.

     -Pero, con todo eso, yo me esforzaré a decir una historia, que, si la acierto a contar y no me van a la mano, es la mejor de las historias; y estéme vuestra merced atento, que ya comienzo. Érase que se era, el bien que viniere para todos sea, y el mal, para quien lo fuere a buscar... Y advierta vuestra merced, señor mío, que el principio que los antiguos dieron a sus consejas no fue así como quiera, que fue una sentencia de Catón Zonzorino, romano, que dice: «y el mal, para quien le fuere a buscar», que viene aquí como anillo al dedo, para que vuestra merced se esté quedo, y no vaya a buscar el mal a ninguna parte, sino que nos volvamos por otro camino, pues nadie nos fuerza a que sigamos éste, donde tantos miedos nos sobresaltan.

     -Sigue tu cuento, Sancho -dijo don Quijote - , y del camino que hemos de seguir déjame a mí el cuidado.

     -Digo, pues -prosiguió Sancho - , que en un lugar de Extremadura había un pastor cabrerizo, quiero decir, que guardaba cabras, el cual pastor o cabrerizo, como digo de mi cuento, se llamaba Lope Ruiz; y este Lope Ruiz andaba enamorado de una pastora que se llamaba Torralba, la cual pastora llamada Torralba era hija de un ganadero rico; y este ganadero rico...

     -Si desa manera cuentas tu cuento, Sancho -dijo don Quijote - , repitiendo dos veces lo que vas diciendo, no acabaras en dos días; dilo seguidamente, y cuéntalo como hombre de entendimiento, y si no, no digas nada.

     -De la misma manera que yo lo cuento -respondió Sancho - se cuentan en mi tierra todas las consejas, y yo no sé contarlo de otra, ni es bien que vuestra merced me pida que haga usos nuevos.

     -Di como quisieres -respondió don Quijote - ; y, pues la suerte quiere que no pueda dejar de escucharte, prosigue.

     -Así que, señor mío de mi ánima -prosiguió Sancho - , que, como ya tengo dicho, este pastor andaba enamorado de Torralba la pastora, que era una moza rolliza, zahareña, y tiraba algo a hombruna, porque tenía unos pocos de bigotes, que parece que ahora la veo.

     -Luego, ¿conocístela tú? -dijo don Quijote.

     -No la conocí yo -respondió Sancho - ; pero quien me contó este cuento me dijo que era tan cierto y verdadero, que podía bien, cuando lo contase a otro, afirmar y jurar que lo había visto todo. Así que, yendo días y viniendo días, el diablo, que no duerme y que todo lo añasca, hizo de manera, que el amor que el pastor tenía a la pastora se volviese en omecillo y mala voluntad; y la causa fue, según malas lenguas, una cierta cantidad de celillos que ella le dio, tales, que pasaban de la raya y llegaban a lo vedado; y fue tanto lo que el pastor la aborreció de allí adelante, que, por no verla, se quiso ausentar de aquella tierra e irse donde sus ojos no la viesen jamás. La Torralba, que se vio desdeñada del Lope, luego le quiso bien, más que nunca le había querido.

     -Ésa es natural condición de mujeres -dijo don Quijote - : desdeñar a quien las quiere y amar a quien las aborrece. Pasa adelante, Sancho.

     -Sucedió -dijo Sancho - que el pastor puso por obra su determinación y, antecogiendo sus cabras, se encaminó por los campos de Extremadura, para pasarse a los reinos de Portugal. La Torralba, que lo supo, se fue tras él, y seguíale a pie y descalza desde lejos, con un bordón en la mano y con unas alforjas al cuello, donde llevaba, según es fama, un pedazo de espejo y otro de un peine, y no sé qué botecillo de mudas para la cara; mas llevase lo que llevase, que yo no me quiero meter ahora en averiguallo, sólo diré que dicen que el pastor llegó con su ganado a pasar el río Guadiana, y en aquella sazón iba crecido y casi fuera de madre, y por la parte que llegó no había barca ni barco, ni quien le pasase a él, ni a su ganado, de la otra parte, de lo que se congojó mucho porque veía que la Torralba venía ya muy cerca, y le había de dar mucha pesadumbre con sus ruegos y lágrimas; mas tanto anduvo mirando, que vio un pescador que tenía junto a sí un barco, tan pequeño, que solamente podían caber en él una persona y una cabra; y, con todo esto, le habló, y concertó con él que le pasase a él y a trecientas cabras que llevaba. Entró el pescador en el barco, y pasó una cabra; volvió, y pasó otra; tornó a volver, y tornó a pasar otra. Tenga vuestra merced cuenta en las cabras que el pescador va pasando, porque si se pierde una de la memoria, se acabara el cuento, y no será posible contar más palabra dél. Sigo, pues, y digo que el desembarcadero, de la otra parte, estaba lleno de cieno y resbaloso, y tardaba el pescador mucho tiempo en ir y volver. Con todo esto, volvió por otra cabra, y otra, y otra...

     -Haz cuenta que las pasó todas -dijo don Quijote - : no andes yendo y viniendo desa manera, que no acabarás de pasarlas en un año.

     -¿Cuantas han pasado hasta agora? -dijo Sancho.

     -Yo ¿qué diablos sé? -respondió don Quijote.

     -He ahí lo que yo dije: que tuviese buena cuenta. Pues por Dios que se ha acabado el cuento, que no hay pasar adelante.

     -¿Cómo puede ser eso? -respondió don Quijote - . ¿Tan de esencia de la historia es saber las cabras que han pasado, por extenso, que si se yerra una del número no puede seguir adelante con la historia?

     -No, señor, en ninguna manera -respondió Sancho - ; porque así como yo pregunté a vuestra merced que me dijese cuántas cabras habían pasado, y me respondió que no sabía, en aquel mesmo instante se me fue a mí de la memoria cuanto me quedaba por decir, y a fe que era de mucha virtud y contento.

     -¿De modo -dijo don Quijote - que ya la historia es acabada?

     -Tan acabada es como mi madre -dijo Sancho.

     -Dígote de verdad -respondió don Quijote - que tú has contado una de las más nuevas consejas, cuento o historia, que nadie pudo pensar en el mundo, y que tal modo de contarla ni dejarla, jamás se podrá ver ni habrá visto en toda la vida, aunque no esperaba yo otra cosa de tu buen discurso; mas no me maravillo, pues quizá estos golpes, que no cesan, te deben de tener turbado el entendimiento.

     -Todo puede ser -respondió Sancho - ; mas yo sé que en lo de mi cuento no hay más que decir: que allí se acaba do comienza el yerro de la cuenta del pasaje de las cabras.

     -Acabe norabuena donde quisiere -dijo don Quijote - , y veamos si se puede mover Rocinante.”

 

En II, XXXI Sancho vuelve a contar un cuento todo embrollado y maltraído (o bien traído, según como se mire, pero cuyo mensaje resulta vergonzoso para don Quijote)

 

“A todo estaba presente Sancho, embobado y atónito de ver la honra que a su señor aquellos príncipes le hacían; y viendo las muchas ceremonias y ruegos que pasaron entre el Duque y don Quijote para hacerle sentar a la cabecera de la mesa, dijo:

     -Si sus mercedes me dan licencia, les contaré un cuento que pasó en mi pueblo acerca desto de los asientos.

     Apenas hubo dicho esto Sancho, cuando don Quijote tembló, creyendo sin duda alguna que había de decir alguna necedad. Miróle Sancho, y entendióle, y dijo:

     -No tema vuesa merced, señor mío, que yo me desmande, ni que diga cosa que no venga muy a pelo; que no se me han olvidado los consejos que poco ha vuesa merced me dio sobre el hablar mucho o poco, o bien o mal.

     -Yo no me acuerdo de nada, Sancho -respondió don Quijote - ; di lo que quisieres, como lo digas presto.

     -Pues lo que quiero decir -dijo Sancho - es tan verdad, que mi señor don Quijote, que está presente, no me dejará mentir.

     -Por mí -replicó don Quijote - , miente tú, Sancho, cuanto quisieres, que yo no te iré a la mano; pero mira lo que vas a decir.

     -Tan mirado y remirado lo tengo, que a buen salvo está el que repica, como se verá por la obra.

     -Bien será -dijo don Quijote - que vuestras grandezas manden echar de aquí a este tonto, que dirá mil patochadas.

     -Por vida del Duque -dijo la Duquesa - , que no se ha de apartar de mí Sancho un punto: quiérole yo mucho, porque sé que es muy discreto.

     -Discretos días -dijo Sancho - viva vuestra santidad, por el buen crédito que de mí tiene, aunque en mí no lo haya. Y el cuento que quiero decir es éste: Convidó un hidalgo de mi pueblo, muy rico y principal, porque venía de los Álamos de Medina del Campo, que casó con doña Mencía de Quiñones, que fue hija de don Alonso de Marañón, caballero del hábito de Santiago, que se ahogó en la Herradura, por quien hubo aquella pendencia años ha en nuestro lugar, que, a lo que entiendo, mi señor don Quijote se halló en ella, de donde salió herido Tomasillo el Travieso, el hijo de Balbastro el herrero... ¿No es verdad todo esto, señor nuestro amo? Dígalo por su vida, porque estos señores no me tengan por algún hablador mentiroso.

     -Hasta ahora -dijo el eclesiástico - más os tengo por hablador que por mentiroso; pero de aquí adelante no sé por lo que os tendré.

     -Tú das tantos testigos, Sancho, y tantas señas, que no puedo dejar de decir que debes de decir verdad. Pasa adelante y acorta el cuento, porque llevas camino de no acabar en dos días.

     -No ha de acortar tal -dijo la Duquesa - , por hacerme a mí placer; antes le ha de contar de la manera que le sabe, aunque no le acabe en seis días; que si tantos fuesen, serían para mí los mejores que hubiese llevado en mi vida.

     -Digo, pues, señores míos -prosiguió Sancho - , que este tal hidalgo, que yo conozco como a mis manos, porque no hay de mi casa a la suya un tiro de ballesta, convidó un labrador pobre, pero honrado.

     -Adelante, hermano -dijo a esta sazón el religioso - ; que camino lleváis de no parar con vuestro cuento hasta el otro mundo.

     -A menos de la mitad pararé, si Dios fuere servido -respondió Sancho - . Y así, digo que llegando el tal labrador a casa del dicho hidalgo convidador, que buen poso haya su ánima, que ya es muerto, y por más señas dicen que hizo una muerte de un ángel, que yo no me hallé presente, que había ido por aquel tiempo a segar a Tembleque...

     -Por vida vuestra, hijo, que volváis presto de Tembleque, y que sin enterrar al hidalgo, si no queréis hacer más exequias, acabéis vuestro cuento.

     -Es, pues, el caso -replicó Sancho - que estando los dos para asentarse a la mesa, que parece que ahora los veo más que nunca...

     Gran gusto recebían los Duques del disgusto que mostraba tomar el buen religioso de la dilación y pausas con que Sancho contaba su cuento, y don Quijote se estaba consumiendo en cólera y en rabia.

     -Digo, así -dijo Sancho- , que, estando, como he dicho, los dos para asentarse a la mesa, el labrador porfiaba con el hidalgo que tomase la cabecera de la mesa, y el hidalgo porfiaba también que el labrador la tomase, porque en su casa se había de hacer lo que él mandase: pero el labrador, que presumía de cortés y bien criado, jamás quiso, hasta que el hidalgo, mohíno, poniéndole ambas manos sobre los hombros, le hizo sentar por fuerza, diciéndole: «-Sentaos, majagranzas; que adonde quiera que yo me siente será vuestra cabecera.'' Y éste es el cuento, y en verdad que creo que no ha sido aquí traído fuera de propósito.”