Artículo escrito en septiembre de 2014 para el n.º 5 de la revista mexicana Oralidad y Cultura, y desarrolla una parte del estudio sobre la figura del narrador oral que tengo publicado en mi web, aquí concretamente.

 

En el libro Narrar, oficio trémulo (ed. Atuel), una larga entrevista que Jorge Dubatti realizó a Ana María Bovo, leí por primera vez el concepto “narrador espontáneo”. Este término hace referencia a esos narradores, esas narradoras, que manejan los rudimentos de la oralidad de manera natural. Un ejemplo clásico es esa persona que en toda reunión familiar acaba por acaparar la palabra y contar los sucesos y chascarrillos con gracia y buena aceptación por parte del resto de familiares, de hecho, en muchos casos, el grupo espera el momento en el que el narrador comenzará a contar.

Pero tener habilidad para narrar una historia no significa que todo esté hecho. Además de esa habilidad hay que trabajar los rudimentos de la palabra dicha y adquirir las herramientas que sostengan la historia con un auditorio, máxime si se quiere dar el salto y pasar de ser un narrador popular, o instrumental, o circunstancial... a un narrador profesional, es decir, una persona que ha hecho de contar cuentos su oficio y, por lo tanto, cobra por ello, pero también paga sus impuestos por esta labor, dedica mucho tiempo a la búsqueda y preparación de nuevos espectáculos, sigue un código ético (no copiar repertorios, no reventar los precios, respetar al público...), etc.

Pero además del aprendizaje y desarrollo de habilidades y herramientas del oficio, hay unas cuantas características que ayudan, que suman a la hora de contar cuentos y que, desde mi punto de vista, facilitan la impronta personal y el crecimiento profesional (del narrador y del colectivo). Aquí van algunas de elas

Voz. Tener voz propia para contar desde la propia voz. Huír por tanto de la copia y la imitación y buscar (esta búsqueda que nos mantiene vivos y que a veces dura toda la vida) el estilo personal. Ver a narradores que cuentan lo mismo y de la misma manera resulta fatigoso y aburrido, empobrece el oficio y agota al público. Es fundamental alimentar la originalidad, los matices, la diferencia... de cada uno. Desarrollar la propia voz significa también articular un discurso propio, coherente con la persona que narra, que dé veracidad al acto narrador y a la palabra dicha. Es más que una cuestión de honestidad (que también): se trata de la búsqueda y apropiación de la voz. Porque, no lo olvidemos,  la forma como se cuenta, también cuenta; y porque, sobre todo, el cuentista es voz. 

Mirada. La mirada es nexo entre auditorio y cuentista. Con la mirada vemos lo que contamos, mostramos lo que vemos y también vemos a quienes contamos. En este sentido Estrella Ortiz en su magnífico Contar con los cuentos (ed. Palabras del Candil) nos habla de contar cuentos como abrir una ventana, el narrador, la narradora, puede ver lo que hay al otro lado de la ventana y cuenta al auditorio qué está viendo: mientras el narrador visualice, el público también visualiza esa historia. De otra manera Pepito Mateo en su El narrador oral y el imaginario (también en Palabras del Candil) nos habla del cuentista como de un director de cine que mostrara este o aquel plano de la historia que va contando mientras cada persona del público pone en marcha el pequeño cine interior (en su cabeza: es decir, visualiza la película). 

Mirar también significa mirar al público, atender a sus reacciones, acertar en sus centros de interés y, sobre todo, mirar al público para hacerle partícipe y corresponsable de esto que sucede cuando juntos vivimos una historia.

Pero también hablamos de mirada cuando andamos a la búsqueda de historias para contar (cuentos, relatos, sucesos...). Conozco a narradores que pasan tanto tiempo contando y viajando que no dedican apenas nada a mirar. Es importante detener el movimiento, romper la rueda implacable de los días y mirar, mirar en la vida, en los libros, en las historias de tradición, para encontrar la materia narrativa que ha de alimentar la propia voz.

En suma, el cuentista, la cuentista, ha de mirar: al público, a la historia, a la vida... para poder contar.

Memoria. La memoria es el cuarto de las historias. La memoria vale tanto para la cuestión del repertorio (cuántos cuentos conocemos/contamos) como para el asunto de la urdimbre de cada historia (el conocimiento y manejo de la estructura interna de cada cuento que contamos). Igualmente la memoria nos habilita para el acopio de versos y también en el almacenamiento de "módulos" narrativos que pueden encajar en diferentes historias.

Durante muchos años pensé que la cantidad de cuentos vivos que un narrador llevaba en su repertorio era uno de los indicadores que nos ayudaba a diferenciar a un narrador profesional de otro tipo de narradores. Pero hace ya tiempo que desistí sobre esta cuestión: conozco a narradores populares con decenas de cuentos en su repertorio (hay casos conocidos de narradoras populares con más de trescientos cincuenta textos tradicionales habitando en su memoria, en su voz); y conozco a narradores profesionales con un repertorio muy corto (apenas dos horas de cuentos). Lo que sí es cierto es que un narrador con un repertorio mayor tiene más posibilidades de elección de cuentos para contar ante públicos diversos y también ante un mismo público. Y esto, no lo olvidemos, hablando de profesión, siempre es una ventaja.

Pero este concepto también hace referencia a una memoria colectiva: los narradores como parte de una tradición, como herederos de un oficio, como voz que se suma a otras voces milenarias y mantiene vivo el río de la tradición oral. Aunque hay folcloristas de la talla de José Manuel Pedrosa que hablan de nosotros y de este oficio como “un fenómeno muy interesante de neooralidad, pero no un apéndice de las tradiciones orales del pasado.”, no debemos dejar de insistir en sumarnos a ese río y beber de la tradición oral y de la propia cultura para aportar nuestro granito de arena a la pervivencia de la memoria colectiva.

Juego. Me gusta pensar en el acto narrador como en un baile: quien cuenta y quien escucha danzan juntos un mismo son. La habilidad de los dos bailarines (o de uno y otro que se deje llevar) permite que la música fluya y los pasos de baile se salgan del patrón previsto para permitir el juego. Hablo del juego y quiero decir capacidad de improvisación, contextualización, frescura (qué bueno es que el aire entre en la cámara del cuento y mueva las cortinas), dejando que el cuento fluya de forma natural acorde con el latir del público, de la historia y del propio narrador. Contar es dar carne de palabras al esqueleto de la historia, y ese fluir natural, ese alimentar de palabras la historia, nos lleva a realizar cada día un cuerpo, un cuento, con más o menos variaciones y diferencias.

El juego implica atender de manera especial al contexto en el que transcurre el cuento, dejar que ese contexto se llene de cuento y que ese cuento sea atravesado por el contexto. Esto hace que cada vez que contemos sea una primera vez, y cada narración se convierta en algo único y efímero.

Respeto. Creo que el respeto es parte fundamental del quehacer del cuentista, respeto por todos y cada uno de los elementos que entran en juego en el hecho narrativo: respeto por la historia que se cuenta (lo que implica conocerla profundamente, incluyendo al arquetipo y algunas variantes cuando se trate de cuentos tradicionales); respeto por el autor o autores diversos del texto que se cuenta (lo que significa citar siempre al autor de un texto que contamos y, cuando sea posible, consultar y pedir permiso para contar su historia); respeto por el público (es obvio pero no hay que dejar de insistir, da igual si es público infantil, juvenil o adulto, siempre hemos de tratarlo con respeto, lo que implica no apelar a lo fácil o simple, buscar en lo hondo y enriquecer nuestro trabajo, ser honestos...); respeto por el trabajo de otros compañeros y compañeras (lo que supone no copiar repertorios ni estilos: incidir en la propia búsqueda, en la propia voz...); y el respeto por el propio trabajo (respetarlo, dignificarlo, difundir la buena nueva de la palabra dicha, cooperar para el buen desarrollo de espacios y crecimiento de públicos, articularlo desde la legalidad, etc.). Respeto, siempre respeto.

Reflexión. La reflexión sobre el propio hecho narrativo, sobre lo que uno cuenta y cómo lo cuenta, y sobre lo que otros cuentan y cómo lo cuentan, alimenta la propia voz. Pero también conocimiento y reflexión sobre la narración oral a lo largo de la historia y las generaciones. La reflexión es el crecimiento continuo, es la búsqueda incesante, es vivir en la continua sorpresa. La reflexión implica también la evaluación del trabajo realizado, lo que supone un aspecto fundamental para el crecimiento del individuo narrador y del colectivo de narradores.

Creo que es fundamental reflexionar sobre nuestra labor de manera continua, máxime si atendemos a que esta profesión nuestra es un oficio artístico.

Estas son, a día de hoy, algunas de las características que considero que ayudan al empeño y desempeño de la palabra dicha. Espero que les hayan resultado de utilidad y, sobre todo, que se conviertan en una invitación a la reflexión y el debate.

Enlaces para ampliar información
Este texto desarrolla una parte del artículo que escribí en mi web: “Definición, características, clasificación... de los narradores orales” >> http://bit.ly/1tGbu9H 
Sobre el código ético de los cuentistas, una propuesta de Arnau Vilardebò >> http://bit.ly/1lcNBXn 
De la formación de los narradores orales, unas líneas de trabajo >> http://bit.ly/1pnMKS5 
Al hilo de la propia voz >> http://bit.ly/1rZ46ZZ 
Sobre cuento y memoria >> http://bit.ly/1np6Ooy
Algunas mujeres, todos los cuentos, al hilo de narradoras populares con muchos cuentos en su repertorio >> http://bit.ly/1oBRbY7 
Entrevista a José Manuel Pedrosa >> http://bit.ly/1puTIE3 
Narradores profesionales y tradición, algunas reflexiones >> http://bit.ly/1sypjIt 
Bibliografía
Ana María Bovo, Narrar, oficio trémulo, ed. Atuel >> http://bit.ly/ZiYcpK 
Estrella Ortiz, Contar con los cuentos, ed. Palabras del Candil >> http://bit.ly/1uyHuxc 
Pepito Mateo, El narrador oral y el imaginario, ed. Palabras del Candil >> http://bit.ly/1uyHuxc