Artículo escrito para la web de AEDA y publicado el 8 de marzo de 2014. Puedes verlo aquí.

 

Hoy, ocho de marzo, parece un buen día para recordar la íntima, vital relación de los cuentos y la mujeres. Más allá de las figuras femeninas emblemáticas que aparecen en miles de historias contadas (con Sherezade a la cabeza), este breve artículo pretende hacer un recorrido por algunas habitaciones y calles, plazas y patios en los que sherezades de carne y hueso alimentaban la llama de la palabra dicha. Porque las mujeres son protagonistas de la pervivencia y la revitalización de esta arte, de este oficio de contar cuentos.

mujer contando 1001 noches en 1910
Mujer contando en 1910 al estilo de Las 1001 noches. Foto tomada de aquí.

 

Memoria viva

Que las mujeres contaban cuentos es algo sabido, había muchos momentos propicios a lo largo del día para dejar que la palabra fuera dicha: ya fuese acompañando tareas, ya fuese alimentando conversaciones, ya fuese en espacios donde habitualmente se contaba... era tan común que las mujeres contaran que, como afirma Julio Caro Baroja en Lo que sabemos del folklore, se acabó acuñando la expresión "cuentos de viejas". Las mujeres eran memoria viva de la tradición oral. Por eso no ha de extrañarnos que quienes se preocuparan por recopilar cuentos tradicionales acudieran a ellas. Charles Perrault bajaba hasta las cocinas del palacio real para escuchar a las cocineras contando cuentos a las aprendizas. Los hermanos Grimm citan admirados a algunas de sus mejores informantes: Katherina Viechmännin les contó veintiún cuentos; Dortchen Wild, quince, y sus cinco hermanas y su aya otro buen puñado de ellos. También en España tenemos casos con nombres y apellidos de grandes informantes de colecciones históricas, sin duda el más significativo es el de Azcaria Prieto (1883-1970) que contó un total de venticuatro relatos a lo largo de dos días a Aurelio M. Espinosa hijo quien, en 1936, recogió acaso la más importante colección de cuentos tradicionales de Castilla*.

 Peig Sayers
Peig Sayers. Foto tomada de aquí.

De todos los casos de informantes que conocemos sin duda uno de los más relevantes es el de la irlandesa Peig Sayers (1873-1958) que vivió cincuenta años en la isla Gran Blasket. Peig contaba cuentos tradicionales en una lengua muy minoritaria en aquellos años, el gaélico, y fue ese el motivo por el que la Comisión del Folclore Irlandés se interesó por ella y por sus textos y decidió transcribir su repertorio. Peig Sayers contó más de trescientos cincuenta cuentos, relatos, leyendas... y más, muchos más textos de la tradición, hasta completar un total de seis mil páginas. Su prodigiosa memoria sirvió de puntal para la preservación de una lengua que por aquel entonces contaba con muy pocos hablantes y supuso un empuje para la revitalización de la misma.

 

Palabra viva

Pero las mujeres no se han limitado a contar en la intimidad de las casas, ellas son y han sido protagonistas indiscutibles de la revitalización de la palabra dicha. En España tenemos unos cuantos ejemplos que pueden dar fe de esto que afirmamos. La primera persona que se preocupó por recopilar cuentos de la tradición oral en nuestro país fue Cecilia Böhl de Faber (1796-1877), alias Fernán Caballero. La primera persona que habló de las posibilidades de la narración oral como un oficio, como "una profesión deliciosamente femenina" fue Elena Fortún (1886-1952); ella impartió cursos a bibliotecarias de Madrid en la década de los treinta del pasado siglo para aprender a contar cuentos; y también fue ella quien en 1941 escribió el primer manual en España del que tenemos constancia sobre cómo contar cuentos, el Pues Señor... cómo debe contarse el cuento y cuentos para ser contados. Unos años después, en 1964, Montserrat del Amo (1927) publica un nuevo libro de teoría sobre cómo contar: La hora del cuento, y sigue contando cuentos por bibliotecas y escuelas.

Ellas fueron pioneras e impulsoras de este oficio nuestro que se sustenta en decenas de nombres de mujeres: Ana Pelegrín, Blanca Calvo, Estrella Ortiz, Marina Sanfilippo, Marina Navarro, Roser Ros, Virginia Imaz, Teresa Durán, Nati de GradoClaudia de Santos, Eva Ortiz, Mercé Escardó... y cientos de bibliotecarias, maestras, narradoras que hacen, día a día, que este oficio sea posible.

Y esto no es el caso aislado de este país, en muchos otros lugares las mujeres son y han sido protagonistas indiscutibles de la revitalización de la narración oral, y como muestra aquí va un botón.

 Diane Wolkstein
Diane Wolkstein. Foto e información tomadas de aquí.

Diane Wolkstein (1942-2013) fue escritora, folclorista y, sobre todo, narradora. Entre 1967-1971 estuvo contratada como narradora oficial de la ciudad de Nueva York, y en esos cinco años puso en escena cientos de eventos de narración oral, con una media de diez espectáculos a la semana en diversos parques de la ciudad (su nómina provenía de la Comisión de Parques). Su trabajo provocó un renacimiento de la narración y despertó de nuevo el interés por esta vieja arte a lo largo y ancho de Estados Unidos. Cuando en 1971 la ciudad consideró que no podía pagar a una narradora de manera continuada, Diane Wolkstein ya había ayudado al nacimiento de asociaciones cuentistas locales, revitalizando la tradición de contar y desarrollando suficientes talleres de narracion como para que la llama de la palabra dicha no se extinguiera. Posteriormente colaboró en la creación del Centro de Narración de la Ciudad de Nueva York.

Durante sus años infatigables en pro de la narración oral instauró y consolidó la tradición de los cuentos contados todos los sábados por la mañana al pie de la estatua de Hans Christian Andersen de Central Park, hasta el punto de que la asistencia a ese evento cotidiano se ha convertido en una suerte de rito de paso para los niños y niñas de la ciudad. [Aquí puedes leer una entrevista que le hacen].

 

Las mujeres, memoria y palabra viva, tierra fértil para los cuentos, madera para la llama de la palabra dicha. Las mujeres hoy y siempre empeñadas en la pervivencia de esta arte, de este tesoro, de este oficio. Gracias. Mil y una gracias.

 

*La historia de Azcaria Prieto se recoge en un libro delicioso de José Manuel de prada Samper: El pájaro que canta el bien y el mal, en Lengua de Trapo.

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