Artículo escrito para el nº 3 de la revista El Aedo, monográfico sobre itinerarios de formación en narración oral; tardamos casi dos años en hacer este número pero valió la pena, creo que nos quedó bien completo. Echa un vistazo, puedes leerlo aquí.

Este artículo está algo más desarrollado que el que hay en la revista, y los dos primeros puntos son previos a la experiencia de mentorado, te los puedes saltar sin problemas.

 

UNA EXPERIENCIA DE MENTORADO: PEP BRUNO

 

PREVIOS

[Esta parte habla de mi propio camino como narrador. Puedes saltártela]

Comencé a contar en febrero de 1994. En aquellos años en los que daba mis primeros pasos en el mundo de la narración oral viví la eclosión de este oficio que andaba renaciendo y, al mismo tiempo, fui testigo de primera mano del crecimiento de un evento que por aquel entonces daba sus primeros pasos y que, hoy día, ha trascendido su tiempo (y su espacio, pues va mucho más allá de esta ciudad): el *Maratón de los Cuentos de Guadalajara*.

En aquellos años en los que empezaba a contar no asistí a ningún curso o taller específico sobre narración oral, aunque sí inicié, sin ser muy consciente de ello, el camino en busca de mi propia voz. Este camino, ahora lo sé, tenía tres partes bien diferenciadas: 

  • Por un lado comencé a formarme exhaustivamente, acababa de terminar la Diplomatura de Trabajo Social y me matriculé en la Licenciatura de Filología Hispánica, básicamente andaba a la busca y captura de una especie de “bibliografía esencial” y también de un mejor conocimiento y uso de mi herramienta de trabajo: la lengua. Cuatro años más tarde, una vez terminada esta carrera, hice un segundo ciclo: Teoría de la Literatura y Literatura Comparada para seguir adquiriendo conocimientos que pudieran serme útiles a la hora de contar.
  • Por otro lado, mientras iba estudiando contaba (cada vez más). Y sobre todo veía contar. Tenía, tengo, la gran suerte de vivir en Guadalajara donde, además del Maratón de los Cuentos, se celebran los Viernes de los Cuentos: aquí pude ver a muchos narradores muy diversos con muy diferentes estilos. Ver y reflexionar, contar y reflexionar. Esta es, sin duda, la segunda pata del camino que emprendí en aquellos años.
  • Una tercera vía en este proceso fue la del diálogo y el acompañamiento. En este camino no estuve solo, tuve la suerte de tener cerca gente que llevaba muchos años bregando en la animación a la lectura y, sobre todo, en espacios de narración oral. Una persona fue sin duda imprescindible para mí en este sentido: Estrella Ortiz. Estrella y yo quedábamos de vez en cuando, no muy a menudo, para charlar sobre cosas referentes al oficio y al hecho de narrar, desde cuestiones legales hasta asuntos propios del acto narrador: de repertorio, de cocina de cuentos, de centros de interés, de bibliografía interesante... Aquellos cafés que tomábamos (y seguimos tomando) en casa de Estrella o en la mía se convertían en verdaderos espacios de reflexión y crecimiento.

 

PRIMEROS AÑOS COMO FORMADOR

[Esta parte todavía no habla del mentorado, sino de mis primeros pasos como formador. También puedes saltártela]

He sido formador en ámbitos diversos: he dado clases en universidad, escuelas, cursos de monitores, etc. Vivo el proceso de formación como un continuo compartir conocimientos, reflexiones, experiencias... que nos enriquecen a todos los participantes.

Así que, de una manera “natural”, comencé a dar charlas y pequeños cursos sobre animación a la lectura y narración oral. Y sucedió que mientras más ahondaba en estos campos de formación más accesible veía explicar mi manera de afrontar y desarrollar estrategias de animación a la lectura y más complejo explicar mi trabajo con la narración oral. Es por eso que durante años prácticamente me limité a dar cursos de animación a la lectura y escritura en CPRs, universidades, bibliotecas, centros culturales... por todo el territorio. Impartí (y sigo impartiendo) cursos de, habitualmente, entre 20 y 30 horas, en los que, además de mostrar estrategias de animación trabajaba las actitudes con los libros y los principios para desarrollar estrategias de animación a la lectura con libros y situaciones diversas.

Sin embargo en 2004 me llamaron de Libertad 8 (el emblemático café madrileño) para impartir un curso de 30 horas específicamente de narración oral en una escuela de formación artística que querían poner en funcionamiento (y que no terminó de cuajar). 

El reto me pareció muy interesante, así que me preparé a fondo aquellas 30 horas a las que asistieron un grupo de unos 12 alumnos. Si bien los objetivos del curso se lograron, yo sentía que apenas habíamos empezado a trabajar de verdad. Por eso, una vez que el curso hubo terminado, les propuse continuar otras treinta horas (la biblioteca de Tres Cantos accedió a dejarnos un local y allá que nos fuimos). Por lo tanto, un curso que debía ser de 30 horas se convirtió en un curso de 60 horas y, aún así, no dejaba de sentir que faltaba todavía mucho por hacer.

Desde entonces no volví a dar formación en narración oral, apenas alguna charla o algún apartado dentro de las estrategias de animación a la lectura con unas líneas esenciales para aquellos narradores instrumentales que utilizan el cuento en sus ámbitos de trabajo (maestros, bibliotecarios...). Al menos así fue hasta que este 2013 impartí un breve curso de narración oral (20 horas) con voluntad de continuidad pero que, una vez más, me dejó con la sensación de mucho por hacer todavía y no me convenció de la bondad de este formato (el curso, el taller) para formar a narradores.

Es por eso que desde hace un tiempo me vengo planteando, en el ámbito de los cursos, impartir sólo cursos técnicos muy específicos como el que preparé para el Festival de Cuentos de Ezcaray en el que, durante ocho horas, trabajé sólo el repertorio. O algo que no sean cursos, algo como un seminario estable de formación continuada, pero eso es otro tema del que, quizás, merezca la pena hablar en otra ocasión. Porque ahora vamos a hablar del mentorado (sí, al fin).

 

MENTORADO. ASÍ EMPEZÓ TODO

La experiencia con el grupo de Libertad 8 no terminó tras sesenta horas de curso, continué teniendo contacto con algunos de aquellos alumnos que, todavía hoy y de vez en cuando, cuentan. Plantearme la formación como acompañamiento me parecía más válida, más interesante, más cercana a la manera de formarse una artesano (que eso somos de alguna manera: artesanos de la palabra). Me sentía, además, muy identificado con ella pues, de alguna manera (y sin ser muy conscientes de ello), Estrella Ortiz y yo habíamos vivido esa experiencia. Sí, habían pasado los años y recordaba nítidamente muchos de los momentos compartidos con Estrella (encuentros que, por cierto, todavía hoy en día siguen ocurriendo). Este distanciamiento en el tiempo, ver aquellos encuentros que celebrábamos con una cierta regularidad desde esta nueva perspectiva, hizo que reconociera esta parte de mi proceso de formación como fundamental. Es por eso que empecé a buscar información sobre ese tipo de formación: mentor-aprendiz. La cosa no resultó sencilla porque no era capaz de encontrar ninguna experiencia similar aquí en España y todos mis pasos (de búsqueda de información y de reflexión sobre cómo debería ser este proceso) eran bastante erráticos. Ocurría además que este era un tema que no me podía quitar de la cabeza y que me interesaba cada vez más, porque ¿cómo poder transmitir lo que has ido aprendiendo durante años en la tierra oral?, ¿cómo aportar tu granito de arena para la pervivencia de este oficio?

Hasta que un día, en mayo de 2009, en el Maratón de Cuentos de Las Palmas de Gran Canaria, escuché contar a una mujer acompañada de una niña. Contaron un cuento tradicional, y lo hicieron con una intuición y unas maneras irresistibles. En cuanto bajaron del escenario me presenté y, directamente, le dije a aquella mujer que me había gustado cómo había contado, que si quería formarse para narrar yo me ofrecía a acompañarle en ese camino. No le iba a costar nada y para mí era una manera de seguir experimentando en el ámbito de la formación y, sobre todo, una forma de devolver a los cuentos tanto como me estaban dando a mí.

Imaginaos la cara de Begoña cuando me acerqué para hacerle esta oferta: no terminaba de creérselo, y es que, en verdad, la cosa tiene una pinta rara en estos tiempos que corren.

Aun así comenzamos a trabajar juntos. Que ella viviera en Canarias y yo en Guadalajara no era, no es, un problema, al contrario, se ha convertido en una interesante ventaja como se verá más adelante.

Por cierto, en agosto de 2009 viajé a Laussana, al II FEST y allí supe, por fin, de experiencias de mentorado en otros países de Europa ¡y también en España! donde Carles García Domingo había realizado un breve mentorado; fue la oportunidad para preguntar y recoger algo de información al respecto. 

 

DÍAS DE CUENTOS

Los primeros pasos en este camino del mentorado con Begoña consistieron en asentar una base de lecturas y conocimientos que me parecían imprescindibles: algunos manuales sobre cómo contar y algunos libros de colecciones de cuentos tradicionales que le ayudé a conseguir y que le pedí que leyera. Una vez hecho esto, fui con mi mujer a Las Palmas para que se conocieran y para que fuera ella quien le invitara a venir a casa a pasar unos días sólo de cuento. Y así fue.

También en estos meses concretamente desde octubre de 2009 hasta abril de 2010 Begoña estuvo preparando algunos cuentos para contar, no muchos, dos o tres, para trabajar con más profundidad cuando estuviéramos juntos. 

Un detalle importante: en estos primeros pasos Begoña se ha apoyado tanto como ha querido o necesitado en todos los cuentos de mi repertorio: eso le daba una cierta seguridad a la hora de empezar a contar cuentos a un público.

En abril de 2010 comenzamos la primera semana de formación intensa, Begoña se vino a casa (y convivió con mi familia) durante una semana: hicimos un par de miles de kilómetros y contamos unas cuantas veces. El planteamiento era el siguiente:

  • Ella había trabajado básicamente dos o tres cuentos en Canarias que, antes de salir de ruta, habíamos comentado.
  • En cada sitio al que yo iba a contar pedía permiso para que Begoña pudiera contar un cuento en medio de mi sesión: al principio era más difícil porque había que “reconocer” al público, y al final era también peor porque el público estaba más cansado, así que decidimos que contaría en medio.
  • Ella se sentaba al final e iba tomando notas de todas las cosas que iban sucediendo en la sesión: por qué has hecho esto, por qué has dicho tal cosa, por qué pusiste la mano en la cabeza de aquel niño... o qué pasaría si en vez de esto hubiera ocurrido lo otro...
  • Una vez terminada la sesión (o sesiones si eran muy seguidas), íbamos comentando todas las dudas, cuestiones, sensaciones, emociones... Los viajes en coche se convertían en conversaciones sobre los cuentos, las cenas eran continuación de esas conversaciones, los desayunos... también.
  • Tratamos de probar con públicos variados (niños y adultos básicamente).
  • También asistimos a espectáculos de narración de otros narradores para comentar y reflexionar sobre el trabajo de otros colegas. Eso forma parte imprescindible del proceso formativo desde mi punto de vista: la reflexión crítica sobre el propio trabajo y sobre el trabajo de otros narradores.

La experiencia fue verdaderamente interesante. Fantástica de hecho. Tanto a nivel profesional (Begoña estaba aprendiendo mucho, pero yo, desde luego, también) como personal (la relación de Begoña con mi mujer y mis hijos es como de un miembro más de familia).

Desde 2010 hasta 2013 hemos repetido semanas o días de este estilo en Gran Canaria o en Guadalajara. Begoña sigue contando regularmente en la isla y yo he podido asistir a sesiones completas suyas (de niños, jóvenes y adultos).

En abril de 2013 dimos un paso más. En este momento Begoña ya contaba bien, ya había encontrado una voz propia (muy diferente a la mía, por cierto), ya empezaba a tener un repertorio propio (desgajado del mío). Ahora la cuestión era ir más allá y trabajar otros aspectos, a mi entender, más difíciles de enseñar, por ejemplo, el juego con el público, el dejar que los cuentos fluyan naturalmente y atender a lo que van demandando. La continua búsqueda de nuevos buenos cuentos. Y la reflexión crítica sobre el trabajo realizado.

 

MIS CONCLUSIONES

En todo momento lo que he pretendido es acompañar a Begoña en su proceso de formación, y nunca adoctrinar. He tratado de, ante sus preguntas, buscar con ella las respuestas o, mejor aún, nuevas preguntas.

La distancia creo que ha sido una ventaja: hemos mantenido una comunicación fluida, hemos intercambiado emails, whatsapp, libros... hasta me ha contado en alguna ocasión vía Skype algún cuento para comentarlo juntos.

Los días que ella está allá y yo acá son de trabajo solitario (este oficio tiene muchos días de esos, como sabéis), y los días que estamos juntos, son una fiesta. 

Además, en todo momento, hemos ido compartiendo nuestra experiencia, por si a alguien le resultara de interés. Aquí van unos ejemplos: 

 

Y ahora me despido y dejo la palabra a Begoña

 

 

UNA EXPERIENCIA DE MENTORADO: BEGOÑA PERERA CRUZ

 

Un día en el Maratón de Cuentos de Las Palmas de Gran Canaria, mayo de 2009, Pep se acercó a mí y me propuso acompañarme en mi proceso de formación en torno a la narración oral. Yo por aquel entonces, escuchaba cuentos en casa, contaba a un grupo de chicos con los que trabajaba, y había escuchado a Pep unas cuantas veces en los festivales que se realizan por la isla. Su propuesta era extraña, pero tan atractiva que no pude negarme.

En un primer momento mantuvimos contacto a través de correos electrónicos y teléfono, donde él me recomendaba libros acerca de la narración que yo devoraba con mucho placer. Había mucho por aprender, y a medida que descubría todo lo que rodeaba a los cuentos contados y al oficio de contar, me iba entusiasmando y a la vez me iba asustando. Es como cuando una ve desde lo lejos un cercado de árboles frutales, parecen todos iguales, pero a medida que una se acerca comienza a observar que los árboles son de diferentes tamaños, colores, formas, hay frutas variadas...

En abril del 2010, me acerqué (aún estando a miles de kilómetros, para mí fue algo muy cercano) hasta su domicilio en Guadalajara para recorrer juntos muchos kilómetros y compartir un trocito del universo que rodea a los cuentos.

Y desde entonces ha seguido siendo un aprendizaje donde la práctica y la teoría han ido de la mano, conversando, imaginando y probando posteriormente o probando y reflexionando después. Creo que es una forma más que adecuada para acercarse y aprender este oficio de narrar cuentos: acompañar a un mentor, conversar, reflexionar, escuchar, lanzar dudas, recibir respuestas, probar, equivocarme, rectificar...

Tras este viaje primero hemos seguido con el proceso de formación continuada, no solo de manera presencial, sino también a través de consultas, dudas que me surgían con algunos textos ya oralizados, información sobre bibliografías... incluso probando cuentos a través de los medios tecnológicos.

En abril del 2013, la experiencia se volvió a repetir y volví a acompañar durante varios días a Pep por los caminos de la tierra oral, como bien llama él. Para mí ha sido un auténtico regalo. Poder escuchar cuentos, contactar con otras personas del oficio, contar, equivocarme, disfrutar. Realizamos sesiones para público infantil y para adultos en espacios muy diversos: calle, colegios, cafés...

Desde el primer momento me sentí partícipe de algo muy serio que él llevaba pensando hacía tiempo y esto me hizo sentirme muy cómoda y aplicarme en la tarea. Han sido muchas horas donde hablábamos de la historia de la narración en España, de las estructuras de las sesiones, del espacio en el que se cuenta, el público, del repertorio, etc. Hemos tenido momentos en los que hemos contado juntos, en Gran Canaria o por la península y desde el 2009, me acerco hasta el Maratón de Guadalajara como una fiesta de nuestro mentorado, donde puedo conocer a otros narradores y seguir compartiendo el aprendizaje con Pep y su familia (que ahora ya es mi familia peninsular).

Con lo que me quedo, es con el respeto que ambos nos tomamos con este mentorado. Con la delicadeza con que Pep me transmite su saber, sin adoctrinamientos y con el regalo que me ha hecho: descubrir una forma de viajar junto con el público a los mundos y realidades que se construyen mientras una cuenta. 

Con total altruismo me ha descubierto el mundo de los cuentos bajo su experiencia, hablándome de lo que a él le ha servido y lo que no, dejándome equivocarme y planteándome nuevas dudas.

Siempre me ha animado a que experimente, a que pruebe todo aquello que me daba miedo: ahora mismo estoy aplicándome en la tarea de contar a niños de 0 a 3 años (leyendo mis apuntes, buscando nuevos textos, probando), y también en la actualidad estoy trabajando de lleno con los cuentos de tradición oral. Con muchas ideas nuevas y muchas ganas de seguir este camino.

Creo que, hoy en día, he encontrado mi propia voz y siento que tengo recursos para avanzar por los cuentos contados: sé dónde buscar cuentos para mi repertorio, sé cómo elegir aquellos con los que más cómoda me siento, sé organizar el texto, ampliarlo, disminuirlo... es más, disfruto con lo que hago (en el proceso de búsqueda, en el momento de contar) y contar se ha convertido en una excusa para estar relajada, emocionada y divertirme con los cuentos y el público. Y esto, hasta la última persona que escucha, lo percibe. Todo un regalo.

Y seguimos en el camino, juntos; a veces yo cojo un sendero y Pep otro, pero más adelante coincidimos en el mismo y paseamos compartiendo experiencias, reflexionando, consultando… y contando, siempre contando. Siempre alrededor de la palabra dicha.