Sergio Alberruche, Javier Ibáñez y Eduardo Rodrigo de EseDosUno, revista digital, me hicieron una extensa entrevista el 15 de noviembre de 2012 [un día después de la huelga general del 14N]. Puedes leerla aquí en su web con unas fotos estupendas de Yohana Agudo.

No está uno acostumbrado a una demorada entrevista de casi dos horas con tres periodistas, ni tampoco a leer una transcripción casi literal de la conversación (muchas entrevistas hoy en día se hacen a través del correo electrónico. De cualquier manera una experiencia muy interesante que ya podéis consultar aquí.

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Creo en la fuerza transformadora de los cuentos

 

PEP BRUNO (Barcelona, 18 de mayo de 1971, en Guadalajara desde los siete años) se siente poseedor de un “objeto mágico” que no está al alcance de muchos: la palabra. Su mundo gira alrededor de ellas y, especialmente, de las que componen los cuentos, que cambiaron su vida una noche de su juventud en la Biblioteca de Guadalajara. Cree que fueron ellos los que le eligieron a él como mensajero, y ahora, pese a los obstáculos cada vez mayores, ejerce ese afortunado designio como cuentista haciendo miles de kilómetros para revelar su extraordinaria utilidad y vigencia en tiempos convulsos. No existe un límite de edad para acercarse a ellos, la única condición es querer escuchar, un factor que los aleja de una clase política que “vive fuera de la realidad”, según Bruno, y que tendría mucho que aprender de los cuentos, porque en ellos “todo es comprensible y sabes quién es el malo”, no como en el día a día.

 

Empezamos proponiéndole un juego. Recurrimos a la estructura clásica de los cuentos, introducción (creo que será mejor principio), nudo y desenlace, para hablar de usted:

*Introducción: ¿Quién es Pep Bruno? 

Siguiendo la estructura del cuento tradicional, Pep Bruno sería un personaje; podría ser el primer hermano, porque soy el mayor, aunque el primer hermano suele fallar en los cuentos, y el segundo. Como en este cuento parece que el protagonista voy a ser yo, tendría que ser el tercero... Puedo haber nacido en Barcelona, puedo haber llegado hasta Guadalajara y aquí puede empezar la historia. Puede haber un problema, como que se cierra un teatro, o que se abre un espacio para contar cuentos, como la biblioteca. Siempre tiene que haber un ‘pero’ que desencadene el movimiento del protagonista. En mi caso los ‘peros’ pueden ser muchos porque me muevo en muchos frentes, en todos los que puedo.

* Nudo: ¿Cómo se definiría Pep Bruno a sí mismo? ¿Qué hace en la actualidad?

Yo creo que soy militante o activista de la palabra, más bien. Creo en el poder de la palabra, en el poder de la ficción, en la fuerza transformadora que suponen los cuentos y en todo lo positivo que hay alrededor del cuento. Por ejemplo, yo creo que los cuentos son ahora mismo una herramienta mucho más poderosa de lo que los poderes creen, en el sentido de que aúnan al colectivo, acercan al grupo, hacen comunidad, y que una comunidad esté junta, que los lazos estén firmes, cerrados es una herramienta poderosa y útil para hacer frente a los problemas. Así las cosas el protagonista de este cuento tiene un objeto mágico, y es que tiene palabra. Yo tengo palabra y además tengo suerte porque también tengo público que escucha y que hace conmigo las historias, por lo tanto no estoy nunca solo, y eso te hace sentirte seguro, arropado.

* Desenlace: ¿Cuál sería el final de ese personaje?
 

El final siempre es bueno. Siempre encuentras a la chica, te casas con ella, tienes unos hijos fantásticos y puedes seguir contando cuentos y puedes hacer que el río vuelva a llevar agua, que el teatro vuelva a abrir las puertas, que la comunidad viva feliz a pesar de los pesares.

¿Se define como cuentista o narrador oral? Por aquello de que cuentista quizá suene peyorativo...

De este tema hemos hablado mucho. A mí me encanta cuentista, de hecho creo que es el término que deberíamos utilizar para los que cuentan cuentos; ahora bien, ¿quién soy yo para imponer nada a nadie? Narrador oral es un término que va tomando mucha fuerza, sobre todo en contraposición de la palabra cuentacuentos, que es una palabra horrenda (de nuevo es una opinión personal), un calco semántico del storyteller inglés, una palabra redundante y, sobre todo, una palabra que no hacía falta en castellano donde ya tenemos palabras que definen lo que hacemos. Cada vez está más asignada a las sesiones infantiles. Contar cuentos para niños no es denigrante, al contrario, es una labor difícil y emocionante con la que yo lo paso estupendamente, pero cuentacuentos cada vez está más connotado como espectáculo de poca calidad. Quizá por eso, somos cada vez más los narradores que pedimos que no se nos llame cuentacuentos, que se nos llame cuentistas, narrador oral, contador de historias, cuentero… Hay muchas formas posibles. Yo, cuentista.

¿Se puede ganar la vida en España uno como cuentista?

En los años 80 el oficio resurge. Contar cuentos siempre se ha contado, pero vivir de ello no es fácil, es como todo en esta vida. Tener una habilidad para arreglar un grifo es estupendo, pero poder vivir como fontanero no es tan sencillo, porque tienes que tener unos rudimentos, unas herramientas, tienes que saber y, sobre todo, tienes que estar dado de alta legalmente, tiene que existir un epígrafe en el que tú quepas… Era un oficio que estaba inexistente, aunque había gente que contaba y que cobraba por ello desde los años 30, los 50 en España, muy pocos. Entonces en los 80 hubo un resurgir de este movimiento, empujado o ayudado por instituciones como la Biblioteca Pública del Estado de Guadalajara, con Blanca Calvo a la cabeza, como sabéis. Y, sobre todo, este resurgir del oficio vino de la mano de la renovación de bibliotecas y de la renovación pedagógica de las escuelas, que hizo que se demandara gente que contara cuentos, porque, claro,  si tú eres maestro y todos los días tienes que contar un cuento, llega un momento en que dices: ‘macho, es que no puedo’, no das abasto, porque el proceso de preparar cuentos es un proceso lento. Entonces poco a poco se fueron abriendo espacios y hubo cada vez más demanda. En los años 80 aparecieron los primeros narradores profesionales. Muchos de ellos pensaban que eran únicos, que estaban solos.

Entonces hay este resurgir del oficio, un poco impulsado por otros colectivos; no es que haya gente que conscientemente diga: ‘yo quiero contar y voy a hacer de esto mi oficio’, sino que de pronto es gente que dice: ‘es que estoy dedicando más tiempo y ganando más dinero contando cuentos que en mi otro oficio’. El ejemplo paradigmático para nosotros es Estrella [Ortiz], una narradora alcarreña, una de las decanas de los narradores en España. Ella era actriz con Fuegos Fatuos, fundadora de esta compañía, y cada vez hacía menos teatro y contaba más cuentos. Y llega un momento en que tiene que decidir y opta por los cuentos. Después de este reinicio, en los 90 hay un bum, aparece una segunda generación, entre ella estamos gente como yo, Paula Carballeira, los Albo… mucha gente. En la primera década de los 2000, ya hay narradores por todos lados, lo que resulta significativo, porque implica que hay mucha demanda y muchos espacios para el cuento. Ahora, llega la crisis, y la crisis se ceba en bibliotecas y escuelas, que son pilares básicos para el sostenimiento del oficio. Lo primero que dejan es de contratar a gente que venga de fuera para contar cuentos. Entonces, ¿se puede vivir del cuento? Se puede. ¿Bien? Bueno. Más o menos se resiste. Lo que no hay es tanta gente como antes. No es una especie de criba, de selección natural; esta crisis es ciega en ese sentido y va a por todos. O andas espabilado o buscas alternativas para diversificar tus tareas y tus puntos de actuación o la cosa está fatal.

¿Cuándo se dio cuenta de que quería ser cuentista?

Que yo cuente cuentos está íntimamente vinculado a que yo viva en Guadalajara. Por el Seminario de Literatura Infantil y Juvenil y por la Biblioteca Pública del Estado, que son territorios idóneos para la narración oral. Yo cuento cuentos porque aquí había una biblioteca que abría a las 11 de la noche para hacer los ‘Viernes de los cuentos’, que hace años no eran como ahora; se abría la biblioteca a las 11 de la noche, se hacía una queimada y quien quería iba a contar o a escuchar cuentos. A mí me parece increíble, una oportunidad insólita. Tú lo sigues contando y mucha gente dice que es una cosa muy rara. En aquella época, en el primer viernes de los cuentos mi pareja y yo vivíamos juntos y no teníamos nunca dinero, no podíamos ni ir al cine. Yo escribía cuentos para concursos literarios y recuerdo que habíamos oído por la radio que había una actividad nueva, que era: ‘van a abrir la biblioteca y quien quiera que vaya a escuchar o contar cuentos’, y yo le dije a mi pareja: “Anda, qué bien. Vamos esta noche y así salimos, y además dan queimada y unos bollitos también, vamos a venir cenados y vamos a pasar el rato”. Llegamos allí y fue increíble. Estábamos allí sentados, y de pronto, la bibliotecaria, a la que no conocíamos, dijo: “Bueno, si alguien quiere contar cuentos que cuente. Voy a empezar yo”. Lo contó ella y mi pareja y yo nos miramos como diciendo: ‘esta tía ha contado un cuento aquí a todo este grupo de gente...’. Después todo el mundo aplaude y ella dice: “Venga, ¿alguien quiere contar otro?” Y salta uno: “Pues yo”. Pensamos: ‘¿este tío también va a contar un cuento?’ Nos quedamos… Entonces todo el mundo iba contando, y entonces le dije a mi mujer: “Mira, ¿sabes qué? Yo voy a contar uno”. Y ella me dijo: “¿Que vas a contar un cuento?”. “He escrito uno esta tarde y lo voy a contar. Por un lado me sentía obligado y por otro sentía que me picaba la nariz, no sé… Entonces conté un cuento, y la gente se quedó incluso un poco parada, de no aplaudir. Y yo pensé: ‘he metido la pata, no sé lo que ha pasado aquí’. Me acuerdo que mi mujer me decía: “Anda, siéntate, siéntate…”. Y luego ya empezaron a aplaudir y pensé: ‘ah, qué bien’. Y antes de terminar conté otro cuento inventado sobre la marcha y también resultó fenomenal. 

Y al terminar, se me acercó Blanca, la bibliotecaria, y me dijo: “¿Tú quién eres?”. “¿Yo? Uno que pasaba por aquí”. “¿Por qué no vienes mañana por la mañana y hablamos?” Me pasé al día siguiente por su despacho y ya tenía una pila de libros preparados para mí y me dijo: “Toma, tienes que leerte esto. Tienes que entrar en el seminario, te tengo que presentar a gente…”. Me leí esos libros, que me parecían todos fantásticos, diez o doce libros de autores que no conocía de nada. Y aquello fue como: ‘caray, he estado dando golpes hasta que he encontrado el hueco en la pared para encontrar el camino’. Me fue presentando a la gente del seminario, conocí a Estrella, y ella ha sido de alguna manera mi maestra. Siempre ha sido alguien con quien he podido hablar sobre los problemas o las dudas que tenía con los cuentos. Esto es una cosa compleja, porque ¿con quién hablas de estas cosas? Es un oficio todavía muy minoritario.  Yo empecé contando así. Y al cabo de un tiempo un día me llamó Eva, la bibliotecaria de Azuqueca, para contar allí, y conté, ¡y me pagaron!, luego me llamaron de la biblioteca de al lado… Yo estaba estudiando, trabajaba y al mismo tiempo cada vez tenía más llamadas para ir a contar. Y entonces llegó un momento en que ya no podía: o estabas haciendo la edición crítica de las Obras Completas de Borges o estabas contando. No podía hacer las dos cosas, y un día yo decidí contar. En realidad, yo no creo que yo haya elegido contar cuentos. Esto suena un poco raro, pero yo creo que los cuentos deciden en quién se apoyan. Ellos no solo perviven en nosotros, sino que nos sobreviven.

¿Los cuentos tienen una edad ideal? ¿Qué público es mejor: los niños o los adultos?

No hay una edad. El público ideal es el público que quiere escuchar. Yo disfruto igual contando a niños, a jóvenes, a adultos, a mujeres, a ancianos… me da lo mismo, siempre que sea un público con ganas. A veces hay públicos ‘cautivos’; tú vas al colegio y no se pueden ir, o al instituto. Muchas veces la actitud en el instituto es como de ‘bueno, vamos a ver, viene este ‘pollo’ aquí a contarnos unos cuentos…’. Claro, querían escuchar pero no lo sabían. Hasta que no empiezas a contar no se dan cuenta de que eso que estás contando está muy cerca de sus centros de interés. La clave es que para cada público yo tengo que manejar unos repertorios distintos, eso es lo complejo. Yo soy un narrador que vive de esto, no puedo llegar delante de un público de chavales de 17 años y ponerme a contar, yo qué sé… El medio pollito. El trabajo mío tiene que tener mucho soporte si quieres hacer de esto tu oficio.

¿Qué le parecen como público los políticos actuales? ¿Qué cuento les contaría, si tenemos en cuenta que viven del cuento?

Como he dicho antes, el público bueno es el que quiere escuchar. Obviamente, los políticos de hoy son un público nefasto, un público que no está dispuesto a escuchar por más que cuentes, que clames, que cantes, que te quejes… Viven en otra realidad que no tiene nada que ver con la nuestra. Y no estoy hablando de un partido en concreto, estoy hablando de los políticos. Este es un público duro. Cuando te enfrentas a un público así, que está ahí y que no quiere escuchar, la sesión de cuentos es horrible. Es como bailar. Imagínate que estás en la plaza del pueblo y quieres bailar con una chica o chico que te gusta mucho. Aunque los dos no sepáis bailar, pero queréis bailar, lo vais a pasar bien. Pero si, aunque yo sepa bailar, tú no quieres bailar de ninguna de las maneras, es como bailar con un tronco, no hay manera. Los políticos de hoy son así, no quieren bailar. No se dan cuenta de que nosotros somos la pareja de baile. Y no son los que viven del cuento; el que vive del cuento soy yo [ríe]. Ellos viven de otras cosas, y en teoría deberían hacer su trabajo, y su trabajo es servir. Pero no servir a las instituciones ni a los empresarios ni a los bancos, sino servir al pueblo, que es el que los ha puesto ahí. Creo que están muy fuera de la realidad. Ayer [miércoles 14 de noviembre] hubo una manifestación y una huelga general, y nuestro delegado del Gobierno dijo que había 3.000 personas. ¿En qué mundo vive esa persona? Ayer en Guadalajara yo no pude contar una a una, pero yo he ido a muchas manifestaciones, y es una de las más masivas de la historia de la democracia en Guadalajara. Hay medios que hablan de 15.000. Yo no lo sé, pero desde luego 10.000 había. Y el delegado dice 3.000. ¿A quién está diciéndole eso? ¿Es que los políticos no se dan cuenta de que hay un clamor, de que hay gente hablando? ¿O es que creen que somos idiotas o nos quieren engañar? ¿O es que no saben contar? A lo mejor es eso, y por eso el informe PISA da estos datos que da, que tenemos problemas en matemáticas. A lo mejor es que lo hacen midiendo las capacidades numéricas de los políticos que tenemos en España. Es una cosa asombrosa. Por lo tanto, y volviendo a tu pregunta: sí, son un mal público.

La situación de crisis que se vive actualmente en España, ¿es un buen o un mal cuento? 

Las crisis siempre son buenas. Yo parto de esa premisa, porque las crisis son motores de cambio. Desde luego, hay cosas que están mal. Por ejemplo, está mal esta democracia que tenemos tan extraña, con esta Ley d’Hondt tan extraña, con estos políticos tan extraños. Entonces, a lo mejor, quién sabe, la crisis está sirviendo para que la gente se movilice, actúe, trabaje, reaccione, sea responsable, y quizá todo esto desemboque en un cambio. Las crisis son buenas, lo que pasa es que son una puñeta mientras duran porque lo pasas mal, la situación es fastidiada. Imagínate, si no tienes dinero para comer; hay gente que está siendo desahuciada, ¡gente que se suicida! Pero la crisis tiene que acabar, y cuando acabe, la cosa tendrá que estar mejor.

¿Tendrá un desenlace feliz?

Siempre, siempre. A lo mejor pensamos: ‘el desenlace está ya’. No, porque si no ha salido bien, seguramente es solo un paso más dentro de la misma estructura interna de la crisis. En principio la crisis tiene cosas incluso positivas. Por ejemplo, creo que la actitud de la gente ha cambiado mucho con respecto al dinero, o al consumismo, a cuestiones que antes no nos planteábamos mucho: con respecto a la manipulación, a los medios. Esto hace que la gente reflexione, y eso es bueno. Cojamos lo positivo de la crisis. 

¿Quién está contando o escribiendo la crisis: los ciudadanos, la gente de a pie, o los políticos?

La historia siempre la escriben los que han vencido. Los políticos siempre han tenido un altavoz, pero eso no les da derecho a utilizarlo mal. El pueblo los ha puesto ahí para que administren lo público, para que mejoren nuestras vidas. Que utilicen los medios y ese altavoz para otras cosas es ilegítimo. Ganar unas elecciones no quiere decir un cheque en blanco, solo que tienen cuatro años de trabajo durísimo, bregar con la situación que hay y escuchar al pueblo. Yo puedo entender que haya que tomar medidas drásticas, por ejemplo: ‘se tienen que bajar estos beneficios sociales, se tiene que recortar aquí, nosotros somos los primeros en dar ejemplo…’. Y también hay que cuidar la cuestión formal; no puedes decir: ‘se recortan los derechos de los parados’ y al mismo tiempo decir: ‘que se jodan’. Eso no lo puedes hacer, eso es un desprecio completo y absoluto, eso es vivir fuera de nuestra realidad. Que se usen los medios para tergiversar, manipular, falsear, engañar... es algo que los políticos deberían perseguir, no alimentar y, desde luego, no ejercer. 

Con la situación actual, y recurriendo a uno de sus cuentos (Cuento para contar mientras se come un huevo frito), ¿en la actualidad podría Juan, su protagonista, comerse el huevo frito o el alcalde o el rey se lo quitarían a Juan y el cuento tendría que tener otro final?

Ese es el primer álbum que publiqué, y me acuerdo de que cuando salió me llamó mi tía, que fue la que hizo la traducción al catalán, y me dijo: “Me ha sorprendido mucho que todo el mundo le manda al rey en este cuento”. En ese sentido, la ciudadanía tiene unos políticos para que ejecuten y para que vaya la cosa en ese sentido, en beneficio de toda la comunidad. Ellos son los que hablan, es la gallina, es la tía, es la abuela, los que van diciendo: ‘no, hagámoslo así’, y al final el alcalde, el rey son los que obedecen y hacen. Lo que no sé no es si Juan se comería el huevo, ¡sino si el huevo llegaría a Juan! [risas] tal como está ahora mismo el cuento, porque entre el alcalde y el rey ya habría que poner por lo menos un banquero, que diría: ‘¿dónde va un huevo entero para el niño?’. El alcalde cogería medio huevo, y el rey se quedaría con las cáscaras… Y cuando fuera Juan, le dirían: ‘no…, que había un huevo… Que si tenías hambre, pues que sepas que estaba riquísimo’…

Usted participó recientemente en la programación en contra del cierre del Teatro Moderno de Guadalajara. Se cierran teatros, se sube el IVA… Como narrador oral, ¿qué le parecen los recortes que está sufriendo la cultura en España? 

Puedo hablarte en vez de como narrador como autónomo, porque yo soy autónomo. Yo llevo años promoviendo entre otros narradores que tengamos una situación legal, porque nosotros vivimos en muchos casos de lo público, de bibliotecas, escuelas, teatros... que te contratan. Entonces, es conveniente pagar impuestos; yo soy un fervoroso defensor del pago de impuestos, porque me encanta ir por las carreteras. ¿Qué es lo que está pasando ahora? Que ahora me han subido los impuestos del 8% al 21%, que es una subida demencial. Antes de empezar a contar, un 42% de mi facturación es para el Estado. Para mí no hay problema, como si fuera un 60%, siempre que eso revirtiera en lo público. Si yo pago un 60%, y a cambio mis hijos tienen un colegio bilingüe público, una universidad fantástica con los mejores profesores y los hospitales son los mejores, no el 60, yo doy el 80%  de mis impuestos. Pero no, yo estoy dando un 42% y además todos los servicios públicos están recortados. Lo que tienen mis hijos es cada vez peor. Mi mujer se tiene que operar de las manos, es profesora y obviamente no tener las manos bien le afecta a la hora de hacer su trabajo. Si está de baja, no va a cobrar, tendrá que ir a clase sin poder coger tizas ni a los niños de infantil, que no son dos ni tres, que pueden ser 29. Esta es la educación pública que nos están dejando. Ella ha estado muy pocas veces de baja, pero ahora se tiene que operar. Además, la operación no es de ahora, lleva meses en lista de espera. Después de la operación, por los tres primeros días no va a cobrar nada, luego le van dando un poquito, y hasta los 21 días no cobras tu sueldo. Entonces, ¿qué pasa? Que cada vez hay más profesores que van con fiebre o con gripe a dar clase o a lo que sea. 

Yo quiero pagar impuestos, pero no quiero ver que a cambio lo único que se hace es dar dinero a la banca. 50.000 millones para Bankia. Yo no soy economista, no tengo ni idea, pero un tipo como yo piensa: ‘con 50.000 millones, si los repartimos entre todos, yo me quito la hipoteca, e igual que yo, el resto’. Y de pronto el banco tiene 50.000 millones y nosotros estamos sin hipotecas. Pero claro, se dice: ‘eso no se puede hacer, cómo se va a poder hacer…’. Sí se puede dar dinero al banco, pero a nosotros no. Y ese dinero y esa deuda que se genera sale de nuestros impuestos, de nosotros, los ‘curritos’. Porque los tipos que tienen mucha pasta tienen muchas formas de no pagar impuestos. No sé, es complejo, no como en los cuentos donde todo está bastante natural, organizado, comprensible, y aquí, en nuestro día a día, no. Además, en los cuentos el malo sabes quién es; no tiene dobleces, el malo es malo y el bueno es bueno. No hay equivocación para el que lo escucha, no como aquí.

Respecto al cierre del Moderno, acaba de salir la campaña de captación de socios para evitar su cierre. ¿Cómo se puede animar a la gente en estos tiempos que corren para que se sume a la causa?

Creo que conseguir que una asociación popular como la Asociación de Amigos del Moderno se hiciera con la gestión del teatro sería una pequeña victoria muy simbólica. Solo por eso ya merece la pena. Nosotros vivimos el cierre del Teatro Moderno como un mazazo. Ya el año pasado, el cierre de ‘La linterna mágica’ para mis hijos fue increíble. Ellos llevaban años yendo y en ese programa proyectaban películas de la historia del cine, mudo, en blanco y negro… fantásticas. Han hecho críticos, niños capaces de ver y comprender cine, no solo comercial, una experiencia que no había otra forma de acceder a ella. Cuando cerró, mis hijos se quedaron anonadados, y al empezar esta movilización, ellos fueron los primeros en sumarse. De hecho, ayer mismo estuvieron en casa haciendo un corto para animar a la gente a hacerse socia. Yo creo que solo por beneficio democrático, por lo que lleva de carga simbólica, merece la pena intentarlo. Si lo conseguimos, es como lo que parece que está pasado ahora mismo, y salvando las distancias, con los desahucios, donde la movilización del pueblo ha servido para que los políticos se pongan en marcha.

Precisamente, el día de su actuación contra el cierre del Moderno narró un cuento de Caperucita Roja que acababa con la niña devorada por el lobo. ¿Por qué en general los cuentos suelen tener un desenlace edulcorado?

No todos. La versión que conté el otro día es la más antigua que conocemos, la  que recogió Perrault. Desde hace muchos años, esta peste de lo políticamente correcto va inoculándose en todos los estratos de la sociedad. Pero no es de ahora; la versión de los hermanos Grimm 50 años después ya es distinta, ya aparece el cazador. ¿Por qué? Porque ‘uy, pobre Caperucita, que se la come el lobo, pobrecita...’. ¡Cómo que pobrecita, vamos a ver…! [risas]. ¡Si ha desobedecido a la madre! Si tú a tu hijo le dices: ‘no cruces por la calle o ve por el paso de cebra’ y no te hace caso, le van a atropellar y le van a matar. Lo que tiene que estar es entrenado para la vida. Por eso es importante que la tragedia suceda en la ficción, porque así cuando llega a la vida uno está preparado. Por eso los cuentos nos construyen, nos ayudan a formarnos. Si un día llega un lobo por la calle, sabes cómo actuar. Si haces que la ficción no sea trágica, sino que sea ‘Disney-happy-flower’, pues en vez de entrenarte para la vida, sirve para desentrenarte y decir: ‘lo que mola es la evasión’. No se trata de evadirte;  sí es verdad que a veces sirven para eso, pero también para que cuando has visto una buena peli, salgas y rumies, para alimentarte. Entonces, a Caperucita hay que comérsela. Los niños tienen que saberlo.

Usted publica en su Twitter (@pep_bruno) cuentos diarios en apenas 140 caracteres. ¿Se atreve a contarnos uno ahora mismo?

En realidad son 130, porque tengo que poner el hashtag [#CuentoPB]… Si queréis os cuento el de ayer. Decía: “El político en su despacho oía al pueblo rugir. Pensó q era el mar rompiendo las olas, pensó q iba en un barco, pensó q no naufragaba”.

¿Cómo es la experiencia de contar un cuento en 130 caracteres?

Los cuentos tuit son para mí una experiencia estupenda, porque es un juego, es como gimnasia. A pesar de todos los frentes que hay abiertos, que si el Teatro Moderno, que si la crisis, las huelgas, las manifestaciones, el trabajo… porque yo ahora trabajo para trabajar. Te pasas horas, horas y horas pensando proyectos, desarrollando programas, enviando propuestas. Y a veces los mandas a 50 bibliotecas y una te dice que sí, muchas te dan las gracias pero te dicen: ‘no tenemos dinero’… Y a pesar de todo eso, siempre tengo un momento al día, aunque sea pequeño, de sentarme y decir: ‘bueno, hoy un cuento’. Y es alegre. Es una cosa muy gratificante porque en realidad es lo que me gusta. Contar y escribir es lo mío. Más que manifestarme y dar mis opiniones, o hacer mis facturas trimestrales o estar de huelga… Y es el mejor momento. Además, a mí me da músculo, no dejas de escribir. Yo antes publicaba un cuento semanal en El Decano, esa revista que hemos tenido durante años en Guadalajara. Escribí este cuento semanal durante 17 años. Me ponía todos los domingos a escribir y me llevaba dos o tres horas, pero era el mejor momento de la semana. Ahora ya escribo mis cuentos para publicar, pero no tengo tanto método como antes; en cambio ahora con los cuentos tuit he recuperado esto de que todos los días, aunque sean 10 minutos, tengo que sentarme. Y eso es lo que hago, porque escribir el cuento no es que te caiga en la cabeza, sino que tienes que sentarte, parar.

Le vamos a proponer otro juego con personajes característicos tradicionalmente de los cuentos. Usted nos tiene que decir qué persona real en la actualidad podría interpretar ese personaje de cuento y por qué. Vamos allá:

* El príncipe: El príncipe se supone que tiene el poder, y simboliza además esa cosa positiva. Pues sería el pueblo.
* La princesa: Depende, hay princesas y princesas. Hay una princesa a la que le gustaría casarse con tres maridos, y acaba casándose con los tres. Es un cuento tradicional maravilloso, esa princesa mola [risas]. Es complicado, estos personajes son un poco ambiguos…
* El lobo: El lobo está muy definido, siempre es malo. El mercado es el lobo. En realidad, si te fijas, el lobo no hace nada más que lo que tiene que hacer, no es que sea malo, sino que se come a la gente. El problema del mercado es que lo hemos creado nosotros y le hemos dicho: ‘ponte a funcionar’. Le hemos dado tanto poder…
* La madrastra: Es la que siempre actúa con doblez, el personaje que más antipático ha evolucionado. Tiene un claro papel, es mala y actúa por propio interés. La madrastra hoy son los políticos. Quiere acabar con Blancanieves y, sin embargo, al final es la que muere.
* La bruja: El banquero podría ser la bruja, no tanto en el sentido tradicional del cuento, sino en el que le dio Roald Dahl, estas brujas que aparentemente eran muy atractivas, pero que cuando te descuidabas te comían o convertían a los niños en ratones. ‘Estamos con vosotros. ¿Tenéis hambre? Coged chocolate de la casita, no hay problema’, y cuando entran dentro, ¡ra! ¡Al horno! [risas]. Además los bancos, igual que las madrastras, son insaciables.

¿Qué es lo que tiene que tener el cuento perfecto?

Tiene que tener unos personajes bien definidos, que tengan muy claras sus motivaciones, es decir, el ‘pero’ del que hablábamos antes; eso pone al personaje en funcionamiento y ayuda a que tenga una acción bien definida; y una trama fantástica, por supuesto con una resolución redonda. Si consigues todo eso, has hecho el cuento perfecto. Claro, es difícil.

¿Se puede educar en los valores adecuados a los niños a través de los cuentos? ¿Debería ser una de sus máximas?

Los cuentos, ya lo decían los clásicos en Grecia y más allá, hablaban del cuento como algo que servía para educar deleitando. Transmitir valores, conocimientos, y entretener, emocionar… Estas son dos funciones, pero hay muchas más. Por ejemplo, trabajar la memoria. La memoria es importante. Si no sabes quién eres o cómo has llegado hasta aquí no te importará perderlo. No te importará que se desmonte la sanidad si no sabes lo que ha costado tenerla. Por eso es tan polémico el tema de la memoria histórica. Los cuentos trabajan mucho la memoria, trabajan la imaginación, y la imaginación es importante porque hace que tú seas capaz de ver otro mundo posible, una salida distinta a la que te están proponiendo. Es distinta a la fantasía, porque con la fantasía te evades, pero la imaginación sirve para transformar. La memoria y la imaginación juntas hacen la creatividad, haces cosas nuevas, aportan valores, dan vocabulario, que parece una tontería, pero las palabras lo son todo. ¿Qué son las ideas? Palabras. Si no eres capaz de organizar las palabras, no tienes ideas. ¿Qué son los sentimientos? Si tú no eres capaz de expresar lo que sientes, no sientes. Tener un vocabulario amplio te da un mundo grande, dentro y fuera. Cervantes, en su lengua habitual, utilizaba unas 25.000 palabras; sin embargo, hoy en día la gente utiliza unas 2.000 o 3.000 palabras. Paradójicamente, el mundo de Cervantes era más grande que el nuestro. O sea, que los cuentos alimentan, pero hacen más cosas. La estructura interna de un cuento es exactamente igual a la estructura interna del pensamiento. Entonces, cuanto más cuentos, más ejercicio estás haciendo y más músculo tienes para pensar. 

¿Qué es lo que se hace? Se arrincona toda la ficción. Nos estamos alimentando ahora de una ficción que viene de fuera adentro. La ficción de la televisión, por ejemplo, es una ficción colonizadora, son imágenes que entran y ya no te las puedes quitar de la cabeza. Siempre pongo el mismo ejemplo: si yo te hablo de Mc’ Donalds, tú ves el logo de Mc’ Donalds. No lo veas, no veas Mc’ Donalds. Es imposible, estás colonizado. Sin embargo, la ficción de los cuentos trabaja de dentro hacia fuera, trabajas tú y eso se proyecta hacia fuera. Eso es mucho mejor, es más sano, te hace crecer. Además, los cuentos crean comunidad, etcétera, etcétera… Los valores son muchos, y educar es uno de ellos, de los más importantes, por eso hay que tener cuidado también, porque hay cuentos que son fantásticos para contar, pero la transmisión de valores que hace a lo mejor no es la misma que la de los valores en los que tú crees. La selección previa que tú haces en casa es laboriosa para conseguir que los cuentos que tú cuentes de alguna manera piensen como piensas tú. 

Para terminar, ¿qué cuento le contaría a Rajoy esta misma noche? 

Creo que el cuento tuit de ayer que os he dicho antes estaría muy bien para Rajoy. De todas formas, los políticos y en general todo el mundo estaría bien que leyéramos, contáramos, escucháramos más cuentos. Yo ahora estoy empeñado con los cuentos de Esopo. Yo colaboro en la SER y todos los lunes cuento un cuentecito de Esopo, y es sorprendente lo que contaban, porque hace unos años esos cuentos no me llamaban la atención, pero en la situación que estamos viviendo ahora te das cuenta de que esta sociedad, que ha ido creciendo, se ha tenido que sostener en muchos cuentos que han ido imaginando otras posibilidades y te van alertando de los peligros. Por ejemplo, muchas veces en estos meses cuento en la redes sociales: ‘hemos puesto a la zorra a gestionar el gallinero, quien no cree en lo público está dirigiendo lo público, se están comiendo las gallinas’. Todo esto son cuentos de Esopo. Este pasado lunes contaba un cuento de unas ranas que quieren un rey. Zeus les manda un madero. Lo tira a la charca y todas se esconden. Luego ven que el madero no hace nada, se acercan, suben al madero, dicen: ‘este rey es una porquería’ y le dicen a Zeus: ‘que no, que queremos un rey’. Entonces Zeus, enfadado, les manda una cigüeña, y cuando llega la cigüeña, pues ‘ñaca-ñaca-ñaca’, se come a todas las ranas. Y acaba la moraleja diciendo: es mejor tener un político tonto que no haga nada, que un político malo, que se come al pueblo. Esto lo leemos hace cinco años y decimos: ‘qué cuento más estúpido’; sin embargo lo ves ahora y dices: ‘caray con Esopo, qué moderno es a pesar de tener 2.500 años’. 

¿Y a Ángela Merkel? Y en un plano más concreto, ¿a María Dolores de Cospedal? ¿También alguno de Esopo?

Sí, yo ahora soy devoto de Esopo. Sabes que se acerca una zorra al redil donde están las ovejas y ve un corderito y piensa: ‘hum, este cordero me lo voy a comer’. Y cuando está justo al lado del corderito se acerca el perro y le dice: “¿Dónde vas?”. “Uy, aquí con este corderito tan estupendo. Le acaricio, le cuento cuentos, estoy con él, le acaricio…”. Y le dice el perro: “Pues como no te vayas de aquí te voy a dar yo caricias de perro”, que es un poco lo que necesitan saber los gobernadores, que no está solo la zorra ni estamos solo los corderos, también hay perros dentro del corral. Hay gente que no quiere que las cosas sigan así, y que como sigan así van a recibir caricias de perro. ¿Hasta cuándo vamos a aguantar?

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