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Artículo escrito en septiembre de 2011 para CLIJ, Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil. Salió publicado en el n.º 244 (nov-dic2011) y es un resumen (muy muy resumido) del estudio que tenéis en la web sobre UNA HISTORIA DE LA PROFESIONALIZACIÓN DE LA NARRACIÓN ORAL EN ESPAÑA

También podéis ver la noticia en el blog (con algunas fotografías) de la aparición de este artículo.

 

 

LA NARRACIÓN ORAL EN ESPAÑA

UNA BREVÍSIMA HISTORIA DE LA PROFESIONALIZACIÓN DE LA NARRACIÓN ORAL EN ESPAÑA

 

Previo. Hay alguien contando cuentos

Los cuentistas, andariegos portadores de historias y palabras, recorren de nuevo los caminos y traen con ellos su carga de cuentos para contarlos en plazas, bibliotecas, escuelas, cafés, teatros... el viejo oficio de contador de cuentos ha vuelto y no es difícil que muchos de quienes están leyendo este artículo (¿quizás usted mismo?) hayan escuchado a algún narrador profesional contando historias.

El resurgimiento de este oficio y su profesionalización ha sido un camino largo y complejo que comienza a mediados del S. XIX con la revalorización del cuento contado por parte de estudiosos, escritores y folcloristas. Más tarde, en los años treinta del pasado siglo, llega a España la hora del cuento, actividad que ya se estaba desarrollando exitosamente en otros países del norte de Europa y América. También en el S. XX, pero a finales de los sesenta y principios de los setenta, se inicia una renovación pedagógica que permitirá la entrada del cuento en las aulas y en los currículos, será un nuevo paso, decisivo, para afianzar este oficio. Así, a principios de los ochenta podemos encontrar un pequeño grupo de narradores orales profesionales, personas formadas en campos diversos (maestros, actores, libreros, animadores...) que hicieron de contar cuentos su profesión. Desde aquel grupo de pioneros hasta nuestros días han ido cambiando muchas cosas: han proliferado festivales, maratones, circuitos y programaciones (más o menos) estables de narración; han surgido nuevos narradores, talleres de formación y reciclaje, publicaciones, asociaciones, webs, etc., y también ha aparecido un público habitual (y crítico) que sabe a qué va cuando asiste a una sesión de cuentos.

De este camino que nos ha permitido el resurgir del oficio, de su situación actual y de los retos que tiene que afrontar voy a hablar a lo largo del presente artículo.

 

Los folcloristas. La revalorización del cuento contado

El cuento contado ha estado siempre abrazado al ser humano y su presencia ha sido constante en sus días y en sus noches. Quizás esta habitual presencia del cuento contado hizo que durante muchos siglos fuera considerado algo poco relevante o sin importancia. Sin embargo, a principios del siglo XIX el Romanticismo recorre Europa y de su mano comienza a revalorizarse el cuento tradicional y la narración oral. Esta corriente interesada por el folclore no llega a España hasta pasada la mitad del siglo, y será Cecilia Böhl de Faber (que firmaba con el seudónimo de Fernán Caballero) quien publique la primera recopilación de cuentos tradicionales, se trata de los Cuentos de encantamiento que hoy se pueden conseguir en la edición de José J. Olañeta.

Unos años más tarde, Antonio Machado y Álvarez (que usaba el seudónimo de Demófilo) consigue reunir a un grupo de entusiastas y estudiosos y pone en marcha la colección de la Biblioteca de las Tradiciones Populares, que llegó a publicar once tomos entre cuyos contenidos se encuentran algunos cuentos tradicionales. Pero tras la muerte del padre de los Machado el impulso tomado se detiene.

Hay que esperar unos cuantos años, ya iniciado el S. XX, para que de nuevo el gusto por la tradición y el empeño por preservar los textos tradicionales alcance a tocar a entusiastas y estudiosos. Este nuevo empuje viene de la mano de Menéndez Pidal y sus dos proyectos estrella: la recogida del romancero (culto) y la elaboración del ALPI. Aprovechando estas sinergias aparecen algunas colecciones de cuentos como la de Marciano Curiel Merchán, Aurelio del Llano, Constantin Cabal... pero sobre todo destacan las dos colecciones que, a día de hoy, siguen siendo referente imprescindible en la historia de las recopilaciones de cuentos tradicionales en España, se trata de las colecciones de cuentos recogidas por dos norteamericanos: en 1920 por Aurelio M. Espinosa, padre: Cuentos populares españoles (recientemente reeditados por el CSIC en 2009); y en 1936 por Aurelio M. Espinosa, hijo: Cuentos populares de Castilla y León (también en el CSIC, edición de los años ochenta). Estas colecciones, además de ser importantes por la calidad de los textos recogidos y por la cantidad y variantes de los diversos tipos de cuentos, también lo son porque inician la etapa cientifista de los recopiladores de cuentos en España, la mayoría de los cuales, a partir de la publicación de estas colecciones, seguirán el modelo de la Escuela Finlandesa y la ordenación de los cuentos según el Catálogo Tipológico de los Cuentos Folclóricos.

Tras la Guerra Civil aparecen algunas colecciones, pero no es hasta más adelante, con Julio Caro Baroja y un grupo de animosos eruditos que reúne a su alrededor en el CSIC, cuando por fin se da un paso definitivo para que la recopilación del folclore se haga de manera científica y cuidadosa. Aparecen estudiosos como Julio Camarena Laucirica, y Maxime Chevalier, quienes pusieron en marcha el primer catálogo tipológico del cuento folclórico español, una empresa titánica que, todavía hoy, sigue inacabada (con dos volúmenes publicados en Gredos, otros dos publicados en el CEC y dos más inéditos).

 

De este modo el cuento tradicional dejó de pasar desapercibido y a lo largo de estos años se convirtió cada vez más en objeto de cuidado y estudio. Este empeño por preservarlo y estudiarlo ha ido parejo a su paulatina desaparición. Los cuentos han sido siempre “rellenadores de tiempo”, las largas noches de invierno al amor de la lumbre y las noches de verano en busca de la marea eran lugares propicios para el sucedido y la charla, para el cuento y el chascarrillo. Hoy hay demasiados “rellenadores de tiempo” en competición y los cuentos tradicionales, que precisan de una implicación activa de todos aquellos que lo comparten (narrador y público), languidecen en las gargantas de sus viejos portadores, sin que nos demos cuenta de todos los demás valores que acompañan al cuento contado (además de “rellenar tiempo”) y que no se encuentran en otros competidores.

 

La hora del cuento. Las bibliotecas, la escuela, los libros

En los años treinta del pasado siglo Elena Fortún (seudónimo de Encarnación Aragoneses Urquijo) escritora de libros para niños y niñas, también comienza a contar en la hora del cuento a público infantil y juvenil. Era gran conocedora del folclore y de la literatura de tradición oral, y su destreza narrando historias le lleva a impartir charlas sobre narración oral a bibliotecarias interesadas en esta incipiente actividad.

Con el estallido de la Guerra Civil Elena Fortún emigra a Argentina donde reúne su conferencia sobre narración oral y los cuentos tradicionales que cuenta (clasificados por edades) y elabora un libro que será el primer manual sobre cómo contar escrito en España: Pues Señor... cómo debe contarse el cuento y cuentos para ser contados, publicado actualmente por José de J. Olañeta.

En el prólogo a este libro Elena Fortún habla por primera vez de la posibilidad de la recuperación de este oficio: “He aquí una asignatura olvidada en la escuela, para futuras madres, o como base de una profesión deliciosamente femenina que ya existe en Norteamérica. Narradora de cuentos infantiles.”

 

Unos cuantos años más tarde (en la década de los cincuenta), Montserrat del Amo, escritora y narradora oral, comienza a contar cuentos en las Bibliotecas Populares de Madrid y en Barcelona. La actividad de la hora del cuento poco a poco se va asentando y cada vez hay más gente que muestra interés por ella. También Montserrat del Amo escribe otro manual sobre cómo contar cuentos, se titula La hora del cuento (podéis encontrarlo completo en la web Biblioteca Virtual Cervantes).

La narración oral se va consolidando como estrategia de animación a la lectura, como puente que se tiende entre los libros y los lectores (fundamentalmente niños y niñas). Esta virtud del cuento contado: camino entre lectores y libros, será imprescindible para comprender el progresivo interés que despertaba y despierta esta disciplina artística y para entender su resurgimiento.

 

A finales de los sesenta, pero sobre todo a partir de la década de los setenta, el movimiento de renovación pedagógica toma fuerza. Las escuelas abren puertas y ventanas y nuevas sinergias confluyen en las aulas, es el momento de la Escuela de Maestros Rosa Sensat, o el nacimiento de Acción Educativa. Y sobre todo es el momento en el que el cuento entra en las aulas como un recurso imprescindible para educar, entretener, animar a leer, reforzar contenidos, etc.

En este momento destacan figuras como Ana Pelegrín, Antonio Rodríguez Almodóvar y Federico Martín Nebras, maestros de maestros y convencidos entusiastas de la palabra dicha, la tradición, el cuento, la poesía... Cada vez son más los maestros que piden cursos para saber qué contar y cómo contar. La llama de los cuentos prende en las aulas.

 

Este movimiento de renovación pedagógica promueve la creación de grupos de reflexión y acción, seminarios de literatura compuestos por maestros, bibliotecarias, entusiastas de la literatura infantil y juvenil..., seminarios como los vinculados a las Bibliotecas Populares de Madrid o a la Biblioteca Pública del Estado en Guadalajara.

Además, sucede que con la llegada de la democracia nacen editoriales que traen libros hasta ese momento desconocidos en nuestro país, editoriales como Miñón o Altea Benjamín; igualmente otras editoriales vinculadas a la escuela empiezan a cuidar sus colecciones de libros para niños y jóvenes (Alfaguara, SM, etc.). Hay así un momento deslumbrante en el que empiezan a publicarse textos que ya son clásicos para muchos lectores en otras partes del mundo y que aquí eran desconocidos: autores, libros, álbumes ilustrados maravillosos... alimento para el corazón, historias para contar.

 

El terreno está abonado. El cuento es cada vez más demandado y poco a poco van surgiendo espacios para contar (especialmente en la escuela y la biblioteca) al mismo tiempo que van llegando más y mejores libros con buenos textos para narrar.

La demanda de cuentos contados implica actualizar y preparar nuevos relatos cada vez más rápido y empieza a resultar más complicado renovar repertorios, preparar buenos cuentos, organizar las sesiones... Es el momento en el que reaparecen los nuevos narradores orales: personas dedicadas a contar, con repertorio, con experiencia, con dominio de herramientas y rudimentos del oficio narrativo, con conocimiento de públicos y espacios... el oficio llega.

 

Los narradores orales. Inicios

En la década de los ochenta del pasado siglo nos encontramos ya con un pequeño grupo de personas que se dedican a contar cuentos y que cobran por ello, son los pioneros de este oficio que renace. Provienen de ámbitos diversos: algunos son maestros que abandonan la escuela para dedicarse a contar, otros son escritores que compaginan las dos actividades, otros actores, otros provienen de la animación, alguno es librero... Muchos no se conocen entre ellos o no saben que hay otros en su misma situación, es más, muchos ni siquiera saben que están empezando a vivir del cuento contado y que pronto ese será su oficio.

Los espacios para contar son todavía muy pocos: algunas bibliotecas, sesiones puntuales en escuelas, jornadas de la lectura, ferias del libro, fiestas de las letras, etc., y la idea de cobrar por contar cuentos resulta, en muchos lugares, peregrina.

 

En 1984 se celebra en Guadalajara, organizado por el Seminario de Literatura Infantil y Juvenil de Guadalajara, el primer Encuentro Nacional de Animación a la Lectura (encuentros que se celebrarán durante 1984-1996). Entre los organizadores y asistentes se encontraban algunos de los protagonistas de este resurgimiento del cuento contado: Blanca Calvo, Pep Durán, Federico Martín Nebras, Paco Abril, etc. Y ya en esos encuentros, de la mano de Estrella Ortiz (contando como Bruja Rotundifolia), la narración oral tiene un papel destacado.

Estos encuentros y otros que proliferan por todo el Estado (como los de Arenas de San Pedro, en Ávila) van difundiendo la nueva del renacimiento de la narración oral y poco a poco van surgiendo bibliotecas en las que se vuelve a instaurar la hora del cuento. Pero no será hasta la década de los noventa cuando el oficio termine de afirmarse.

 

Los narradores orales. Segunda generación

En 1990 llega a Madrid Francisco Garzón Céspedes, cubano y representante del movimiento de narración oral en ese país, y comienza a dar talleres de narración oral escénica (NOE). A lo largo de esa década serán más de doscientos los talleres que impartirá y por los que pasarán cientos de personas interesadas en la narración oral.

El terreno estaba preparado, las condiciones eran las idóneas: había cuentistas, había lugares para contar, había noticia del resurgimiento de este oficio... y la actividad de figuras como Francisco Garzón Céspedes o Numancia Rojas sumó fuerzas en el impulso inicial de esta profesión incluso abriendo nuevas posibilidades, pues lo peculiar de este movimiento de narración oral escénica (NOE) fue su insistencia en conquistar espacios teatrales para los espectáculos de narración y en la búsqueda de público adulto, dos elementos que hasta ese momento estaban bastante alejados de los ámbitos del cuento.

 

Por otro lado, también a principios de los noventa, surgen los primeros festivales de narración oral (Agüimes, Elche), el primer Maratón de Cuentos (en Guadalajara) y se van consolidando circuitos y espacios para contar a público infantil, juvenil y adulto; circuitos promovidos por instituciones públicas como bibliotecas, teatros, etc. y privadas, como cafés.

 

Hay además dos eventos importantes que suponen, de alguna manera, la puesta de largo de este oficio redivivo. Conviene señalar que en ambas se encontraba Jorge Rioboo en la organización, periodista cultural siempre entusiasta de los cuentos contados.

Por un lado, en febrero de 1995, la Asociación de Amigos del Libro organizó unas Jornadas sobre Literatura Oral en Madrid, en las que además de una mesa redonda sobre el oficio que resurgía (con participación de Montserrat del Amo, Blanca Calvo, Jaime García Padrino, etc.) hubo varias sesiones de cuentos a cargo de narradores como Ana Pelegrín, Estrella Ortiz, Antonio Rodríguez Almodóvar, Boni Ofogo, etc. La sensación de los asistentes a las jornadas fue de estar viviendo un momento histórico: la rehabilitación de un oficio.

Por otro lado, en 1996 se celebraron en Bilbao las I Jornadas de Cuentacuentos, en las que se reunió a un buen puñado de narradores que contaron por toda la ciudad y reflexionron sobre el incipiente oficio.

En estos años también llegan narradores provenientes de otros países que se asientan en España y que suman sus voces a las que se iban consolidando aquí (José Campanari, Tim Bowley, etc.). Es interesante porque desde el primer momento (y salvo en alguna escuela concreta) hay estilos diversos, corrientes diversas, voces propias y diferenciadas: va en ello la parte artística del oficio.

 

A finales de la década de los noventa la nueva del cuento contado ha llegado lejos. Son muchos los que han escuchado cuentos contados por estos neonarradores y muchos los que han oído hablar de ello. Y también son muchos los lugares donde se cuentan cuentos con cierta asiduidad, lo que significa que, cada vez más, este oficio es conocido y aceptado. Si bien los grandes eventos, actividades puntuales pero muy deslumbrantes como festivales y maratones, dan notoriedad al oficio y propagan sus bondades y su existencia, las programaciones estables y continuadas que, poco a poco, van surgiendo (y afirmándose) empiezan a permitir asentar la profesión y a sus profesionales.

 

Los narradores orales. Un oficio consolidado

El siglo XXI se inicia con la palabra dicha recuperando espacios. No solo existe ya un nutrido grupo de narradores profesionales (es decir: personas autónomas o contratadas que pagan seguridad social, iva, les retienen irpf, etc.) cuyo ingreso económico fundamental proviene del oficio de contar cuentos, sino que cada vez hay más espacios y circuitos de narración oral. Además de la proliferación de talleres de formación, festivales y maratones.

En este momento internet se convierte en una herramienta muy útil para un oficio tan desperdigado (pocos narradores y por todo el país): nace un canal de chat de cuentistas, una lista de correo (todavía activa) y una página web (cuentistas.info) que se convirtió en un referente durante los años en los que estuvo funcionando (hasta que los hackers acabaron con ella). Esta web se convirtió, de hecho, en una herramienta imprescindible para la organización de los dos primeros encuentros estatales de narradores orales (en Arcos de la Frontera y en Mondoñedo). Es también en estos años cuando comienzan a crearse asociaciones de narradores (alguna con un pie en el S. XX), generalmente de ámbito territorial (en Cataluña, País Vasco, Madrid, Comunidad Valenciana, Galicia, etc.) y las asociaciones de narradores profesionales (una en Cataluña y otra con vocación de reunir a los profesionales de toda España).

Aunque la vinculación entre los narradores españoles y los americanos (especialmente de habla hispana) es muy fuerte, la primera red internacional en la que el colectivo de narradores españoles se implica en su creación es el FEST, la Federación Europea de Narración Oral (Federation for European StoryTelling). De hecho AEDA, la asociación de profesionales de la narración oral en España, se encargó de organizar el cuarto encuentro del FEST en Toledo en junio de este año, al que asistieron sesenta narradores de tres continentes.

 

La consolidación de este oficio se puede ver también en otros parámetros interesantes. Aparecen, por ejemplo, varias revistas dedicadas a la narración oral: Mnemósyne, Tantágora, Revista N, El aedo... Se publican también los primeros libros de teoría escritos por estos neonarradores, por ejemplo: Estrella Ortiz y su Contar con los cuentos (ed. Ñaque), o Marina Sanfilipo y su El renacimiento de la narración oral en España e Italia (1985-2005) (ed. Fundación Universitaria Española), ambos imprescindibles, el primero para conocer los rudimentos básicos del oficio de contar, y el segundo para entender su historia más reciente y su situación actual. Otro elemento para medir esta consolidación de la profesión es la aparición de una editorial especializada en libros y cuentos de narradores orales: editorial Palabras del Candil con más de treinta libros publicados en estos últimos cinco años (de teoría, de creación, de recopilación de cuentos tradicionales, etc.).

A día de hoy internet sigue siendo un campo fértil para la experimentación y difusión de la narración oral, no solo por la cantidad de blogs, webs y páginas en redes sociales de narradores y asociaciones, sino por las propuestas que, cada vez con más acierto, van surgiendo en la red de vídeo-grabaciones de cuentos contados como el “canal narradores” en YouTube gestionado por la cuentera Martha Escudero.

Pero si dejamos a un lado la red virtual y nos fijamos en soportes clásicos de transmisión de historias (más allá de la voz y la mirada), la irrupción de los narradores en el ámbito del libro ha sido también muy importante y destacada en estos últimos años. No nos referimos a casos de escritores o estudiosos que en algún momento se pusieron a contar e hicieron de ello parte de su oficio (Antonio Rodríguez Almodóvar, Carles Cano, Ignacio Sanz, etc.), sino que hablamos de narradores que iniciaron su andadura por la senda oral y, en algún momento, comenzaron a escribir y publicar libros, siendo incluso premiados por ello (Pablo Albo, Ana Griot, Pep Bruno, etc.).

Para terminar una reflexión que hizo José Henríquez (de la revista Primer Acto) en el V Encuentro de Narradores Orales que se celebró en 2009 en San Lorenzo del Escorial (Madrid): “la narración oral no solo está muy viva sino que cada vez tiene más presencia en otras expresiones artísticas (como teatro, danza, etc.).”

 

Conclusiones y retos

Visto todo esto parece que el oficio de contar cuentos se encuentra de nuevo entre nosotros. Existen los narradores profesionales que dedican su tiempo y su empeño en preparar cuentos, renovar repertorios, explorar nuevas propuestas artísticas, crear historias, desarrollar su propia voz narrativa, etc., y también existen público, circuitos y espacios para que el hecho narrativo, eso que sucede cuando alguien cuenta y alguien escucha, ocurra.

Sin embargo hay por delante unos cuantos retos importantes para afianzar el oficio.

Por un lado está la dificultad todavía a día de hoy de diferenciar al narrador oral de otros profesionales o diletantes. Existe una gran confusión entre los narradores orales, los monologuistas, los humoristas... y hasta los monitores de tiempo libre y sus habilidades con la globoflexia. ¿Cómo darnos a conocer?, ¿cómo marcar esas diferencias para que en el saco de los “cuentacuentos” no entremos todos?, ¿quizás tratando de diferenciarnos de ellos buscando un nombre que nos identifique y separe, un nombre como narrador oral, cuentista, cuentero, contador de historias...?, ¿o tal vez con nuestro trabajo de cada día, con propuestas de calidad, elaboradas y diferenciadas de otros? Esta última cuestión no es menor: es importante que quienes programan, contratan o asisten a un espectáculo de narración oral, sepan qué es eso de la narración oral, pues facilita mucho el trabajo del cuentista profesional, dignifica el oficio y mejora el hecho narrativo. Y sobre todo dificulta el intrusismo, reniega del voluntarismo y desvela los engaños.

Dar a conocer y reconocer este oficio va de la mano con otra cuestión no menos necesaria: las condiciones mínimas para contar. Todavía hoy en día tenemos que seguir bregando por trabajar en espacios con unas mínimas condiciones para que el hecho narrativo pueda suceder (y suceda con éxito). El cuentista no es un tipo que puede contar cualquier cosa en cualquier lugar y momento; para que la comunicación fluya entre el narrador y el público ha de crearse un espacio de intimidad y eso precisa de un contexto limpio de ruidos (ruido es todo aquello que enturbia la comunicación: lugar incómodo, frío, gente de paso, público sin sillas, mala iluminación, mala acústica, puertas que se abren y se cierran durante la narración...). Mientras sigamos embarcados en este empeño sabremos que el camino para la consolidación de la profesión es todavía largo.

Por otro lado nosotros hemos recogido un legado, el de mucha gente que creyó en este oficio (desde Elena Fortún hasta nuestros días) y que se empeñó porque se pusiera en marcha y volviera a recorrer caminos y corazones. Hemos asumido ese legado y nos hemos arriesgado a formar parte de esta profesión incipiente. Quizás también nosotros deberíamos aportar nuestro granito de arena para próximas generaciones de narradores: consolidar circuitos, prestigiar festivales, revalorizar el cuento contado, etc., son tareas que asumimos en nuestro día a día. Pero hay otras cuestiones sobre las que habría que ir reflexionando para el futuro. Asuntos como la formación: ¿cómo se forma un narrador?, ¿cómo podemos ayudar en esa formación?, ¿qué itinerarios posibles podemos recorrer y preparar para que futuros narradores no tengan que ir desbrozando su propio camino, sin ayuda ni orientación ninguna? Este tema no es baladí. Una de las cuestiones más interesantes que hemos podido observar en otros países europeos es la preocupación por consolidar itinerarios de formación que aseguren una buena base que permita la aparición de nuevos narradores profesionales y, por ende, la pervivencia del oficio. En España, de momento, sobre este asunto no hay nada claro: talleres que imparten algunos narradores, experiencias de tutelaje hechas por otros, algún intento frustrado de escuela no formal, etc. Facilitar una buena formación para próximos cuentistas es, sin duda, una apuesta importante para consolidar este oficio. Pero esta cuestión sigue sin ser explorada a fondo.

Hay otros temas pendientes, importantes, hoy en día. Por ejemplo, la poca o nula presencia en los medios de crítica sobre narración oral, cuando no de noticias sobre programación (noticias completas, pues en muchos casos no aparece ni el nombre del profesional) o artículos de reflexión sobre esta disciplina artística. O, por ejemplo, la incomprensible mínima programación de narradores orales en teatros de pequeño y mediano formato. Etcétera.

 

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Ojalá este artículo les haya permitido tener una visión general de un oficio que, tras muchos años de esfuerzos y empeños, renace y, poco a poco, va tomando posiciones entre nosotros; oficio que todavía es frágil, pequeño, y al que hay que arropar y cuidar en esta nueva singladura. Y sobre todo un oficio con mucho camino por recorrer hasta que termine de consolidarse, de afirmarse.

Quizás estos sean malos tiempos para una profesión que se sustenta, básicamente, en la escuela y en la biblioteca (tiempos de recortes). Pero tantas voluntades, tantas sinergias a favor del cuento contado, tantos momentos de palabra y corazón, no pueden perderse en el silencio. No olvidemos que el ser humano sigue necesitando cuentos para alimentar su alma, esos cuentos que lo han acompañado desde que bajó de los árboles y descubrió su capacidad para soñar e imaginar otros mundos posibles.

 

El presente artículo es un breve resumen del estudio que emprendí animado por mis compañeros de AEDA (Asociación de Profesionales de la Narración Oral en España: http://narracionoral.es) en octubre de 2010 y terminé en julio de 2011. El estudio en cuestión es bastante más extenso que este artículo (incluye fichas, enlaces, más contenidos, etc.) y se encuentra completo, actualizado y disponible en mi web, en el epígrafe de "Apuntes de oralidad".

Pep Bruno es narrador oral profesional, lector, escritor y editor (www.pepbruno.com)