Los cuentos ordenan la realidad, la aprehenden, incluso la realidad más desconocida y profunda, la realidad de lo hondo del alma. Los cuentos construyen a los niños y hacen soñar a los adultos, los cuentos creen en otro mundo posible y lo buscan desde dentro, desde el corazón.
Los clásicos también sabían de las virtudes del cuento y, de él, decían que educa deleitando, es decir, entretiene y forma, es quizás el mejor recurso para enseñar, para aprender. Todos los cuentos dicen algo, nunca son por que sí, los cuentos viven con nosotros el tiempo de la palabra dicha pero cuando el viento se lleva las palabras dentro, en la hondura del alma, queda la carga de profundidad que lleva el cuento, queda el mensaje, quedan la idea del mundo y la escala de valores que el cuento, y el cuentista, proponen.
Los cuentos contados nos dan la palabra dicha, recién salida de la garganta, calentita, de boca a oído, de corazón a corazón, son tiempo y emociones compartidas, son la esencia misma del hombre. No nos olvidemos que la diferencia entre hombre y animal es la ficción, sólo desde que se cuentan cuentos existe el hombre. Quizás si alguna vez el hombre deja de contar cuentos, dejará también, entonces, de ser hombre.