[Artículo publicado en La Tribuna de Guadalajara el día 2 de abril de 2008 con motivo de la celebración del Día Internacional de la Literatura Infantil y Juvenil]
Si la infancia es la patria del hombre, entonces la literatura infantil y juvenil serán hermosos lugares de esa patria: costas con aguas azul turquesa en las que avistar piratas y buscar tesoros, cuevas con accesos secretos (incluso al centro de la Tierra), selvas plagadas de misterios (muchas veces peligrosos), desiertos con oasis inesperados, montañas de eternas nieves y dioses eternos, ciudades mágicas, niños perdidos, osos tontorrones, caminos de baldosas amarillas… En esta patria no deben faltar tampoco los lugares pequeños en los que cabe un huevo viajero, o una granja del revés, o un verso vegetal, o un trabalenguas o una rima sin sentido. Si la infancia es la patria del hombre, los niños que no tienen acceso a cuentos, a poesías, a teatro, a novelas de literatura infantil y juvenil, serán hombres con una patria pequeña, triste, árida. Hombres con un arcoiris en blanco y negro y un horizonte desinflado, chiquito. Quizás no somos conscientes de lo importante que la literatura infantil y juvenil es para los niños. Llenar la cabeza y el corazón de un niño con palabras, sueños, vidas, es una manera agradable (pero imprescindible) de ayudar a crecer; es también un modo de preparar esa patria que será (de un hombre, de una mujer) con las infraestructuras precisas: puentes, carreteras, hospitales, jardines… para la vida que vendrá. Pero también es llenar esa patria que será (de un hombre, de una mujer) con atardeceres hermosos, sombras en la noche, cofres con tesoros y sueños imposibles logrados tras mil aventuras. Si la infancia es la patria del hombre, entonces la literatura infantil y juvenil es imprescindible para hacernos más humanos, más capaces, más felices. |