[Entrevista realizada por Virginia Imaz para la revista ARTEZ. Revista de las Artes Escénicas, nº118, feb07, pp. 68-69; sección Gente de Palabra. Puedes ver la entrevista en web aquí]

 

Contar es contar con quien escucha, con quien mira

Virginia Imaz entrevista a Pep Bruno

 

¿Cómo fue que comenzaste?

El punto de partida para esta conversación entre amigos es una percepción personal. Hoy por hoy siento los cuentos como algo más allá de la palabra y el viento, más allá de la palabra y la hoja. Los cuentos como una pulsión interna, una vibración del músculo anclado al hueso (qué es el corazón sino un músculo). Los cuentos como un camino y un horizonte, una senda umbrosa y llena de misterio de la que no puedo desviarme.

El punto de partida es el enganchón vital que tengo con los cuentos. El hambre incontenible de palabras. La emoción intensa que siento cada vez que escucho o cuento cuentos.

Hoy más que nunca creo que este oficio es una experiencia vital, una entrega total al cuento en todas sus posibilidades. Y también un recibir continuo y generoso: los cuentos nos exigen mucho pero nos dan más.

Así es como empiezo, bebiendo los vientos por el cuento. Estoy enamorado de la mejor manera posible: es uno de esos amores que se han ido cuajando día a día, afianzándose a cada paso, abrazado a la palabra.

 

¿Siempre fue así?

PB: No, por estas veredas uno acaba enredándose de la manera más torpe. Yo vivía en Guadalajara. Esta ciudad es pequeña y no demasiado hermosa. Pero tiene algo que la convierte en la Capital de la Maravilla: en Guadalajara hay una gran pasión por el cuento (su inquieta biblioteca y su seminario de literatura inquieto son el incombustible motor de esta pasión). Uno acaba cayendo en la tela de araña de las palabras y, lo dicho, termina enredándose. Y lo mejor: no hay manera de salir.

A mí me gustaba escribir. Había ganado incluso algunos concursillos literarios de poca monta por estas tierras y, pasión por pasión, del cuento escrito al oral, un paso. Y un abismo.

 

¿Contar es como escribir?

Uno piensa que contar es como escribir. Sobre todo cuando no ha contado nunca. Los hay que declaman, los hay que memorizan y vomitan cada palabra, los hay que se ponen a volar y no vuelven a tocar tierra. Pero esto lo vas aprendiendo con el día a día. El cuento te va enseñando. Es lo bueno de este oficio: no paras nunca de aprender.

Sigo escribiendo. Me siento frente al ordenador y voy dándole a la tecla, con calma, soñando cuentos posibles. Al menos una vez por semana. Pero esa actitud reposada del escritor no tiene nada que ver con mi ser-cuentista. Cuando cuento cuentos no soy el mismo que escribe.

 

¿Qué es contar para ti?

Contar es contar con quien escucha, con quien mira. Contar es entregar hasta la última gota de ti, hasta el último pelo. Contar es compartir y es desnudarse, es decir: así soy y así lo cuento. Todo, desde la selección de los cuentos hasta el hecho mismo de contar, el ritmo de la narración, el movimiento de tu mano, de tu cara, la respiración, los ojos, las palabras elegidas, el silencio. Todo te delata. Eres tal cual se ve. Contar es enseñarlo todo. Porque además cuando cuentas estás traspasado por el contexto: cada público, cada lugar, cada día… todo es diferente siempre. Y por esa razón, siendo tú el mismo, cuentas siempre diferente, porque todo te afecta. Y así debe ser. Porque los cuentos nos exigen una entrega absoluta, y quien piense que puede contar disimuladamente, haciendo como que está contando, se equivoca: sus cuentos serán falsos, sus palabras huecas, sus gestos artificiosos. Esta es la paradoja: para contar, para moverse en los territorios de la ficción, sólo hay un camino: hacerlo desde la verdad.

 

¿Te contaron de niño?

Sí, este asunto de la verdad ya lo había aprendido yo de chico. Porque mi padre, sin saberlo, era un experto narrador. Hablaba y hablaba, concitaba toda la atención de la familia y contaba historias por todos conocidas pero tan deformadas que se convertían en enormes mentiras. Sin embargo mi padre contaba eso desde la verdad, sintiendo que hasta la menor de sus palabras era una verdad irrefutable.

Mi padre es un gran charlatán. Me enseñó muchas cosas, pero las más importantes fueron aquellas que no sabía que me enseñaba. Por ejemplo, a contar cuentos.

 

¿Se puede formar un narrador?

Mi padre fue mi primer maestro en el oficio. Luego vino Estrella Ortiz , decana de los cuentistas, enorme narradora, imprescindible amiga. Con ella aprendí muchas preguntas. Preguntas de esas que te ayudan a crecer y a hacer oficio. Y así llevo quince años. Formándome desde la reflexión y la formación.

Yo creo que, como en cualquier otro oficio, para contar cuentos hay que tener una parte de habilidad innata y otra parte de aprendizaje.

Sospecho que hay que poseer ciertos dones sobre los que construir el edificio teórico y práctico que sustente tu quehacer diario.

En todas las familias hay alguien que acaba por centralizar toda la reunión familiar, igual que mi padre. Son gente con un don para contar aunque muchos de ellos no lo desarrollen ni lo utilicen para su carrera profesional. Eso es lo innato.

Lo demás, las herramientas del oficio, hay que aprenderlas. Lo que más me ha ayudado (y me sigue ayudando) a mí en este camino de la formación ha sido la conversación con otros narradores, la reflexión a partir de mi propio trabajo y la observación del trabajo de otros colegas de oficio. Uno no termina nunca de aprender, y es que contar es también una expresión artística, por eso exige de nosotros una interminable reflexión, un perpetuo asombro, una insaciable hambre, una continua creatividad, un sueño infinito. Por eso es imprescindible estar vivo para contar. Por eso cuando cuentas te sientes tan vivo.