[Texto escrito para la reinauguración de la Biblioteca Pública Municipal de Azuqueca de Henares, el 18 de octubre de 2006]

 

Pep Bruno

 

Siempre hay una primera vez en la vida, y si no, malo.

Yo recuerdo mi primera vez con gran cariño, recuerdo algunos de sus momentos, algunos de sus secretos y, sobre todo, recuerdo cómo me sentí.

Por un lado me sentí terriblemente inquieto, indeciso, como cuando cogí el coche por primera vez sin mi padre de copiloto.

Por otro lado también me sentí dulcemente perdido, como cuando di y recibí mi primer beso de amor.

También recuerdo haberme sentido muy nervioso antes de que todo sucediera, igual que las horas previas al primer examen serio que hice.

Pero sobre todo me sentí feliz, feliz como nunca antes, feliz de tal modo que desde entonces no he podido evitar seguir haciéndolo; y es que aquella primera vez que conté cuentos delante de un público comprendí que los cuentos me habían elegido a mí, no yo a ellos, y que era afortunado porque desde ese momento los cuentos me guiarían llevándome hasta los ojos y los corazones de la gente.

Desde el momento en el que comencé a contar, en esa primera vez, supe que ya nunca podría dejar de hacerlo.

Y todo esto sucedió aquí, en Azuqueca, en esta biblioteca.

Aquí fue donde conté por primera vez como profesional y ese fue el primer paso de un largo camino: doce años viviendo del cuento, ojalá vengan muchos más.

Doce años en los que he vuelto una y otra vez a Azuqueca: con los diez años del club de lectura, con el centenario de Cervantes, con las Rutas imaginarias del Quijote, con los cuentos Jacobeos, con cursos, con el centenario de Borges, con sesiones de cuentos para niños y adultos...

Siempre volver, porque a veces es necesario sentir lo mismo que se sintió la primera vez, siempre volver y estar con su gente, con vosotras y vosotros, siempre volver, siempre Azuqueca.