[microponencia preparada para el pequeño encuentro teórico realizado en Madrid con motivo de Un Madrid de cuento, el 21 de noviembre de 2005]

 

Pep Bruno

 

Llevo doce años contando y todavía, cada vez que voy a estar delante de un público compartiendo el tiempo y el espacio de los cuentos, tengo la sensación de volver a examinarme de nuevo. Es como si cada vez que contara estuviera empezando.

Cada público, cada espacio, cada momento, es único e irrepetible, cada acto de narración oral sucede una única vez.

Los años me han ido dando herramientas y recursos para resolver situaciones en las que, contando cuentos, me puedo encontrar. Sesión tras sesión, día tras día, voy sintiendo como mi maleta de cuentista se va llenando de estos recursos y herramientas, y eso me ayuda a resolver muchas de las cuestiones y de los imprevistos que suceden (y naturalmente deben suceder) en las sesiones de cuentos.

Pero hay algunos elementos importantes que se escapan a mi control y que, en algunas ocasiones, pueden dificultar especialmente mi trabajo. Uno de estos elementos es el público y el espacio de la narración oral; más aún, el espacio y el público de las bibliotecas, y ya que este es el motivo que hoy nos ocupa me centraré en ello.

Debo advertir desde ahora que estoy hablando de sesiones de cuentos abiertas, no de sesiones de cuentos que concierta la biblioteca con colegios y que suceden en horario escolar. A estas sesiones “cerradas” suelen venir grupos con un número adecuado de participantes y, además, con edades homogéneas. Ideal.

En las sesiones de cuentos abiertas a todo el público que suelen programarse en las tardes el asunto toma otro cariz.

Llevo años yendo a contar a bibliotecas de Madrid y he contado cuentos a públicos muy variados: público maravilloso o público durísimo. Y la experiencia en el oficio a veces no es garantía suficiente: no hace dos semanas gocé de una maravillosa sesión de cuentos en Las Rozas; tampoco hace dos semanas padecí una terrible sesión de cuentos en otra biblioteca de la comunidad madrileña. Cómo no voy a sentir que cada día estoy empezando a pesar de los recursos y la experiencia.

Mucha de la culpa de lo bueno y lo malo que sucede en una sesión de cuentos es cosa mía, asumo desde luego mi parte de responsabilidad (faltaría menos). Pero no es sólo o todo cosa mía. Y es que esto de contar es como bailar, me explico.

Mi suegro baila estupendamente y cuando baila con mi mujer, aunque ella no sabe bailar, como ella se deja llevar, resulta que los dos disfrutan bailando y hasta parece que mi mujer sabe. Si el público se deja llevar y yo soy capaz de hacer que lo disfrute y que siga mis pasos de baile, entonces es posible que la sesión sea una buena sesión. Miel sobre hojuelas si los dos saben bailar, si es un público que sabe escuchar cuentos y un cuentista que sabe contar, entonces serán una deliciosa pareja de baile. Pero a veces sucede que uno de los dos o no sabe o no se deja o simplemente no quiere bailar, entonces por más que el otro sea un gran bailarín, la cosa resultará mal.

Pienso que en el acto de la narración oral puede suceder de manera similar. Muchas veces (muchísimas) nos encontramos con públicos “novatos”, gente que acude por primera vez a una sesión de cuentos o que va sin saber muy bien a qué, pero que se deja llevar y enseguida queda enganchada a los cuentos. En esos casos es fácil bailar. Es fácil disfrutar de tu oficio y de ese íntimo espacio en el que los cuentos se están narrando.

En otras ocasiones (menos de las que desearíamos) el público sabe a qué viene, está ejercitado en el oficio de bailar: tiene unas orejas y unos ojos muy musculados porque lleva tiempo escuchando y disfrutando cuentos. ¡Oh qué delicia cuando tropiezas con gente así!

Finalmente a veces sucede que te encuentras con público reticente a dejarse llevar, incapaz de soltarse con el ritmo de la música, son troncos rígidos que de ninguna manera quieren bailar. Eso sucede. A veces vas a contar y te encuentras con gente que no sabe a qué va y no tiene ni interés ni ganas. O simplemente no tiene capacidad para entender cuál debe ser su participación en el acto narrativo. Esas sesiones son duras. Es como si tuvieras que bailar durante una hora con una estatua rígida y pesada, incapaz de seguirte y que además te hace tropezar continuamente.

Lo peor de todo no es que eso suceda una vez, lo peor de todo es que puede ocurrir que ese público asista en varias ocasiones a sesiones similares y crea que lo normal a la hora de escuchar cuentos es ver al narrador cómo brega continuamente con unos y con otros para intentar crear puentes que lleven los cuentos de boca a orejas. Se crea así una inercia dura, muy dura, en la que el continuo ruido-interferencia impide que los cuentos transiten del narrador a quienes escuchan.

 

Además de la formación como público de sesiones de cuentos debemos valorar, de entre quienes vienen a escuchar cuentos, otro aspecto fundamental: la formación de cada uno de los escuchadores, es decir, la educación que han recibido, si se ha fomentado en ellos la capacidad y actitud de escucha. Y el respeto, claro, por los otros y por quienes estamos trabajando.

 

En resumen, los dos factores que influyen en el público son: las actitudes de quienes van a escuchar y, sobre todo, su conocimiento de lo que es una sesión de cuentos y cómo deben participar de la misma.

 

Visto esto, para mejorar o empeorar una sesión de cuentos, veamos qué puede influir en estos dos elementos.

 

Creo que en lugares donde hay una gran tradición de sesiones de cuentos es más fácil encontrar buen público porque está acostumbrado a participar en el acto de narración. Por eso cuantas más sesiones haya, cuanta más continuidad haya, mayor es la posibilidad de un buen público (que se ha ido formando como tal).

Sin embargo hay sitios con mucha tradición que siguen teniendo espacios difíciles en los que contar. Quizás sea porque la inercia que ha asumido el público no sea la adecuada y, en ese caso, habría que trabajar para reeducar al público. Creo que esta es una muy dura tarea, pero se me ocurren algunas ideas:

Empezar de nuevo. Romper con todo lo anterior y comenzar la actividad desde cero: buscar un nuevo espacio en el que contar y buscar el modo de hacer entender a la gente que eso a lo que va es otra cosa que no a lo que iba antes. Insistir con los folletos en los que se dan las normas de la sesión (dándolos día tras día). Y, sobre todo, hacer algo para que esa actividad se revalorice.

Yo creo que hay al menos dos maneras de revalorizar una sesión de cuentos.

Una es poniendo un aforo limitado para que sólo entre la gente que lo haya solicitado: que sólo quien tenga entrada pueda entrar y así, quien tenga mucho interés se buscará la vida para conseguir la entrada. La actividad deja de ser “universal” para convertirse en limitada, sólo para unos elegidos: eso la revaloriza.

En la biblioteca de Pinto, que empezó este año con las sesiones semanales, lo hacen así, y creo que es un acierto. Durante la semana la gente recoge las entradas (que son gratuitas) o se apunta en una lista y así, el viernes, pueden ir a los cuentos: no va cualquiera y de cualquier manera, sólo van quienes se han interesado antes y han puesto empeño y esfuerzo por conseguir las entradas.

Dos. Otra opción para revalorizar las sesiones es quitando la gratuidad. En la casa de cultura de mi pueblo había cine infantil todos los sábados. Era gratuito y era horrible. No podías ni escuchar la película por culpa de la algarabía continua que había. Todos los niños del pueblo, especialmente aquellos cuyos padres no los soportaban, iban al cine. Y la gente interesada dejó de ir. Hace un año se puso precio al cine, un euro. Ese euro fue la frontera ideal. Sólo quienes querían ir al cine, iban; y los que antes iban por ir, por no estar en casa, prefieren gastarse el euro en cromos o en chucherías o en cualquier otra cosa antes que ir al cine. Hemos ganado en calidad y ahora podemos disfrutar del cine. Por cierto, la recaudación de los euros se va para ongs.

También es cierto que a veces vas a sitios donde se cuenta en contadas ocasiones y el público sabe comportarse perfectamente y disfrutas de sesiones maravillosas. Creo que en esos lugares habría que premiar a los escuchadores con más sesiones de cuentos. En muchas ocasiones se nota que hay verdadera hambre.

Personalmente cuando me encuentro con un buen público, trato de disfrutar al máximo. No me importa alargar la sesión porque sé que será algo único, tal vez un recuerdo maravilloso para todos los que la hemos gozado.

 

Además de la educación del público (educación y a veces reeducación) para que comprenda cuál es su participación en una sesión de cuentos, está también el fomento de la capacidad de escucha, de atención, del respeto por el espectáculo artístico, por los otros y por quienes trabajamos contando cuentos. Creo que ahí la biblioteca sólo suma su grano de arena en la ardua labor educativa que los padres deben hacer con sus hijos y los maestros con sus alumnos.

 

Hay, además de los aspectos relacionados con el público, algunas otras cosas que nombraré brevemente:

 

-El tiempo. La duración de una sesión de cuentos no debe ser estricta, y eso debe comprenderlo quien contrata, quien escucha y quien cuenta. Hay sesiones con niños muy pequeños (2-3 años); la capacidad de atención de estas edades es limitada, contar más de 20-30 minutos puede convertir algo estupendo en un desastre. Se trata de limitaciones físicas de quienes escuchan.

A veces con públicos novatos o poco entrenados también es bueno hacer sesiones más cortas (igual que en la gimnasia, con la práctica aumenta la resistencia). Esto es positivo para todos.

Lo mismo sucede a la inversa, a veces con públicos muy ejercitados en esto de la escucha y los cuentos puedes hacer sesiones de hora y cuarto. (Yo recuerdo haber hecho al menos en cuatro ocasiones sesiones de cuentos de más de dos horas de duración).

 

-El espacio. Habrá que insistir: que no haya puertas a la vista del público (la entrada al lugar donde se cuenta debe estar detrás del público, para que los rezagados sólo molesten al que cuenta). Que no haga demasiado frío o demasiado calor. Que el lugar se dedique exclusivamente a la narración mientras se están contando cuentos (nada de seguir con el préstamo durante la sesión). Que la bibliotecaria (o bibliotecarias) o encargado del lugar estén presentes y pendientes de todo lo que sucede, echando una mano si es necesario (en las sesiones de Las Rozas, con mucho público, suele haber al menos cuatro personas pendientes de los niños y los padres para ayudar ante cualquier contingencia). Y por supuesto: sillas. Siempre es mejor que la gente se siente en sillas, es más cómodo (¿habéis probado a estar sentadas en el suelo más de 20 minutos? ¿entonces qué exigimos a los niños que se sientan en el suelo?)

 

-Edades. Creo que es una buena idea limitar las edades en las sesiones que son habituales en las bibliotecas. Entiendo que si en una biblioteca sólo se hace una sesión de cuentos esporádicamente no se puede hacer esta limitación (son las sesiones de público familiar). Pero conozco bibliotecas que diferencian y un viernes convocan a niños de entre 3 y 6 años y otro viernes a niños de entre 7 y 11 años. Es bueno porque siempre puedes encontrar cuentos específicos, más cercanos a los centros de interés de cada grupo de edad.

 

-Temáticas. Las sesiones temáticas (basadas en temas concretos: mestizaje, solidaridad, amor, etc.) creo que no funcionan demasiado bien. Particularmente prefiero elegir los cuentos que cuento según considere al público que va a asistir. Aun así hay veces que te encargan sesiones temáticas. En esos casos yo advierto que siete cuentos sobre un mismo tema acaban por aburrir al más interesado, por eso acabo combinando una sesión habitual con uno-tres cuentos sobre el tema que me han pedido. Pero siempre con total flexibilidad a la hora de poner en marcha mi sesión de cuentos.

 

-El personal. Desde luego en la mayoría (la grandísima mayoría) de las sesiones que he tenido no me ha pasado nunca nada, pero si digo esto es porque me ha pasado en alguna ocasión: se educa con el ejemplo. Si la persona que te contrata es la primera que tiene el teléfono móvil encendido y cuando le suena en mitad de la sesión ¡contesta a la llamada!, menudo ejemplo. O si la persona que te ha contratado se sienta detrás y se pone a hablar durante ¡toda la sesión! con otra persona, ¿qué ejemplo estamos dando?

 

Espero no haberos aburrido, ojalá de todo lo aquí expuesto podáis sacar algo bueno y lamento muchísimo no haber podido participar en este pequeño encuentro. Coincide la fecha con el inicio del club de lectura de La Celestina por internet así que no voy a poder estar con vosotras.

Saludos

Pep Bruno

 

   

 

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