El Maratón de los Cuentos es la primera tormenta del verano, un diluvio de palabras. Todos los años me siento arrastrado por la torrentera desbocada de cuentos y sólo después, cuando el silencio vuelve al Patio de los Leones, me doy cuenta de lo hondo que ha calado la lluvia de palabras. El eco de los cuentos resuena durante semanas en mi cabeza y en mi corazón.

Pero una lluvia no salva el campo. Lo que hace que el campo sea fértil y esté bien preparado es la lluvia fina, continua, perseverante; esa lluvia que empapa y llega hasta los ríos subterráneos que son las venas de la tierra. Igual sucede con los cuentos.

Los cuentos deben llover fina, continua, perseverantemente, sobre los ojos y los oídos. Y esta lluvia debe estar siempre presente. Por eso es importante que desde el principio, cuando el niño está todavía en la barriga de la madre, empecemos a llover palabras y a hacer fértil su corazón para que allí arraiguen bien sujetos los cuentos y los sueños. Ya desde el vientre de su madre el niño puede escuchar las voces que luego le serán familiares, voces que serán canciones, poemas, sonidos... y ritmo, mucho ritmo. Su vida ya es ritmo (del corazón materno, del día-noche, etc.); y no olvidemos que las palabras, las frases, son ritmo.

Cuando el niño llegue tras nueve meses de viaje debe encontrar un hogar en el que los cuentos tienen su tiempo y su espacio: su momento y su lugar. Es decir, en ese hogar tiene que haber un lugar para poner los libros: una estantería, una biblioteca, una habitación... hay un espacio físico donde descansan los libros (libros que son guardianes de los cuentos y las historias). Igual que hay un sitio para poner los libros de los adultos, esa casa debe tener preparado un sitio para que el niño coloque sus propios libros (una balda de la biblioteca del salón, una pequeña estantería en su cuarto, etc.). Ese lugar destinado a los cuentos también tiene que estar ordenado según un criterio.

En mi casa mis hijos disponen de una estantería de siete baldas que va desde el suelo hasta el techo. En la primera balda, la más baja, están todos los libros de tela y plástico, así como los libros de hojas de cartón con esquinas redondeadas. Son los libros a los que han podido llegar mis hijos cuando ya gateaban. En la segunda balda hay libros de hojas duras y también algunos álbumes ilustrados. Evidentemente, cuando mis hijos gateaban y llegaban perfectamente a la primera balda lo que querían era ver los libros de la segunda; balda que sólo alcanzaron cuando fueron capaces de ponerse de pie (agarrados a algo). En el tercer estante están los álbumes ilustrados más sencillitos. En la cuarta balda tengo grandes álbumes y clásicos a los que aprecio mucho. Cuando mis hijos han llegado a la cuarta balda ya saben qué libros me importan más y saben que deben cuidarlos de manera exquisita. En la quinta balda también tengo álbumes y libros de primeras lecturas. En el sexto estante hay libros de lectura que tienen ilustraciones. Y en la séptima balda tengo libros de lectura para niños de doce años en adelante, sobre todo clásicos y libros que tienen una excelente calidad (de esos que nunca pasarán de moda). Mis hijos frente a la estantería miran hacia lo alto y sueñan con alcanzar los libros de la última balda.

Tengo una balda más, retirada y muy alta, es la de los libros especiales. Esos libros son muy deseados (troquelados, álbumes raros, libros-casa, etc.) y no tienen manera de acceder a ellos. Sólo pueden verlos como premio, cuando se han portado muy bien y siempre con un adulto. El momento de ver uno de esos libros, de contar uno de esos cuentos, siempre está cargado de emoción.

En cuanto al tiempo. Los cuentos deben ocupar un tiempo en el horario familiar. Debe haber al menos uno o dos momentos al día para los cuentos. Por ejemplo en la hora de la siesta o antes de acostarse por la noche. Pero hay más: los padres somos modelos para nuestros hijos, nosotros también debemos ocupar nuestro tiempo leyendo y que ellos lo vean. Nosotros debemos hablar de libros, contar nuestras lecturas, compartir los buenos momentos leídos, regalar libros, contar historias que hemos leído... Si los libros ocupan nuestro tiempo, si nos dejamos llover de palabras, nuestros hijos verán el arcoiris en un libro abierto.

Yo negocio con mis hijos para leer un rato con ellos, luego leer otro rato solo y luego jugar otro rato con ellos. Nos hemos acostumbrado y es algo que respetan y les gusta, saben que si es un buen libro luego tendré una buena historia que contarles cuando, por ejemplo, estemos de viaje.

Así, mientras llueven palabras, el viaje se hace más ameno; y da igual si se trata de un viaje corto (como de Cabanillas a Guadalajara) o de un viaje largo (como del nacimiento hasta la muerte); la lluvia de palabras siempre ayuda a que el campo esté florido, a que los corazones estén más cerca, a que los espíritus sean más fértiles... a que el camino siempre sea más hermoso.

Pep Bruno 
[Artículo publicado en El Decano de Guadalajara, 17jun05]

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