[El Decano de Guadalajara, junio 2004]

 

Pep Bruno

 

Es viernes, son las 16,30, hace bastante calor. Escojo los cuentos que voy a llevar y subo al coche. Empiezo el viaje. Cuando llevo unos cuantos kms por la A2 en dirección a Alcolea, las rectas y el calor hacen que me relaje. El paisaje invita a soñar. Voy camino de Alustante, uno de los pueblos más alejados de la capital, 198 kms marcará más tarde el cuentakilómetros. Voy a contar cuentos. Soy uno de los cuentistas que del Maratón Viajero del 2004.

 

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Recuerdo hace unos cuantos años (¿tal vez ocho, siete?), cuando participaba activamente en el desarrollo del Maratón que, en una de tantas reuniones como celebrábamos, alguien propuso la descabellada idea de comprar una furgoneta que no fuera otra cosa que una especie de escenario andante con el que ir por toda la provincia contando cuentos y anunciando la próxima llegada del Maratón. Y después otro alguien sugirió incluso salir de la provincia y tomar la Comunidad. O el país. O el continente. O el mundo todo lleno de cuentos con la furgonetilla aquella del cuento de la lechera. Es lo que tienen estas ideas, que primero te hacen pasar un buen rato y después las vas rumiando hasta que se convierten en algo más serio.

Y sucedió que la idea fue macerando y al año siguiente los cuentos fueron a lugares de donde era difícil o imposible salir (hospitales, centro penitenciario, residencias tercera edad...). Pero esto no era lo que la furgonetilla estrambótica sugería. La idea de sacar los cuentos de la capital no tomó forma hasta 1999, en el VIII Maratón de los Cuentos.

 

Cuando llego a Alustante han pasado dos horas largas desde que salí. La provincia regala paisajes maravillosos en estas fechas. Hice algunos kms con las ventanillas bajadas, me embriagué de tomillo como no había olido desde mi infancia y vi tonos de verdes y ocres, de azules y malvas, que hacía años que había olvidado que existían. Detengo el coche en la plaza del castillo, la de la iglesia. Hay un grupo de niños y padres esperando. Es el quinto año que la Mancomunidad de Municipios de la Sierra celebra el Maratón Viajero. Me presentan a la alcaldesa y al bibliotecario. Me quedo asombrado con la estupenda biblioteca que tienen. Veo el salón donde se contarán cuentos. Aquí la tarde está siendo una fiesta. Primero hicieron una carrera de chapas (bastante exitosa), después los niños estuvieron dibujando cuentos (los murales decoran ahora el escenario donde vamos a contar) y, finalmente, maratón y merendola.

 

 

Esta es una de las principales características de los Maratones Viajeros, en cada pueblo se organizan con los recursos, ganas o fuerzas de que se disponen. Hay pueblos que hacen su pequeño desfile con dulzaineros. Hay pueblos en los que se da mucha publicidad buscando la participación. Hay pueblos en los que se trabaja con la gente buscando la calidad. Hay pueblos que están probando. Hay pueblos que hacen maratones pequeños y deliciosos, como pequeños juguetes de hojalata. Hay pueblos que tratan de sobrevivir esperando que vengan tiempos mejores. Hay pueblos que todavía no han terminado de descubrir su propio maratón y van probando hasta que dan con él. Hay pueblos en los que el Maratón es un cuentista profesional contando y la gente del pueblo escuchando. Hay variedades, como gustos. Aunque también hay grandes diferencias, y es que pensemos que estamos hablando de pueblos como Azuqueca, con más de veintemil habitantes, y pueblos como Alustante, con algo menos de ciento cincuenta. Quizás es lógico por esto que cada lugar invente su propio maratón.

Empiezan los cuentos en Alustante. Presenta el maratón el bibliotecario y después lee un cuento de la zona basado en hechos históricos, la quema de unas brujas en Molina. Deja a los niños en el sitio. Después cuento yo un par de cuentos. Es el turno de las chicas, cuentan una pequeña historieta participativa de su invención. Luego los chicos. Es evidente que pronto empieza la Eurocopa, los cuentos son de fútbol. De nuevo cuento yo un par de cuentos. Ahora cuenta el cura del pueblo un cuento sobre el Camino de Santiago. Un muchacho se anima a contar en solitario, se llama Daniel, bravo por él. Después cuento yo otro par de cuentos. Ahora es el turno de un hombre que ha contado las cinco veces que se ha celebrado el Maratón Viajero en la Mancomunidad. Finalmente salgo yo y cuento. Se terminó el Maratón viajero. Treinta espectadores, catorce cuentistas y trece cuentos. Hemos pasado casi dos horas juntos contando y escuchando cuentos, no está mal. El ambiente ha sido muy agradable, muy recogido, de gran intimidad. La alcaldesa se lamenta porque este año es el que menos gente hay de los cinco. A mí me parece que compartir el tiempo y los cuentos con estos treinta amigos de la Sierra es todo un lujo.

 

   

 

Y debe ser todo un lujo esto del Maratón Viajero. Fijémonos en los datos. Por cierto, hablando de datos, ¡Cómo cambiaria el cuento si sumáramos a los datos del Maratón de Guadalajara (cuentistas, horas y número de cuentos) los datos de estos maratones viajeros! Que cuentos son, y del Maratón son. Y seguro que la cifra sería estratosférica, de vértigo total, de borrachera de cuentos y abismo de historias. Pero decíamos que íbamos con los datos.

Ya en 1999, en la primera edición del viajero, se apuntaron diez pueblos (Alovera, Azuqueca, Brihuega, El Casar, Humanes, Marchamalo, Molina de Aragón, Pastrana, Sigüenza y Yunquera), que no está nada mal, pero ampliamente superado por los veinticinco de este año (los anteriores más: Alcolea, Atienza, Sacedón, Torija, Cabanillas, Fontanar, Mancomunidad de la Sierra –Alustante-, El Pozo de Guadalajara, Torrejón del Rey, Campillejo, Tórtola de Henares, Chiloeches, Jadraque, Uceda y Quer). Si la cosa crece será que no desmerece. Más bien al contrario. Fíjense, todos estos pueblos pueden disfrutar de narradores profesionales que van a compartir con ellos una tarde de cuentos. Una suerte para algunos de ellos que tal vez de otro modo tendrían más dificultades para traer a gente de la talla de Paula Carballeira, Campanari, los Albo, Estrella, Juan Arjona, Victoria Gullón, Milio y Manolo, Légolas, Gerardo Médez, Piratas, y muchos más. Aunque no se dejen engañar. No hace ni un mes y medio que en Alustante, el pueblo que hoy nos sirve de ejemplo, estuvo contando la mismísima Maricuela. Ya ven que esto de los cuentos prende y no hay quien lo apague.

Decíamos que una suerte para los pueblos del Maratón Viajero. Pero sin duda también una suerte para los narradores andariegos que se convierten en emisarios de la palabra dicha, de los cuentos a corazón abierto, de la fiesta de las palabras que se escapa gota a gota, letra a letra, hasta formar riachuelos, manantiales, ríos, torrenteras, turbiones, que van a desembocar en el mar de las palabras. En el palacio de las lenguas. En el corazón del cuento. En Guadalajara.

 

De vuelta a casa, con el regalo del atardecer y el eco de los cuentos rodando por la garganta, me acuerdo de la furgonetilla aquella, la del cuento de la lechera, la que nunca llegó a tener escenario ni circuló por nuestras carreteras, y pienso que qué pasará cuando este mar de palabras se desborde y empiece a inundar otras provincias, otros países, otros continentes. Tal vez para lidiar en esos mares incontenibles de cuentos mejor que furgonetilla sería barquichuela. Pero mejor ni mencionarlo, que me veo el año que viene surcando no sé qué río corriente arriba con la bolsa llena de cuentos y el corazón encendido.

 

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