[El Decano de Guadalajara, junio96]
Pep Bruno
Lo asombroso, lo que cautiva a todos quienes vienen de fuera, es, sin duda, la ciudad. Sí, sí, todo tiene su encanto y su magia: el Palacio del Infantado, marco insuperable, nexo vivo con el pasado, decorado exquisitamente por Susa; las calles engalanadas, con sus pendones y sus malabares, sus puestos, sus rincones, sus ecos; los cuentacuentos profesionales; las actividades paralelas; sus maratones foto-ilustro-radigráficos; su duración inalcanzable; su certamen nacional de narración oral, sus famosos... Sí, todo cuenta, todo vale, todo suma. Pero lo increíble, lo maravilloso, es la ciudad, la ciudad de Guadalajara. El público: Quienes vienen a escuchar, cada vez más exigentes, cada vez más sabedores del valor de la palabra, son el elemento imprescindible. En general los oidores de cuentos son cada año más, y mejor oidores. Lo cierto es que los guadalajareños han tomado el Maratón como algo propio y vienen a participar sin pudor, disfrutando de una fiesta que, cada vez más, asumen, naturalmente, como propia. Por eso hay mil sillas. Mil sillas que a veces se quedan cortas. Esto asombra, mucho, muchísimo, a propios y a extraños. Ya sean contadores, ya famosos, suele ocurrir que al entrar por primera vez al patio de los leones quedan subyugados por el público. Un público atento, entregado, un público dedicado a hacer Maratón. Un público fiel. Un público dispuesto para soñar al calor de un buen cuento. Un público que acoge sin reservas una buena propuesta para imaginar, para reír. Este público es el Silencio. Un silencio activo, hermoso. Un silencio vivo, capaz de latir al ritmo de los cuentos. Los cuentistas: Por lo general se puede apreciar que cada vez es mejor la calidad de los contadores amateur, de aquellas personas que habitualmente no suelen contar cuentos y que sí se preparan para subir al escenario del Maratón. Cada año son mejores. Y se puede observar (de una manera realmente tangible) que está naciendo una “cantera” de cuentistas. Hay niños pequeños, chavales, jóvenes y gente adulta que nunca contó, que muestran con naturalidad una voz ajustada, un ritmo preciso, un gesto suave que suma (y no resta) al cuento. Aún queda camino por recorrer en este sentido: hay que seguir buscando más y más la calidad, y no tanto la cantidad. Esto de los contadores-ciudadanos-amateur-cantera también asombra a propios, pero sobre todo a extraños. Y es que los guadalajareños se están acostumbrando al cuento. Lo conocen. Lo disfrutan. Lo van llevando dentro. Y lo saben contar. Estos contadores son la Palabra. Una palabra viva, gozosa, suave, capaz de sentir y hacer sentir. Los voluntarios: También son cada vez más. Y más dispuestos. Sin ellos el Maratón sería un caos. Con ellos, una delicia. Trabajo silencioso pero imprescindible. Son la parte activa de la organización. Son también Guadalajara. Son soñadores. Camino entre Palabra y Silencio. El Seminario de Literatura Infantil: Trabajo (todo el año). Ilusión. Pionero. Movimiento al ritmo de los sueños y las pulsiones de una ciudad: Guadalajara. Son la logística necesaria y la fibra de la pura magia que es el Maratón de los Cuentos. El Maratón de los sueños. |