Sobre estos apuntes / Fichas de oralidad / Una historia de la narración oral / La figura del narrador oral
[texto rescatado del blog tierraoral.com]
La afición que tengo por los cuentos mínimos viene de lejos (esto que sigue ahora es un preámbulo). Tuve la fortuna de estudiar Filología Hispánica con muchos buenos profesores, pero entre ellos destacó uno con el que acabé teniendo algún que otro proyecto común (ay, Borges) y buena amistad, se trata de Antonio Fernández Ferrer. Antonio fue el editor de uno de los primeros libros (si no el primero) publicados en España con una poderosa antología de cuentos mínimos, se trata de La mano de la hormiga (publicado en Ediciones Fugaz), un título agotadísimo. Por aquel entonces yo andaba enredado escribiendo un cuento semanal en la revista local El Decano de Guadalajara y no pocas de aquellas entregas semanales, más que un cuento, eran varios pequeños cuentos (hasta diez) en apenas un folio y medio. El veneno del cuento breve estaba cada vez más presente en mi sangre y, en noviembre de 2002, asistí al II Congreso Internacional de Minificción en Salamanca, donde conocí a maestros de la brevedad literaria como Zavala, Shua, Neuman, Epple, etc.
Allí aprendí mucho, pero sobre todo algo que me resultó de grandísima utilidad en esto de contar cuentos breves: el cuento breve se sirve de recursos más cercanos a los que utiliza la poesía (en su creación y funcionamiento) que a los que utiliza la prosa. (Fin del preámbulo).
Dicho todo esto los cuentos contados también han tenido muchas estancias dedicadas a la brevedad (y no hablo de retahílas y cancioncillas tradicionales, que ahí habría hasta agotar), hablo de cuentos tradicionales como son, por ejemplo, todos los cuentos de nunca acabar, un claro ejemplo de cuento breve de la tradición oral. Pero hay muchos más: sólo tenemos que remontarnos a los colecciones primigenias como el Panchatantra o las Fábulas de Esopo para ver que muchos cuentos que se contaban hace cientos (si no miles) de años, eran breves o brevísimos. En el caso de las fábulas de Esopo la idea que tenemos es que son cuentecitos algo más largos, pero si uno mira la recopilación de Gredos (es mi manual esópico) se da cuenta de que la gran mayoría no pasan de apenas cuatro o cinco líneas.
Sin embargo los textos en la oralidad tienden a estirarse, a crecer, a incluir pasajes autoconclusivos sin perder su esencia (como tan bien explica Héctor en La narración fractal). Así las cosas un cuento breve al ser contado (y por lo tanto al utilizar recursos de oralidad) tiende a dejar de ser breve. Os voy a poner un ejemplo que conozco bien. Allá por 2002 comencé a contar un cuentecito breve recogido en en Cuentos populares británicos, ed. Katharine M. Briggs, publicado por Siruela; el cuento venía a decir, más o menos, así: "Nunca hagas caso de una voz que te susurra en medio de la noche, le susurró una voz en medio de la noche". Quería probar hasta cuánto podía crecer un cuento de este tamaño si le permitía alas al contarlo, si no ceñía bridas, si dejaba que se alimentara con la emoción del público y del juego de ir desplegando sus rincones. He ido contando este cuento durante años, muchos años, y muchas veces (con certeza más de 500 veces). Hoy en día este cuento dura una hora y media, sigo contándolo, de hecho en muchos institutos hago una versión reducida de unos 50 minutos, y a partir de este cuento tengo desarrolladas unas cuatro horas de narración. Fascinante, eh. Bien es verdad que este es el ejemplo extremo que puedo daros, tengo otros cuentos breves que han permanecido breves durante años porque me he obligado a mantener su extensión en un número de minutos que consideraba pertinente (porque, al fin y al cabo, también es necesario tener unos cuantos cuentos breves en repertorio).
Visto esto parece claro que si un cuento breve abandona los parámetros y rudimentos poéticos y se adentra en la prosa oral (asumiendo por tanto los recursos de la oralidad) corre el peligro de dejar de ser breve. Por eso, si se quieren contar cuentos breves (de verdad breves) hay que fijar el texto y dar el peso preciso a cada una de sus (contadas) palabras: pues ese peso específico es significativo en lo que se cuenta (como ocurre en un poema donde una palabra no puede ser cambiada por otra sin alterar todo el significado). Pero esto ha de ser posible en territorios de oralidad (por lo tanto hemos de tener un margen, aunque sea pequeño, de juego para que el texto respire).
Contar cuentos mínimos se convierte por lo tanto en un equilibro complejo entre prosa y poesía, entre escritura y oralidad, un territorio ideal para el reto y el juego. ¿Quién puede resistirse?
Imaginemos un espectáculo de narración oral en el que, a lo largo de una hora, se contaran unos cien cuentos. El problema que esto plantea es que la intensidad de estos textos: con los fogonazos de sus finales, los juegos de palabras que a veces precisan unas décimas de segundo para llegar, la doble atención que requieren (por ser prosa, por ser poesía, por ser breves y condensados, etc.)... se parecería más a una sesión de poemas contados (a lo largo de una hora) que a una sesión de cuentos. En este sentido quizás lo más parecido que he visto ha sido la sesión de Estrella Ortiz de "Cuentopoemas de amor", en verdad una hora y pico de gran intensidad.
Esta intensidad de los cuentos mínimos puede provocar una sensación de agotamiento en el público no entrenado (por esa exigencia de atención), por eso hemos de intentar que haya variación de cuentos, temas y recursos. Esto es lo que sucede en la hora de "Cuentos mínimos" que desde hace varios años se celebra dentro del Maratón de los Cuentos de Guadalajara en la noche del sábado al domingo (de cinco a seis de la mañana). En algo más de una hora decenas de narradores y narradoras cuentan unos 120 cuentos breves, es una traca de cuentos, un fuego de artificio en medio de la noche. Al alternar voces y estilos resulta muy interesante de seguir y disfrutar. Es una experiencia que os recomiendo. Aun así, en esa hora excepcional de cuentos mínimos durante el Maratón también se pueden apreciar algunos de los problemas que contar estos cuentos plantean, aquí van un tres ejemplos:
- Confundir cuento breve con chiste, con coplilla, con un cantar, con una broma... con "cualquier cosa breve vale".
- Contar textos sin una estructura clara de cuento oral (y sin ningún interés para un público de cuentos contados).
- Parece que resulta difícil citar la autoría de los textos (debe ser una cuestión de ritmo, pero no entiendo que tan difícil sea citar a la fuente del microcuento contado).
De cualquier manera esa hora de mínimos es una fiesta por el intercambio de voces, la variación de las propuestas, los enganches entre textos (y entre cuentistas), los hallazgos... Y sobre todo cuentos que son alardes de brevedad en los que uno puede disfrutar con un principio, un nudo y un desenlace en apenas un golpe de aliento. Una delicia.
Sobre esto de la estructura de cuento merece la pena hacer un alto. Un cuento contado suele tener principio, nudo y desenlace, pero hay algunas de estas partes que pueden elidirse: si quitamos el desenlace podría ser un final abierto (cosa que no es muy del gusto de la oralidad pero sí de los textos literarios), si quitamos el principio puede deducirse de las otras dos partes. Incluso se podría elidir principio y nudo si se consigue que el desenlace nos permita reconstruirlos (como pasa con el famoso cuento de Monterroso: "El dinosaurio"). Lo que pasa es que los cuentos breves escritos (como por ejemplo los que escribo en tuíter) no solo son de este tipo con una estructura tan clara, algunos de ellos son imágenes que extrañan lo cotidiano o historias que se desdoblan gracias a juegos de palabras, por ejemplo; esto plantea un nuevo reto: el paso de estos recursos que tan bien funcionan en el texto escrito al territorio oral.
De momento hasta aquí estas reflexiones al hilo de contar cuentos breves, seguramente más adelante continuaré con esta cuestión en el blog porque me estoy planteando preparar un espectáculo de narración oral que incluya solo textos brevísimos. Ya os iré contando.