Cometas

 

Tres enormes cometas levantaron vuelo con un viento muy liviano. Después de remolonear un buen rato las tres se encontraron en lo alto, y bailaron. Dos hombres y una mujer, de unos cuarenta años cada uno, sonreían mientras dirigían el baile imposible.

Mi hijo y yo mirábamos las cometas, éramos felices. El que vuela una cometa regala algo a los demás. El tiempo pasaba.

La mujer de la tienda, siempre enfurruñada, mirada torva y gesto desabrido, sorprendentemente echó el cierre y, con un extraño bulto, se dirigió hacia los que volaban sus cometas. Cuando llegó abrió el paquete que llevaba y sacó su propia cometa. Siguiendo su costumbre ni saludó ni nada, pero pronto estaba mirando su cometa volar.

El policía, con su bigote y su moto, su sirena y su pistola, hizo un alto en su ronda y se detuvo junto al grupo. Abrió la maleta de la moto, metió el arma y sacó una pequeña cometa acrobática, veloz, nerviosa, la cometita giraba y giraba entre las otras cometas, más lentas.   Mi hijo y yo seguíamos mirando, felices.

El barrendero dejó de barrer y del carro de los cubos sacó su propia cometa, una cometa de altura, y soltó hilo hilo hilo, hasta que se convirtió en apenas un puntito en el cielo. El político rápidamente se presentó allí y también dejó que su cometa volara, una cometa pesada y algo torpe que primero estorbó a las demás pero luego encontró un rinconcito donde no molestaba demasiado. Luego vino el maestro con una extraordinaria cometa de cuatro hilos haciendo las acrobacias más inverosímiles. Llegó a bajarla casi a ras de suelo, la detuvo enfrente de mi hijo, quien incluso pudo tocarla levemente con un dedo, y de pronto la hizo subir a toda velocidad como un caballo noble y hermoso que diera un salto.

Cada vez había más gente volando. El cartero tenía una cometa que era una especia de paralelepípedo. Otros volaban cometas que parecían parapentes, incluso había cometas que te llevaban por los aires permitiéndote saltos de más de 20 metros, o cometas que servían de velas para navegar en una tabla de windsurf, o cometas que eran muchas cometas juntas, o cometas pequeñísimas que sólo volaban a cuatro o cinco metros...

Al rato me di cuenta de que todo el mundo estaba allí, todos volando, el cielo lleno de cometas de todo tipo, sólo mi hijo y yo mirábamos sin volar. A los pies teníamos nuestra cometa, una vieja cometa barrigona, torpe, la cogimos y, sin pensarlo, nos pusimos a volar con el resto de la gente. Alguien que había detrás de mí me dijo: “os estábamos esperando”.

Durante horas el cielo fue un arcoiris de viento. Juraría que durante ese tiempo, todos nosotros fuimos bastante felices, aunque nadie dijo nada, nos limitamos a mirar callados hacia arriba mientras compartíamos ese momento.

Pero llegó la noche y, poco a poco, la gente fue recogiendo. Finalmente solo quedamos mi hijo y yo, acaso queriendo prolongar eternamente ese momento; entonces nos dimos cuenta de que la luna era nuestra cometa.

 

 

El vuelo de la cometa

 

Son cosas que pasan. Llevo todo el año soñando con la cometa nueva, llegar a la playa para volar con este viento constante que el mar nos regala, trepar y gozar de cada ráfaga, escribir cuentos en el aire... Y por fin es agosto, es un día de viento, es la tarde precisa, es la hora adecuada, es el instante hacia el que dirigían todos los minutos del año. Por fin, pienso. Mis niños sentados y esperando estrenar la cometa, mi mujer conmigo (para lo que haga falta y estrenar la cometa), los amigos con sus vacaciones, los libros cerrados, el trabajo olvidado... Por fin, vuelvo a pensar. Pausadamente armo la cometa, desenrollo los hilos, hago las últimas comprobaciones, tenso. Tenso. El viento está impaciente, la cometa también. Tiro de los hilos y la cometa salta, se zambulle entre ráfagas. Giro a un lado, al otro, más loopings, más, ahora un ocho, otro, rasantes, un trébol, mejor ahora. Cuadrados, triángulos invertidos. Zigzag. La cometa brinca y sueña las figuras que deseo. Lenta y veloz, es un triángulo de color allá arriba. Es todo. Yo estoy asombrado, es mucho mejor de lo que me podía imaginar. Esta cometa no vuela, dibuja lo imposible.

De pronto me doy cuenta que a mi alrededor hay un buen grupo de curiosos que están mirando, asombrados como yo, los prodigios de la cometa. El grupo es numeroso y va creciendo con los minutos. A pesar de ser tanta gente el silencio es abrumador. Todos respiramos a una, somos la cometa ahora.

El aire está bajando y la cometa se divierte trepando con mínimos soplos, alientos de ola, dibuja las figuras a cámara lenta. Es admirable.

Este viento es bueno, pienso, para iniciar a mi hijo mayor con esto de las cometas. Le llamo y le pido que se acerque. Está emocionado, sólo tiene tres años, no le da vergüenza coger los mandos a pesar de haber tanta gente mirando. Muchas veces le he explicado cómo funcionan estas cometas de dos hilos. No ha prestado mucha atención, los niños nacen sabios, por lo que no le habrá hecho falta. Coge los dos hilos, mis manos sobre las suyas corrigen los leves primeros movimientos. De pronto, sorprendentemente, la cometa hace un looping extraordinario, perfecto. La gente hace un gran OOOOHHH. Mi hijo me mira y yo le sonrío. Otro looping, mejor que el anterior. De pronto un triángulo invertido, después un picado y la cometa remonta rozando la arena con una de las varillas. Ya no hay OOOOHHHH, es puro silencio contemplativo del milagro. Mi hijo de tres años vuela la cometa de un modo imposible. Sigue con un cuadrado excelente, trébol, la figura de la hoja cayendo, loopings cruzados, túneles de doce o trece loopings, rasantes, trapecios regulares, la flor de cinco pétalos... figuras que yo ni siquiera sabría repetir. Todos estábamos locos mirando volar a mi hijo la cometa.

Entonces mi mujer, quizás la única cuerda, se acercó al niño y le pidió los hilos. Él accedió a regañadientes. Ella, con los hilos en las manos: la cometa seguía haciendo figuras cada vez más hermosas y complejas, más imposibles. Ella, con los hilos sujetados con una sola mano: y la cometa igual. Ella dejando los hilos atados a una papelera: y la cometa dibujando más y más figuras... Ahora todo parecía una pesadilla, una alucinación, vértigo puro. Entonces ella se acercó hasta mí y me dijo: “Has comprado una cometa demasiado buena, vuela sola”. Y me invitó a tomar café en el chiringuito de enfrente mientras la cometa seguía soñando por todos.

Tomaba café y pensaba que había sido mi último vuelo. El de la cometa también. 

 

 

La cometa

 

El hombre, cometero apasionado, no pudo evitarlo y el mismo día que nació su hijo le compró una pequeña cometa (un hilo, vistosos colores, larga cola arcoiris), una de esas cometas fáciles de volar, puro placer de mirar al cielo y soñar.

Ochentaytantos años después aquel niño, viejo ya, encontró la cometa entre sus juguetes de la infancia; el sólo tacto con la tela de la cometa fue suficiente para recordar muchos buenos momentos. Miró por la ventana, las ramas de los árboles se movían levemente, pensó que soplaba el viento preciso para volver a volar la cometa. Salió al patio y comenzó a soltar hilo. La cometa subía perezosa, vieja también, apoyándose sabiamente en las ráfagas. De pronto el hilo se rompió y, en ese mismo preciso justo instante, el hombre murió.