Artículo publicado en CulturaEnGuada el 6 de marzo de 2014. Léelo aquí en su web.

 

1 Sin pensar en ello ponerse a contar. Sin lugar a dudas el primero de los momentos fundamentales de estos 20 años abrazado al cuento fue aquella noche del 4 de febrero de 1994 en la que la Biblioteca Pública del Estado en Guadalajara abrió sus puertas para que la gente fuera a contar y escuchar cuentos. Ir allí a pesar de las dificultades (quedaba a una hora de casa, andando, tan tarde, con tanto frío, sin saber muy bien a qué íbamos) y quedar atrapado por los cuentos fue algo, sencillamente, increíble. Todavía hoy me pregunto cómo fue que sucedió. Contar en aquel Viernes de los Cuentos primero fue el inicio de un largo camino en el que, durante muchos años, estuve acompañado por la gente del SLIJGu con Blanca Calvo a la cabeza, con ellos aprendí mucho y participé intensamente en la organización del Maratón.

 

2 Formándome y formándome. Quizás pueda parecer raro, pero un momento fundamental de mis años de cuentos fue el día en el que Mariaje, mi compañera ya por aquel entonces, consiguió una interinidad por dos años y resultó que, de pronto, ganaba ella sola el doble de lo que habíamos estado ganando juntos. En ese momento me dijo que esa era mi oportunidad, si quería probar y estudiar Filología Hispánica podía dedicar al menos los dos siguientes años. Saber que esto era una puesta a todo o nada creo que fue lo que me hizo superar los huesos de la carrera (pensando que yo venía de ciencias puras, asignaturas como historia de la lengua, latín o griego no me resultaban especialmente sencillas). Filología era mi carrera, allí leí obras imprescindibles para mi formación como cuentista, encontré recopilaciones de cuentos fabulosas y conocí mejor mi herramienta de trabajo, la lengua.

 

3 Café y charla con Estrella (y más formación). Conocer a Estrella y disfrutar de su compañía durante mi proceso de formación y aprendizaje que hoy continúa. Ella es la primera de muchos maestros de los que no he dejado de aprender: leyendo sus artículos y libros, compartiendo lecturas y repertorios, disfrutando de su trabajo de cocina o en escena, charlando con ellos... Un momento que recuerdo con especial cariño es cuando preparamos juntos una sesión de cuentos para institutos que estrenamos en Pastrana: trabajar directamente con ella fue uno de los mejores aprendizajes que he tenido nunca. 

Muchos otros compañeros, colegas y amigos han sido y son, directa o indirectamente, maestros míos: sigo aprendiendo cuando les veo contar, converso con ellos, leo sus reflexiones.

 

4 Y de pronto cobrar por contar. A finales del 1994 Eva Ortiz, la bibliotecaria de Azuqueca de Henares, me pidió que fuera a contar (y cobrar por ello) a su biblioteca. Recuerdo que aquello fue un grandísimo reto: una cosa era contar en los Viernes de los Cuentos, sin mayor responsabilidad que pasar el rato, jugar con la palabra dicha, disfrutar; y otra cosa era contar para un público durante una hora y con los escasos recursos de que disponía (ni tablas ni repertorio). Pero me encantan los retos. Y mi recuerdo de aquella primera sesión es bueno.

Después empecé a contar por otras pequeñas bibliotecas de la provincia que no tenían miedo de apostar por alguien que estaba empezando (Marchamalo, Pastrana, Molina de Aragón, Brihuega...), institutos, colegios... Aun así, siempre he tenido una vinculación especial con Azuqueca. Ha habido otros grandes momentos vividos en esa biblioteca (con El Quijote -¡y que Eva haya conseguido que me disfrazara por una vez en la vida para mi trabajo!-, con los clubes de lectura, con las rutas imaginarias del Quijote, con el taller de tradición oral, con la exposición sobre Borges, con sus maratones viajeros y sus sesiones de cuentos...).

 

5 Terminar los maratones. En dos o tres de los primeros maratones de cuentos de Guadalajara en los que participé activamente en la organización me invitaron a contar el último cuento de todos. Recuerdo aquel momento mágico y aquel cuento soñado ex profeso para la ocasión (y medio improvisado, todo sea dicho). Se trataba de “El pedo del Infantado” y está recogido en papel en un único ejemplar que conserva la propia biblioteca de Guadalajara en la balda de “inéditos”, dentro del libro: Los cuentos innecesarios. 

Ligado a este momento hay dos que van directamente de la mano: por un lado en estos primeros años solía jugar mucho (imprescindible Rodari y su Gramática de la Fantasía) e improvisaba cuentos habitualmente. Recuerdo un Maratón en el que Mercè Escardó me dijo “tú no cuentas cuentos, haces cuenting”. 

Ocurría también que yo escribía habitualmente, pero fue a partir de contar en el Maratón de Cuentos (sobre todo aquel cuento surrealista que lo cerraba) cuando los amigos de El Decano de Guadalajara me propusieron publicar un cuento semanal, una columnita que, inicialmente, estaba incluida en la sección joven del periódico (“El Rollo”) y que posteriormente, con el cambio a revista, tuvo entidad propia. Estoy muy agradecido a gente como Salva, Fernando, Santiago, Óscar, Concha... que me apoyaron y animaron en esos momentos. El cuento semanal se convirtió en un ejercicio continuo de escritura durante 17 años, y también fue un recurso estupendo para alimentar mi repertorio y hacer probaturas de escritura para cuentos que, ya en la década de los 2000, empezaron a publicarse como libros.

 

6 Salir a contar fuera de Guadalajara. El primer recuerdo que tengo de salir a contar fuera de Guadalajara fue a finales del 98, en el Centro Cultural “Europa” de Vitoria. Posiblemente conté en algunos otros lugares antes pero esa fecha la recuerdo especialmente porque fue la primera ocasión en la que preparé una sesión nueva completa para estrenar. Pasé muchas semanas buscando cuentos, organizando la sesión y contándosela a mi mujer. Siento que este momento fue un pasito más en mi camino abrazado a los cuentos contados, aunque el momento en el que empecé a contar fuera de Guadalajara de manera habitual fue con la creación de la Guía de Animación a la Lectura de Castilla La Mancha a principios del 2000. La guía me llevó por bibliotecas, escuelas y cuentos (muchos muchos cuentos) y se convirtió en una escuela para mí como narrador y en un regalo como viajante (conocer a tanta gente maravillosa y disfrutar de tantos paisajes deslumbrantes). 

 

7 Los kilómetros. Mi primer viaje en avión fue a Portugal para participar en un seminario de formación con Blanca, Eva y Xohana. Tenía 27 años y era la primera vez que subía a un avión: recuerdo aquel momento con gran intensidad. Más tarde, ese mismo año volé a Gran Canaria y a México. Fue, lo que se dice, un estreno por todo lo alto. Este oficio me ha permitido conocer lugares maravillosos y gentes extraordinarias: las decenas de viajes en avión (en 2006, mi año más volandero, cogí casi 20 aviones, cuatro de ellos transoceánicos), los miles de kilómetros en coche (una media de 50.000 al año), los trenes, taxis, autobuses, mototaxis... han sido, en muchos casos, regalos para el ojo y el corazón. También a lo largo de estos viajes he leído, contado y escrito mucho (no es raro que conduzca en silencio pensando en algún cuento o contándome en voz alta algún nuevo texto de mi repertorio). Castilla La Mancha y Gran Canaria, una comunidad y una isla, son los lugares cuyas carreteras he recorrido en más ocasiones y cuyos paisajes y habitantes han inspirado muchos de mis cuentos.

Y es que de la mano de los cuentos he tenido la fortuna de viajar mucho, pero sobre todo he podido comprobar que los cuentos contados acercan culturas y personas y forman parte de lo más íntimo del ser humano. Los cuentos tocan la emoción.

 

8 Pura maravilla. Dos de los momentos más extraordinarios de entre todos los que he vivido en estos años (y que fueron los primeros en los que pensé a la hora de hacer este listado) fueron las dos ocasiones en las que dos cuentos que yo había creado y contado durante algunos años me llegaron de vuelta. Me explico: estos dos cuentos nacieron en mi corazón, salieron de mi boca y recorrieron otros corazones y otras bocas hasta, años después, llegar de nuevo a mí porque alguien me los contó pensando que me gustarían.

El primero de ellos fue “La ola y la ráfaga”, el primer cuento que conté en mi vida. Un día (llevaba yo bastantes años ya contando) Chechu me dijo que había escuchado un cuento que seguramente me iba a gustar, y me contó ese mismo cuento que yo había creado y que él había oído contar a un amigo tomando unas cervezas.

El otro fue “Superlapicero Oscuro y Carolina Gomadeborrar”. En esta ocasión fue Mario, un alumno del curso que di en la Escuela de Libertad 8 (en 2004) quien eligió ese cuento para contarlo al grupo como presentación. Ese cuento que había creado yo y que hacía años que ya no contaba y que, por lo que se veía, seguía muy vivo de boca en oreja.

Es emocionante pensar que dos textos que tú has soñado han pasado a una suerte de imaginario popular y se han sumado a esa corriente profunda, misteriosa, gozosa, de la tradición oral. Los textos están vivos y siguen contándose más allá de mi aliento. Ojalá me sobrevivan y sigan contando (contándome).

Creo que como narrador no puedo aspirar a nada más hermoso.

 

9 Impartir formación. Un grupo de bibliotecarias me pidió que diera un taller sobre animación a la lectura, fue en Villanueva de Alcardete (Toledo). Ese fue el punto de partida de mi trabajo como formador o, más bien, como profesional que comparte sus reflexiones, conocimientos y experiencias con otros profesionales. Me interesa mucho la formación y el pensamiento crítico sobre lo que hago, lo que hacemos, es por eso que en estos 20 años no he dejado de alimentar esta línea de acción: he impartido decenas de charlas, cursos, conferencias, talleres... especialmente de animación a la lectura y de estrategias de narración oral. Desde aquel pueblo de Toledo hasta hoy he viajado por toda España (especialmente Aragón, La Rioja, Castilla La Mancha, Madrid, Andalucía, Canarias...) y por muchos otros países (Portugal, Guinea, Túnez, Panamá, Paraguay, Bolivia, Chile, México, Costa Rica...) impartiendo formación. Reflexionar sobre lo que hago, organizar los contenidos, compartirlos... es una estupenda manera de aprender; yo, desde luego, he aprendido mucho así.

 

10 Mi primer libro publicado. En Beja (Portugal) conocí a Xosé Ballesteros, contó un cuento que unos meses más tarde ganaría el premio nacional y se haría muy habitual en el repertorio de muchos cuentistas: El pequeño conejo blanco. Allí él me escuchó contar y me pidió que le mandara algún texto para la pequeña editorial que, junto con otros amigos y compañeros, acababan de poner en marcha: Kalandraka. Y eso hice, les fui enviando algunos textos que, una y otra vez, rechazaban hasta que, años después, hubo uno que les pareció interesante y así fue como publiqué mi primer libro álbum: Cuento para contar mientras se come un huevo frito. Las maravillosas ilustraciones de Mariona Cabassa hicieron grande al cuento y desde entonces han sido muchos los libros (especialmente libros álbum) que he ido publicando y muchos los que tengo en colaboración con esta extraordinaria ilustradora.

Vivir abrazado al cuento también me lleva por estos caminos de escritura y creación. Son muchas las alegrías que he recibido de la mano de los libros: quizás podría destacar los dos premios recibidos hasta la fecha en el ámbito del libro álbum, pero sin duda lo mejor ha sido colaborar con editores e ilustradores fantásticos de los que aprendo mucho y con los que disfruto trabajando.

 

11 El Maratón de Cuentos de la Biblioteca Insular de Las Palmas de Gran Canaria. Otro momento feliz y decisivo en estos 20 años de cuentos fue una comida con Margarita y Nieves en el restaurante del Hotel Parque en Las Palmas. Ellas querían hacer un pequeño maratón de cuentos en Las Palmas de Gran Canaria y pasaron toda la comida haciéndome preguntas sobre cómo se podía hacer. De aquel encuentro nació el Maratón de Cuentos de la Biblioteca Insular de Las Palmas de Gran Canaria en cuya primera edición estuve echando una mano. El Maratón fue el punto de partida para un programa mucho más ambicioso: “Días de cuentos”, que incluía festivales, programaciones estables por toda la isla durante casi un año, formación especializada, conferencias, exposiciones... y muchos cuentos contados. Una gran fiesta de la palabra en la que he participado en muchas ocasiones. Es por eso que ir a Gran Canaria para mí es también un poco volver a casa, allí tengo amigos, compañeros, una sala de cine favorita y Begoña, la cuentista con la que llevo cuatro años enredado en un proyecto de mentorado.

 

12 Y llegó el primer encuentro. En 2004 sucedió otro de los grandes regalos que he vivido con este oficio mío. Con Pepe Maestro, Félix y Pablo Albo organizamos el Primer Encuentro de Narradores, Cuentistas, Cuentacuentos... en Cádiz. La idea surgió desde la propia lista de cuentistas y se fue articulando en el chat (aquellos lunes de chat gozoso) y en la web de cuentistas.info que administraba junto con Ángel María. El encuentro fue muy emocionante (y fructífero, mira aquí si no me crees), y fue el primero de, hasta la fecha, seis encuentros de cuentistas. De todos ellos (salvo el sexto, al que no pude asistir) guardo recuerdos maravillosos, pero de alguna manera aquel primero fue especial para mí: el ambiente festivo, las ganas de hacer tantas cosas, la locura de las microponencias, los momentos de descanso, las charlas, los paseos... 

 

13 Palabras del Candil. Tengo un recuerdo muy diáfano del momento en el que sentí que hacía falta una editorial como Palabras del Candil. Estaba en una horchatería de Alicante sentado con Félix y Pablo Albo soñando juntos un libro de cuentos breves; allí nació el título: 99 pulgas, y también en aquel momento sentí de una manera muy clara la necesidad de una editorial especializada en libros y cuentos de narradores orales. Meses después de la mano de Lourdes, Alfredo y Chus Marco, nació Palabras del Candil, una editorial que a día de hoy cuenta con más de cuarenta títulos dedicados a la narración y la tradición oral. Un proyecto que sumó manos cuando Mariaje, Pablo, Félix y Chus Moratilla entraron a formar parte de él.

 

14 Un momento de fama fugaz. Mi primera (y única) portada en un periódico de tirada nacional ocurrió en Costa Rica mientras participaba en el Festival Internacional de las Artes, en el rotativo La Nación. Las personas del hotel en el que estaba alojado me despertaron bien tempranito y muy contentas porque eso no eran cosas que pasaran todos los días. Los cuentos también han sido los culpables de que me hayan hecho alguna que otra entrevista, o que me haya lanzado a escribir artículos de reflexión y opinión; o incluso de que ande tan metido en las redes y me atreva con retos tan estrambóticos como llevar casi dos años escribiendo y publicando un cuento al día en mi cuenta de Twitter

 

15 Vivir intensamente el cuento. Contar siempre es una fiesta, ya sea en un pueblo con doce habitantes ya sea en un teatro con capacidad para mil setecientos espectadores. Pero hay lugares que cultivan con mimo desde hace años la palabra dicha y en los que siempre resulta emocionante contar. Hablo de espacios como las bibliotecas municipales de Las Rozas (Madrid), o el teatro de San Clemente (Cuenca), o el Café La Luna (Logroño), o los grupos de Leer Juntos y Saber Leer en Aragón, o... son muchos, pero muchos, los sitios en los que he vivido momentos gozosos y muy felices alrededor de la palabra dicha. Recuerdo por ejemplo cuando probé por primera vez el cuento de La casa de mi abuela en Las Matas (Las Rozas), un cuento que ya en su primera versión duraba más de veinte minutos y que me hicieron volver a contar (sí, un cuento largo y dos veces seguidas en la misma sesión; sólo me ha ocurrido en esa ocasión). O recuerdo volver a contar a San Clemente (ininterrumpidamente desde 2005) donde, con el paso de los años, el aforo del teatro se quedaba pequeño y hubo que hacer hasta tres sesiones en un mismo día. O las sesiones siempre deliciosas de cuentos en La Luna, mira si no me crees. Sí, contar, siempre, es una fiesta.

 

16 Las anécdotas. Son muchas las anécdotas, historias, emociones... que puedo evocar al calor de la palabra dicha, aquí van algunas. Recuerdo un pequeño pueblo de diez habitantes que no me permitieron empezar hasta que llegaron los del pueblo de al lado (tres habitantes) que venían atajando por el monte y como no había luna debían andar algo perdidos. Recuerdo también algunos lugares peculiares en los que he contado: en un vagón de tren en Costa Rica; en el foso de los monos en el Retiro de Madrid; en un hermoso castillo en Bélgica; en la cripta de San Francisco en Guadalajara; en un Corral de Comedias del S. XVI en Alcalá de Henares; en la ermita de Belén en Letur... Recuerdo llegar a un instituto en Guinea donde los alumnos te esperan con gran curiosidad pues era la primera vez que iban a escuchar cuentos a plena luz del día (los fang tienen en cada aldea una “casa de la palabra” y en las noches de luna llena se reúnen para contar y escuchar cuentos). Recuerdo en varias ocasiones contar en pueblos con muy pocos niños (tres, cinco...) siempre ¡tan entusiasmados! y bebiéndose hasta la última gota de las historias. Recuerdo estar contando un año más en el IES Senda Galiana de Torres de la Alameda (Madrid) o en el Ciudad de Haro (La Rioja) y que sonara el timbre y no se moviera ni un solo alumno esperando a que yo terminara de la historia (comiéndome casi ocho minutos de su recreo y los profesores sin dar crédito). Recuerdo contar en Panamá a un grupo de niños de la calle absortos con la palabra dicha. Recuerdo la alucinante primera edición del festival de cuentos eróticos de Las Palmas con casi mil personas escuchando en el último escenario. Recuerdo muchas horas felices (y duras) del Maratón de Guadalajara... en fin, son muchos, muchos, los recuerdos emocionantes que guardo como oro en paño de tantos años de cuentos contados. Un regalo. Una suerte de oficio.

 

17 Viajar de Laussana al FEST. En 2009 un grupo de cuatro cuentistas españoles (Carles, Virginia, Roser y yo mismo) fuimos en representación de los narradores orales españoles al segundo encuentro europeo de narración oral que se celebraba en Laussana (Suiza). Este fue un primer paso de un largo camino que llevó desde 2008 hasta 2012 (puedes ver todas las entradas en el blog) y en el que fuimos articulando el marco legal para crear una red europea de narración oral, el FEST. España y los cuentistas españoles hemos participado activamente en la construcción de esta red: asistencia a todos los encuentros (salvo al primero); organización del encuentro en Toledo-Guadalajara en 2011 con 60 representantes de cuatro continentes; elección de varios miembros españoles en los diversos comités ejecutivos, etc. Hoy en día el FEST (Federation for European Storytelling) es una realidad, una federación internacional con sede en Bélgica que aglutina a más de 40 asociaciones, escuelas y festivales de narración oral de Europa. 

Por cierto, en aquel encuentro de Laussana conté en inglés. Lo que se dice inolvidable. 

 

18 Del nacimiento de AEDA. Esto de contar cuentos es un oficio muy solitario, pero de vez en cuando cruzamos caminos con otros colegas en festivales o en lugares por los que vas a contar o a escuchar. Lo cierto es que en 2009 un grupo de narradores decidimos crear una asociación profesional, fue un proceso largo y muy complejo porque no queríamos que fuera una “asociación para amigos”, sino que pretendíamos crear una asociación con unos criterios objetivos (qué difícil) para poder entrar, un espacio en el que se compartieran objetivos comunes (a favor de la narración oral, claro está, y también de otras cuestiones relacionadas con la profesión: legalidad, visibilidad, etc.). Tras unos primeros dos años difíciles AEDA está hoy por hoy a pleno rendimiento: su web se ha convertido en un referente imprescindible tanto para los profesionales de la narración oral como para los que gustan del cuento contado; las revistas monográficas nos permiten reflexionar con hondura sobre algunos temas difíciles; los proyectos no dejan de soñarse y ponerse en marcha; las asambleas de socios siempre son fructíferas; y, sobre todo, no estamos solos. Por primera vez en años me siento arropado por un grupo de colegas con el que puedo discutir, aprender y, sobre todo, apoyarme. Un proyecto hermoso que todavía está dando sus primeros pasos.

 

19 Del estudio y la reflexión. Han sido muchos los estudiosos de los que aprendo y he aprendido: José Manuel Pedrosa, Marina Sanfilippo, Estrella Ortiz, Juan José Prat Ferrer, Antonio Rodríguez Almodóvar... me han hecho mirar mi oficio más allá del día a día. Por eso un paso más (y de algún modo natural) en este paseo por los caminos de la tierra oral ha sido todo lo relacionado con el estudio y la reflexión sobre el arte y oficio de contar cuentos. He dedicado mucho tiempo a pensar, escribir y difundir todo lo relacionado con esta profesión tan antigua y, al mismo tiempo, tan joven. 

Casi desde los primeros años empecé a escribir y publicar algún artículo suelto sobre contar cuentos (hay un buen puñado en la web), fue en 2011 cuando, tras diez meses de trabajo, habilité un módulo en mi web denominado “Apuntes de oralidad”, muchas horas de lectura de libre acceso para conocer y difundir un poco más el oficio de contar cuentos, anímate, echa un vistazo.

 

20 Vivir abrazado al cuento. Dejo para el final este punto difuso y algo más personal. Esta vida que llevo, abrazado al cuento, me ha regalado muchas cosas buenas, muchos momentos intensos y emocionantes, pero sobre todo muchos amigos y muchos ratos felices con mi familia y con la gente que quiero. Desde los colegas de oficio que han acabado siendo grandes amigos: un buen puñado de ellos son parte imprescindible de mis días (hay dos, de hecho, a los que mis hijos directamente les pidieron que fueran sus tíos adoptivos); a otras personas como bibliotecarias, maestras, personas del público, en fin, entusiastas de la palabra dicha con las que he compartido mucho más que cuentos (conversaciones, paseos, lecturas, risas...) y que en muchos casos también han pasado a ser imprescindibles en mis días. Pero sobre todo esta vida de la mano del cuento me ha regalado muchos momentos felices en casa: cuentos contados desde el momento en el que mis hijos estaban todavía en la barriga de mi mujer, muchas horas de libros compartidos, comentados y de lecturas en voz alta (quince años llevamos leyendo en voz alta en casa prácticamente todas las noches), viajes a lugares hermosos donde iba a contar... en suma, y sin ninguna duda, estos han sido veinte años de cuento. Ojalá sólo sean los veinte primeros.

 

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