Microponencia preparada para el II Encuentro Estatal de Cuentistas, Mondoñedo octubreo de 2005.

 

Pep Bruno

 

El primer cuento que conté en mi vida fue un cuento creado por mí. Desde esa primera vez, contar mis propios cuentos ha sido una cosa habitual. ¿Pero qué me impulsó a ello y por qué lo hago?

Al principio fue leer. Y después escribir. Pero siempre leer. De hecho sigo siendo sobre todo lector. Pienso que leer y después escribir me ha ayudado a sentir los hilos de las palabras, las voces de los narradores. Me ha hecho caminar con cautela por la senda de las palabras que tantas veces dicen más cosas de las que dicen.

Contar es también contarnos, decirnos. Y a veces me cuesta mucho encontrar las palabras adecuadas para contarme, para decir lo que soy y lo que digo. Lo que hago.

Quizás mi necesidad de encontrar las palabras adecuadas para contarme me empujara, sin yo ser muy consciente de ello, a contar mis propios cuentos. Ya que los propios cuentos al nacer de las yemas de nuestros dedos son parte de nosotros.

 

A la hora de contar cuentos propios, además de lo ya dicho, hay otras cuestiones que entran en juego.

 

1. Primero he de matizar que en todo caso hablo de contar cuentos, no contar anécdotas ni sucesos que nos han pasado. Creo que hay que ser lo suficientemente hábil para extrañar la realidad (nuestra propia realidad) y alejarnos de los hechos de los que partimos para crear una historia. Uno puede escribir un cuento sobre un huevo frito porque a su hijo le cuesta comer huevos fritos, pero el lector no tiene por qué “ver” ese origen, el cuento debe llegar a ser por sí mismo, desgajado, alejado del autor. Pero eso es entrar en materia de creación literaria y tal vez lo dejaremos para otro momento.

 

2. Veamos qué pasa con los cuentos escritos por mí y luego adaptados a la oralidad:

-Cuando un cuento queda escrito ya no es parte de ti. El cuento empieza a ser por sí mismo y a veces acaba por ser tan diferente de nosotros que nos cuesta reconocerlo. Por eso terminar un cuento es como embarcar y alejarse de una isla. El mar podrá volver a llevarte a esa isla y podrás reconocerla como un sitio cómodo donde habitar, pero también puede suceder que a tu vuelta el lugar sea hostil y lleno de inconvenientes para quedarse. Y esto sucede porque dejaste de ser autor y pasaste a ser lector, y como tal compartes las zozobras que todos los lectores tienen cuando avistan una isla.

-Cuando adapto un cuento para contar realizo un proceso creativo, sobre ese texto, en varios niveles. Un primer paso, deconstructivo, pretende desliteralizar el texto para luego, en un segundo paso, reconstruirlo acorde con el nuevo lenguaje en el que pervivirá, el oral. El proceso de oralización me asigna parte de autoría. Me obliga a respetar el texto del autor literario y, además, me obliga a acomodarlo al territorio de lo oral.

Cuando realizo este proceso con mis propios textos tengo que ser capaz de desdoblarme, verme desde los dos lados del espejo: ser autor literario y ser autor oral. A veces me siento con más libertad para desbrozar cuentos y volver a armarlos y otras veces ese proceso resulta muy doloroso. Y es que con el paso de los años me he dado cuenta de que hay cuentos que he escrito y que nunca podría contar, aunque otros narradores sí los contaran (por ejemplo, el cuento Atardeceres que quiere contar Virginia Imaz). Pero es lo mismo que me sucede con textos de otros autores que ha veces he considerado que podría contar pero después de trabajar sobre ellos he sentido que iba a ser incapaz de contener ese cuento en mi versión oral.

Llegar a este punto en el que soy capaz de resignarme a no contar algunos de mis propios cuentos (aun cuando me resultan especialmente gratos) ha sido muy costoso. He tardado años en darme cuenta de que no tenía por qué obligarme a hacerlo.

 

3. En cuanto a los cuentos que creo oralmente. Suelen nacer directamente en el territorio de la oralidad y van tomando forma y puliéndose cada vez que los voy contando. Son ideales para las sesiones, y terribles a la hora de pasarlos al lenguaje literario. Suelen surgir en momentos de gran excitación y, generalmente, en plena actuación, pertenecen al ámbito de la improvisación y el recuerdo. Muchos de ellos los cuento una o dos veces, y se los lleva el viento. Pero otros muchos me acompañan durante años. O se separan de mí y vuelven al cabo de años desde otras voces (por ejemplo Superlapicero Oscuro y Carolina Gomadeborrar que siete años después de dejar de contarlo volvió a mí en un curso de narración oral donde Mario, uno de los asistentes, lo contó como ejemplo. Sentí como si el cuento, siete años después, viniera a hacerme una visita para decirme que seguía rodando de boca a oreja).

Cuando finalmente he oralizado un cuento propio, lo he probado y funciona, me suelo sentir muy seguro con él. Es un proceso de doble apropiación (literaria y oral). Me siento con total libertad para permitir el cambio y la evolución del cuento. Me siento instrumento pleno de ese cuento que me ha utilizado a mí para ser y para existir, para las dos cosas, y me dejo llevar continuamente por él.

Algunos de mis propios cuentos me han acompañado durante años, los habré contado cientos de veces, siguen rodando y siendo palabra viva.

 

4. Pero hay algo más. El público.

Un cuento oral sólo es cuando es contado. El hecho de contar tus propios cuentos a un público te da una gratificación enorme. Puedes ver cómo crece, cómo evoluciona, cómo sirve (sigue dando claves en las que conocernos, reconocernos), cómo vive en los otros. Contar y compartir ese tipo de cuentos es un hecho tan íntimo que, a veces, pensar sobre ello, me da vértigo. Es doblemente desnudarse.

Y, por el contrario, también es muy costoso cuando ves que un cuento tuyo no funciona contado. Es doloroso tener que desterrarlo sólo al territorio de la escritura (donde puede funcionar estupendamente). Aquí es donde veo más riesgo.

Muchos de los narradores que contamos cuentos propios corremos peligro justo aquí: a veces no somos capaces de valorar objetivamente si esos textos son válidos o no, si funcionan o no, si interesan o no, al otro 50% del hecho narrativo: el público. Empecinarse en contar un cuento propio a pesar de sus fracasos puede generar mucha frustración y, por qué no, problemas a la hora de seguir explorando la propia voz oral.

   

 

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